Los mitos de origen

Dentro del campo de los mitos políticos, ocupan un lugar relevante los denominados “mitos de origen”, que desempeñan un importante papel en el surgimiento de las identidades étnicas y son la base del nacionalismo moderno. En opinión del sociólogo británico Anthony D. Smith, el factor más importante para la estabilidad de una etnia no reside en su organización social, política o militar, sino en la posesión de lo que llama un “complejo mítico-simbólico”. El mito-motor es un relato que facilita a un grupo definirse ante sí mismo y ante los otros y permite dar sentido a la acción colectiva. Estos relatos, mezcla de datos históricos primarios y leyendas elaboradas, se van recomponiendo en el transcurso del tiempo y adaptándose a necesidades pragmáticas de los grupos humanos. Hay un proceso de intervención deliberada, obra de historiadores mitógrafos, que permite la incorporación de nuevos motivos o nuevos argumentos. Smith hace una enumeración de los ingredientes que se encuentran habitualmente en la composición de los mitos: el origen temporal (cuándo nació la comunidad), el origen espacial (dónde nació), los ancestros (quiénes la engendraron), la migración (hacia dónde se encamina), la liberación (cómo se alcanzará esa liberación), la edad dorada (cómo se llegará a alcanzar el esplendor). Jon Juaristi (“El bosque originario”, Ed. Taurus) advierte que el mito siempre cuenta con un núcleo de verdad histórica. “El mito político (y todos los mitos de origen lo son) pertenece a aquella esfera de la experiencia en que conocimiento e interés se hallan inextricablemente fundidos”. Se cree y se crea el mito porque existen intereses de orden pragmático que están siempre subyacentes en el relato. Luis Alberto Romero (ver su artículo en la página 8) señala que muchos reclamos sociales, como los de los tobas o los mapuches, se hacen en nombre de los derechos de los “pueblos originarios”. Se parte del supuesto de que había gente que habitaba un lugar y fue despojada por otros que vinieron y se asentaron en el mismo lugar. Pero estos relatos no debieran limitarse a la conquista española: han sido muchos los aborígenes que fueron sometidos a una dura explotación, por ejemplo, por los incas peruanos o por los aztecas mexicanos. Cuando se utiliza la palabra “genocidio” para referirse a la conquista española (siglo XVI) y luego a los procesos de consolidación de las jóvenes repúblicas de América Latina (siglo XIX) se incurre en un anacronismo, puesto que se quiere juzgar el pasado con los valores del presente. En el pasado las luchas entre los grupos humanos cambiaron de dirección muchas veces y los métodos crueles y las atrocidades eran patrimonio común de un proceso multiforme que es muy difícil descifrar con los códigos actuales. El relato de un mundo feliz destrozado por insaciables explotadores resulta conmovedor, pero puede ser utilizado con fines espurios. Los derechos de ciudadanía deben y pueden reclamarse en una democracia sin necesidad de invocar mitos que, lejos de aclarar, confunden. Aleardo F. Laría


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