Los niños huérfanos de Ciudad Juárez, una generación marcada por el odio

Ahorran para comprar armas. La cruda realidad de ver como asesinan a sus padres les deja un único sentimiento: la venganza.

A sus seis años, Jorge llena la alcancía con la que espera “comprar un cuerno de chivo” (un fusil AK 47) para matar a los asesinos de su papá, relata la sicóloga que atiende a un puñado de los 12.000 menores huérfanos por la violencia en Ciudad Juárez, norte de México.

El pequeño es uno de los pocos que reciben atención sicológica para superar el trauma de ver morir a uno de sus padres en esta ciudad fronteriza con Estados Unidos, donde 7.000 personas han sido asesinados por las guerras entre narcotraficantes y los operativos antidroga desde 2007.

“Por lo menos 12.000 niños han perdido a uno o a sus dos padres. Ahorita es odio y deseo de venganza contra el que mató a sus papás, pero el día de mañana va a ser odio y deseo de venganza contra el Estado que permitió que los mataran”, advierte Gustavo de la Rosa, visitador local de la Comisión Estatal de Derechos Humanos.

De la Rosa calculó esa cifra partiendo de que la mayoría de los 7.000 asesinados tenían entre 17 y 35 años. Las parejas en Ciudad Juárez suelen tener en promedio 3 hijos, muchas veces antes de cumplir los 20 años de edad.

El funcionario explica que sólo cuenta con 20 sicólogos para atender a los familiares -adultos y niños- de los muertos que se multiplican a un promedio de medio centenar por semana.

Al término de una reunión de instituciones locales con departamentos de atención a víctimas confiesa: “Acabamos de contar cuántos sicólogos podríamos reunir entre todos y no llegamos al centenar”.

“Necesitamos con urgencia sicólogos que hayan tenido experiencia con niños de los Balcanes, de África”, afirma.

Además de los sicólogos de la fiscalía, una organización de tanatólogos católicos atiende sin pago a menores de ocho años. Jorge es uno de ellos.

Su mamá “llegó histérica a contarnos eso que le dijo su hijo de la alcancía y son historias que se repiten”, dice Silvia Aguirre, fundadora del Centro Familiar para la Integración y el Crecimiento, que cuenta con seis terapeutas.

Otro niño pidió llenar una alcancía, para comprar una bomba y “ponerla en el canal de televisión en el que mostraron la cabeza degollada de su papá”, agrega.

Los menores reciben terapias lúdicas para salir del aislamiento y episodios de ira en los que caen tras las muertes de sus padres y la estigmatización que enfrentan en sus comunidades por ser ‘hijos de narcos’.

“También damos talleres para adolescentes y adultos. Son muchísimos los que necesitan ayuda. Tan sólo en una secundaria que está por aquí, que tiene 300 alumnos, 210 han perdido a uno de sus padres de manera violenta”, cuenta.

Myrna Pastrana, una escritora nacida en Ciudad Juárez, ha recopilado otro centenar de historias de niños pequeños.

Pastrana es autora de “Cuando las banquetas fueron nuestras”, que aborda la traumática situación de Ciudad Juárez, una ciudad otrora tranquila y ahora desolada desde que comienza a caer la tarde, sobre todo en el centro, donde varios comercios han sido incendiados y abandonados.

No lejos está el puente principal que comunica con la vecina El Paso (Texas).

“Un niño de seis años contó que unos hombres llegaron a su casa, lo sacaron junto con sus papás y sus tres hermanos mayores, los formaron, mataron a sus papás, los pusieron en una carreta y el niño vio cómo se los llevaban dejando charcos de sangre”, recuerda.

“Miles de niños no están recibiendo ayuda. Sin duda se van a convertir en adultos resentidos, probablemente alimentarán el círculo de muerte ¿Cómo no está ya aquí la UNICEF?, ¿por qué (el presidente) Felipe Calderón no ha pedido ayuda internacional ya?”, dice Pastrana, con quien coinciden De la Rosa y Aguirre.

El gobierno estatal creó un fondo de 100 millones de pesos (800.000 dólares) para atender víctimas, pero incluso el alcalde de Ciudad Juárez, Héctor Murguía, reconoce que son insuficientes.

Por Jennifer González – AFP.-


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