Los que protegieron a Mengele

El criminal nazi golpea de espaldas la puerta de un monasterio. Un sacerdote lo recibe. La guerra apenas hacía unas semanas que había terminado. Intercambian muy pocas palabras: ambos sabían el motivo del encuentro. El monje apenas interroga al alemán. Le dice que si su profesión está vinculada con las ciencias duras -como la matemática o la física- su destino es los Estados Unidos. El ex jefe de un campo de exterminio del Tercer Reich le contesta que sólo es un médico. Entonces -le explica su interlocutor- su destino es la Argentina, y lo envía a sus aposentos a esperar el momento de su fuga. Así termina la película «Amén» (2002) del director Costa-Gravas, un filme que denuncia la complicidad de la jerarquía de la Iglesia Católica con el régimen nazi.

Probablemente siguiendo la denominada «Ruta de las Ratas» llegó a nuestro país el médico danés Karl Peter Vaernet, quien se había empeñado en «curar» lo que él consideraba una enfermedad: la homosexualidad. Vaernet trabajó en Argentina como endocrinólogo en el Ministerio de Salud. Falleció en noviembre de 1965 y sus restos yacen en el cementerio británico. Los dinamarqueses lo recuerdan como el «Mengele de Dinamarca» ya que ningún médico nazi acopió tanta documentación para dejar testimonio de sus experiencias aberrantes en el campo de concentración de Buchenwald. Pertenecía a las SS y era amigo personal del criminal Heinrich Himmler. En el barrio de Palermo, sobre la calle Uriarte, Vaernet tenía una clínica dedicada a la «curación de homosexuales». Según el historiador Carlos De Nápoli, sus principales pacientes provenían de la alta sociedad porteña que no aceptaban las inclinaciones sexuales de sus parientes. Pero sorprenden más aún las últimas revelaciones de este investigador sobre el más emblemático de los médicos nazis: el doctor Mengele.

Roberto Mertig, dueño de Orbis, era su principal contacto en la Argentina y amigo de su padre, un fabricante de máquinas agrícolas en la ciudad de Günzburg. Desde allí el padre de Mengele le giraba a su hijo importantes sumas de dinero para que pudiera vivir sin sobresaltos. Tanto es así que le financió la puesta en funcionamiento de una fábrica de tornillos de bronce y un aserradero en la Avenida de los Constituyentes. También giró fondos para que su hijo participara del capital accionario del laboratorio Fadro Farm, cuyos socios eran Ernesto Tinmmermann y Heinz Truppel.

Para De Nápoli no hay dudas de que Mengele gozó de la protección del gobierno de Alemania Federal. Sus autoridades, según este autor, siempre proporcionaron información falsa sobre su paradero para desorientar a los investigadores que lo estaban buscando y para evitar, de esa manera, que lo llevaran a juicio y pusiera en circulación datos, nombres e información que complicara a distintos sectores de la vida política y económica de ese país.

«Hay una documentación muy importante que por sí misma demuestra que la presunta búsqueda de Mengele por parte del gobierno alemán era una farsa, ya que para poder casarse en Uruguay con su cuñada María Martha Will se necesitó la intervención del gobierno alemán para autentificar al menos diez documentos que resultaban indispensables para concretar el matrimonio» -nos dijo en una extensa conversación. Esta documentación, a la que se refiere el autor de «Nazis en el sur», es la partida de nacimiento de Mengele; el acta de divorcio de su primera esposa, Irene Schönbein; la partida de nacimiento de su cuñada y futura esposa, Marta María Will de Mengele; la partida de defunción de Carlos Tadeo Mengele, hermano de Joseph Mengele y la publicación del aviso matrimonial Mengele/Will en Uruguay. Los documentos fueron emitidos por organismos del gobierno alemán y certificados por sus consulados, para su futura utilización en el Uruguay, en donde Mengele contraería sus segundas nupcias con la ex esposa de su hermano difunto.

En el juicio de divorcio de Mengele en Dusseldorf, el criminal nazi dio su domicilio real en la Argentina, Sarmiento 1.875, Olivos, actuando en el juicio con su verdadero nombre. Estos eventos sucedieron en 1954, es decir, nueve años después de finalizada la guerra.

«La organización montada por los médicos criminales nazis se llamaba Spinnenwebe, es decir «Telaraña» -nos explica De Nápoli- y poseía en Buenos Aires y sus alrededores unas catorce casas muy seguras, hoy todas identificadas, junto con una serie de estancias en la Patagonia y Chile que servían también de refugio. Consta por documentos oficiales y declaraciones de testigos que una de las estancias que él visitaba en Chile era de una tal Else Ruckert, amiga de Berthilde Von Zitek, miembro central de la organización que le suministró la protección a Mengele y a otros criminales de guerra. También obran en el Archivo General de la Nación los permisos otorgados a Mengele por la Policía Federal Argentina para viajar hacia Chile».

De los documentos encontrados en el Uruguay por los periodistas Héctor Amuedo y Ángel de Vitta, más los que halló De Nápoli en el Archivo General de la Nación, surge, como mínimo, una inquietante duda: el gobierno de la República Federal de Alemania habría protegido a Mengele, proporcionándole todo tipo de apoyo documental, incluso para que pudiera casarse con su cuñada. Pero ello no es todo: el gobierno alemán también envió la solicitud de extradición hacia la República Argentina cuando en realidad el criminal nazi ya se encontraba viviendo en Günzburg, su pueblo natal, tal cual lo asegura De Nápoli. «Estoy trabajando en mi próximo libro que será un nuevo aporte sobre la verdadera historia de Mengele, que en absoluto se condice con los relatos más conocidos sobre este asesino». Y nos adelanta una información que nos resulta espacialmente cercana: «Solía viajar en tren hasta Viedma o sus cercanías y luego en auto hacia estancias sureñas. Un tal Schäffer, que habría vivido en Colonia Ströeder, siempre lo aguardaba en la estación con su cupé Mercury 47 para conducirlo a su destino de descanso». El misterio de los nazis en la Argentina es un capítulo que nunca cesa de escribirse, así como tampoco la trama secreta que los protegió más allá de todas las fronteras.

(*) Profesor en Letras y legislador


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