Los robots con forma de peluche pueden ser acompañantes terapéuticos

Los desarrollos de robótica en la medicina permiten que los investigadores puedan contar equipos que puedan asistir a los pacientes en las tareas de rehabilitación o asistencia en tareas diarias

TECNOLOGIA Y SALUD

A primera vista resulta difícil imaginar que detrás de unos pequeños robots que se mueven torpemente para agruparse por colores se encuentra un experimento que puede cambiar la historia de la medicina. El futuro ya no es lo que era porque la ciencia ficción se olvidó de Internet. Sin embargo, sí describió una sociedad en la que los robots forman parte de la vida cotidiana. En todo el mundo se multiplican las empresas y universidades con programas de robótica, y los avances que se han conseguido son extraordinarios.

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El objetivo de los grupos que acabamos de describir, llamados enjambres porque su modelo es el comportamiento gregario de algunos animales, va de lo más grande a lo más pequeño: desde permitir que máquinas colaboren -como la circulación de miles de coches sin conductor- hasta, en un futuro que los científicos ven a 20 o 30 años vista, que existan robots minúsculos que podamos tragarnos, se unan solos dentro de nuestro cuerpo y nos operen.

«Los humanoides capaces de hacer todo nuestro trabajo están a muchos años de distancia, si llegan alguna vez», explica Tony Prescot, director del Sheffield Center for Robotics, uno de los institutos punteros en Europa, que depende de las dos universidades de esta ciudad del norte de Inglaterra. «Pero creo que los robots son cada vez más eficaces en pequeñas tareas muy importantes. Por ejemplo, estoy seguro de que dentro de 50 años nadie manejará un coche». El pasado fin de semana, dentro del encuentro científico Festival of the mind, este laboratorio, en el que trabajan unos 150 investigadores, realizó dos demostraciones que permitieron entrever el increíble futuro de este campo y también su presente.

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Detrás de una puerta en la que se lee Laboratorio de Interacción entre Robots y Humanos se esconde un peluche blanco con forma de bebé foca llamado Yoko: un robot japonés con fines terapéuticos que mira, responde a su nombre y a las caricias. En el laboratorio, el objetivo es analizar las relaciones de los humanos ante los robots, que van desde el temor hasta la curiosidad.

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«Es una pena que la ciencia ficción haya ofrecido una imagen tan negativa de los robots», explica Emily Collins, estudiante de posgrado en el centro de investigación y experta en las relaciones entre robots y humanos. «Son como cualquier otro instrumento y tienen aplicaciones muy importantes». ¿La utilidad de este tipo de robots en la vida real? Como terapia para los enfermos de demencia senil o alzhéimer, como animales de compañía sin los problemas que estos plantean en un entorno hospitalario. Otro robot, Zeno, con forma humana y con una gran capacidad para reproducir gestos, parece un juguete sofisticado (y caro). Pero se utiliza para tratar niños autistas.

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Durante la muestra también se exhibe un robot dron que, gracias a un programa de reconocimiento facial, puede seguir a una persona. Hay robots con brazos programados para agarrar un determinado objeto o que aprenden por sí mismos a detenerse ante una línea blanca pintada a escasos metros de un muro después de haber chocado varias veces contra él (sirven para estudiar los mecanismos neuronales). En Sheffield están trabajando también en un robot que es una mesa de hospital que responde a la voz y que podría acudir a la llamada del paciente y acercarle una bandeja con la comida.

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Sin embargo, al final, lo más extraordinario resulta lo aparentemente más sencillo: los enjambres. Harvard, que es quien fabrica estos aparatos de tres centímetros de ancho llamados kilobots, logró agrupar este verano 1.000 robots en el mayor movimiento colectivo de máquinas realizado hasta el momento. Sheffield es el centro que más kilobots tiene -900- tras la universidad estadounidense. Roderich Gross, el responsable de este proyecto, explica: ‘Se pueden agrupar robots sin memoria y sin computación. Con sensores e infrarrojos que les dicen si hay un robot cerca o no’. El profesor Gross explica que la idea es imitar a la naturaleza, a las formaciones que crean las bandadas de pájaros o los montículos que construyen las termitas, en las que la suma de decisiones muy sencillas de muchos individuos llegan a producir estructuras muy complejas. Dentro del mismo laboratorio, un español, Juan A. Escalera, ha desarrollado unos robots que se unen y se pasan energía, otra de las claves para ese futuro en el que nos tragaremos una pastilla-robot para curarnos.



El laboratorio de la Universidad de Sheffield aparece vacío porque la mayoría de los robots han sido trasladados para su exhibición. Solitario, como un personaje de Inteligencia Artificial, se encuentra el Icub, un robot humanoide creado en Génova y que forma parte de un proyecto europeo en el que trabaja también la Pompeu Fabra. Actualmente, hay unos 30 Icub en el mundo y cada uno cuesta 250.000 euros. «Nosotros utilizamos el robot no como un fin en sí, sino para entender cómo funciona la mente; como una herramienta para comprender la arquitectura de las emociones y las percepciones», explica desde Barcelona Paul Verschure, director de Specs, el grupo de trabajo en inteligencia artificial de la Pompeu Fabra. Tony Prescot asegura que el objetivo de su grupo de trabajo es que sea capaz de ser consciente de su cuerpo, de reconocer objetos con los dedos, de tener sensibilidad en la piel. También se está trabajando en la construcción de una memoria autobiográfica -se han logrado avances en Lyon- y en el estudio de cómo aprendemos una lengua.

Fuente:La Nación


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