Los «señores del blues» pasaron por Cipolletti

"Memphis la Blusera" tocó para un público joven, que aplaudió y siguió con más fervor sus temas más conocidos. El grupo, con el carisma que ya es una marca registrada.

CIPOLLETTI (AC).- Entre la espesa cortina de humo el rostro parece el de cualquiera, menos el de Adrián Otero. La madrugada se torna cada vez más extensa, elástica, y muchas bocas toman forma de bostezo. Los mayores de edad son un puñado, y eso no es habitual. Memphis La Blusera debe actuar ante cientos de jóvenes. Y lo hace tan bien, y con tanta «cancha», que por momentos hasta parece displicente.

La Blusera camina sin dificultad por un terreno que le es archiconocido. Para su música -aunque haya infinidad de detractores- no corre el calendario. La fórmula es la de costumbre: humor, simpatía, canciones movedizas que se adhieren al cuerpo y a las neuronas, y un ritmo que levanta a los muertos. Y la voz ríspida de un Otero al que le encanta ser enfitrión.

Muchos de los adolescentes que desembarcaron en el boliche frente al puesto caminero el sábado a la madrugada quedaban desconcertados frente a varias canciones, pero perdían los estribos con los hits que sonaron y suenan en cuanto radio existe.

Por eso saltaron y cantaron a rabiar cuando surgió «La flor más bella», pero entraron en un estado de shock con un tema como «Rosario», que no es contemporáneo en la banda, que luego de desarrollar una larga carrera en el underground se convirtió en una de las más importantes del país.

Ellos ni siquiera se despeinan, desde punteos que por simples no dejan de ser efectivos, canciones que se cantan solas, y un carism que ya es marca registrada.

Y todos en el grupo tienen tiempo de lucirse: lo hace el saxofonista Atilio Villanueva en el hiperescuchado «Montón de nada», con la dulzura y el néctar sonoro que descarga ese instrumento; lo hace el bajista Daniel Beiserman, que se gana la aclamación cuando se conoce que es nacido por estos pagos; lo hace Otero por el simple hecho de ser Otero.

«Angelitos culones», «Moscato, pizza y fainá», «La bifurcada» y otros entregaron estos viejos bluseros en una noche que se quedó con gusto a poco. La Blusera se despidió y el humo s fue con ellos. Entonces el ritmo se volvió frenético, los pibes se olvidaron del blues y se unieron a una masa compacta que mutó al instante en una pogo electrónico. Los señores del blues argentino habían pasado por Cipolletti.


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