Luces y sombras del deporte 31-07-03

SANTO DOMINGO (Télam, enviado especial).- La millonaria inversión que demandó la organización de los Juegos Panamericanos en República Dominicana -un país con una economía débil y sumergido en una aguda crisis financiera- permite juzgar el sentido y el valor que adquiere, en términos extradeportivos, una megacompetencia de esa naturaleza.

Los Juegos de Santo Domingo demandaron, hasta el momento, una inversión de 240 millones de dólares.

Y sólo la construcción de infraestructura requirió 178.000.000. República Dominicana sufrió recientemente la quiebra de su sistema financiero.

Con un PBI de 17 mil millones, apenas sostiene las plantas de generación eléctrica de Santo Domingo, su capital, que sufre apagones generales todos los días Ante un encendido clima social, el gobierno -que continúa las políticas neoliberales ejecutadas en ese país en los '90- persigue desde hace tiempo un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional y demás organismos mundiales de crédito En este contexto, la costosa organización de los Panamericanos abrió paso a enfrentamientos políticos en el país caribeño. La vicepresidenta dominicana, Milagros Ortiz Bosch, fue una de las más fervientes opositoras a la celebración de los XIV Juegos. Y aseguró que, a su criterio, hubiese sido más redituable destinar los 240 millones de dólares a programas públicos.

Está claro que, aún sin la fuerza mediática y comercial de los Juegos Olímpicos, los Panamericanos -que agrupan a 42 países del continente- aún conservan fuerza en el «mercado simbólico» por donde se expanden las imágenes satelitales de la justa. La convicción del presidente dominicano, Hipólito Mejía, para sostener la sede en Santo Domingo, soportando un inexorable costo político, se inscribe en esa lógica que pretende instaurar, aún en medio de la catástrofe interna, un mensaje político hacia el exterior.

Un paralelismo se torna ineludible: Argentina organizó los Juegos en 1995, en Mar del Plata, bajo el sesgo de una intensa propaganda gubernamental La experiencia, fuera de un relativo éxito deportivo -magnificado entonces por la mayor parte de la prensa-, dejó más de una sombra sobre la real envergadura y administración de los fondos de esa competencia. La contradicción entre el apoyo gubernamental y el contenido endeble de ciertas políticas públicas -incluso deportivas- resulta manifiesto y, a veces, hasta grotesco.

Sucede que ese «ruido» se diluye, según parece, frente a las apropiaciones, construcciones, imaginarios, que los países periféricos obtienen como «capital simbólico», un campo del que todavía no fueron completamente desplazados.


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