“Lucir al Che en una chomba es apoyar una dictadura”

Forjador de la más rigurosa historia sobre la socialdemocracia internacional escrita en el país, Fernando Pedrosa es un minucioso investigador de la naturaleza del régimen castrista y sus contradicciones.

Redacción

Por Redacción

entrevista: A Fernando Pedrosa, historiador, autor de “La otra izquierda”

CARLOS TORRENGO

carlostorrengo@hotmail.com

— En recientes ensayos -breves en todo caso- pero también en su libro, trabaja mucho sobre Cuba y la izquierda democrática. ¿Marcha Cuba hacia un régimen político más abierto?

— Es muy complejo asumir el tema desde certidumbres. Sólo podemos afirmar que está abierta la posibilidad de que, tras la desaparición de los hermanos Castro, se instale un nuevo escenario que hoy no se sabe hacia dónde discurrirá.

— ¿Estados Unidos ayudará a ese proceso?

— Nunca ayudó mucho en línea oxigenar a Cuba. Durante décadas hostigó al régimen y así ayudó a su radicalización. Incluso, en nombre de la libertad y la democracia, respaldó a una oposición cubana en el exterior que, en la práctica, ni le interesaba la democracia ni la libertad.

— Pero hoy la oposición más digna y valiente está adentro de Cuba, aun perseguida. ¿Cambia en algo esto en relación a la mirada que desde el exterior se tiene sobre el régimen?

— No sé si en relación a la política de los EE. UU. Sí sé que desde el fin de la Guerra Fría ha mudado la mirada de muchos planos del poder nacional, internacional, sobre Cuba.

— ¿En qué sentido?

— En el sentido de terminar con cierta indulgencia con la que a lo largo de ese tiempo miró a la dictadura cubana. Esa fue, por caso y esta es una parcela de la historia a la que yo me dedico: la mirada de socialdemocracia y de la izquierda democrática en general. Reflexionaron y se relacionaron con la dictadura cubana sin mayores cuestionamientos, críticas a su naturaleza política, a su ejercicio del poder. En ese camino, Fidel Castro tuvo respaldo de gente que no se puede dudar de su ideas democráticas -Olof Palme, Willy Brandt, Miterrand, Bruno Kreisky e, incluso, de Felipe González-. Castro fue muy hábil en la construcción de convergencias con esos planos políticos. Se movió con flexibilidad ante ellos y en esto coincidía, en el marco bipolar que definió a la Guerra Fría, con la necesidad de esa izquierda democrática de mantener distancias de los polos: Moscú y Washington. Y entonces, si no se silenciaba el carácter dictatorial del régimen cubano, bueno… en ese punto no pivoteaban la argumentaciones de ese socialismo a la hora de vincularse con el castrismo, mientras desde adentro de Cuba el castrismo era coherente con su esencia: dictadura.

— ¿En ese marco se explica que el gobierno de Alfonsín nunca respaldara denuncias planteadas en la OEA y la ONU a las violaciones de los derechos humanos en Cuba?

— Por supuesto. Incluso vale recordar que durante el gobierno de la Alianza, cuando Adalberto Rodríguez Giavarini, primer canciller de Fernando De la Rúa, respaldó los cuestionamientos al castrismo por violaciones a los derechos humanos, ardió Troya en la Alianza en su conjunto. En el radicalismo, que hacía de los derechos humanos una bandera muy propia por el caso argentino, la polémica fue muy dura…

— ¿Cuál cree que es el desafío más duro que tendrá, desde lo organizativo, una eventual transición del régimen cubano hacia un modelo político-económico más abierto?

— Tengo una impresión: si la dirección de la transición es de esa naturaleza, habrá dificultades para armar un aparato de Estado concorde. Concretamente: cuadros administrativos y gestiones que piensen en términos de lo que es hoy un Estado más moderno para la creación y manejo de políticas públicas. Pensar, ajeno a dictados de sistemas de decisión no verticalistas, y donde el personalismo que impregna hoy a todo ese sistema comience a ser historia. Es muy duro encontrarse con los cajones vacíos…

— ¿Qué quiere decir?

— No más que un recuerdo… Tengo conocidos que formaron parte del gobierno de Alfonsín en su primera etapa. Y recuerdan que cuando abrían los cajones de sus escritorios -es una figura, claro- en procura de lo que había dejado la dictadura militar en relación a este o aquel tema, bueno… no había nada.

— ¿Puede compararse la ausencia de esos cuadros que padecería Cuba con la que padeció China a la hora de iniciar su apertura económica?

— No me atrevo a comparar. Pero esa carencia es evidente en todo régimen político cerrado, acrítico y burocratizado, para manejarse en un mundo que muda y muda.

— ¿Cuál es el riesgo que corre Cuba si fracasara su eventual transición a un régimen más abierto?

— Estaríamos frente a lo que generalmente se define como un “Estado fallido”… un imposible de cambiar. Si se intenta más democracia, modernización del aparato productivo, liberar las fuerzas que naturalmente laten en toda sociedad que tiene condicionada sus aspiraciones de progreso personal… si eso sucede, los planos más dogmáticos del régimen blandearían el discurso de que “con los Castro se estaba mejor”. Mire, no digo que sea simple, lineal, ajeno a argumentaciones, pero las miradas desde las cuales debe reflexionarse el camino que debería seguir Cuba no es compleja.

— ¿Cómo es eso?

— La realidad dice que los cubanos “están ahí”, con sus aspiraciones personales, sus ideas, sus imaginarios, sus convicciones muy propias sobre lo que es el progreso. Lo cual no implica ausencia de solidaridad para con su país ni déficit de asumirse como integrantes de un todo, sino pensar que ellos también cuentan con intimidad, como familia…

— Siguiendo ese razonamiento, la argentina Mónica Hill dice que el régimen cubano se fundó en una utopía: pedir a los cubanos que se conciban como piezas de un proyecto colectivo cuyo sentido les es definido y está sujetado exclusivamente por el poder.

— Es así, sí. Y eso lo dice en un reciente trabajo. En otro, anterior -”Silencio Cuba. La izquierda democrática frente al régimen de la Revolución Cubana”- sostiene que el régimen cubano, como todo proyecto que apunte a lograr una igualdad social radical, requiere necesariamente de un poder radical para someter las diferencias que son naturales a la existencia. La libertad, concretamente.

— ¿El punto crítico del fracaso de la ingeniería comunista está ahí?

— Y tiene su historia muy larga, con independencia de cómo implosionaron hace dos décadas la URSS y Europa del Este…Vale recordar la resistencia de los campesinos ucranianos cuando Stalin colectivizó sus tierras. Para imponerlo asesinó a varias millones de personas… Pero, acepto, esto fue un extremo…

— En sus reflexiones sobre por dónde irá Cuba sin los hermanos Castro, usted suele decir que, ya desde el mismo régimen, hoy hay una pelea por lo simbólico. ¿Qué alcance tiene eso?

— Que lo que unos quieren -la oposición- es que muertos los Castro, los Castro son historia. Y lo que los castristas quieren es manejar la transición en términos de evitar un Yeltsin, que tras Gorbachov vino y dijo: “Nada de lo que se hizo sirve”. Para el caso, evitar el “¡al final, Fidel tenía razón. Todo se ha caído!”

— ¿Pero entonces hay debates dentro del mismo régimen?

— Por supuesto. Y hay purgas como consecuencia de las ideas que se organizan en relación a este tema. No tiene el carácter de las stalinistas, por supuesto. Pero hace algo más de dos años, cayó un canciller, un grupo importante de cuadros de la Revolución, por interrogantes e ideas que se formulaban en relación al futuro.

— ¿Cómo cree que evolucionarán los cambios que, a modo de cuentagotas, van liberando el régimen en su relación con la sociedad?

— Pocos, pero interesantes. Van formando convencimiento de que no se puede cerrar y cerrar. Eso es la legislación en materia de inmigración, poder tener un celular, flexibilizar el tratamiento que se les da a los intereses que van surgiendo vía la actividad del turismo… Además, y tiene relación con esto, Cuba está preocupada por el futuro de Venezuela. Ya no está Chávez y ahí hay revuelo. Cuba depende mucho de Venezuela, igual que Nicaragua. Esta es la razón por las cual se fortalecen lazos con China, con Taiwán, que son sinónimos de recursos.

— Contundente escribir que quien luce una remera del Che de hecho está avalando una dictadura, ¿no?

— Lejos de mi ánimo de lesionar ideas, pero sí en mi ánimo de decir lo que pienso, esa reflexión hace a un convencimiento que anido desde hace años: al progresismo latinoamericano le encanta la Revolución Cubana, fundamentalmente cuando está lejos, en el Caribe concretamente. Incluso hay mucho de romántico en esa adhesión, que viene de lejos pero que nunca computó que entre la realidad concreta en el campo de la libertad y la revolución idealizada, hay mucha distancia. Distancia que hace a la libertad, nada menos. En tren de esto, funciona el mito construido con el Che. Escribí que es un “héroe construido sobre la misma negación de su comportamiento y decisiones reales”. Entonces, y haciendo la salvedad de que una chomba con el rostro del Che de hecho puede no implicar nada para quien la use, es sin embargo sostener un símbolo, una imagen que hace a una dictadura…

— ¿Qué fue políticamente el Che?

— Un fracasado al que el propio Fidel dejó de lado.

Martín Heer


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