Macri contra el Estado profundo

Mirando al sur

A diferencia de los populistas e izquierdistas que atribuyen los reveses que sufren a la patria financiera, a lo que en otros tiempos algunos llamaban la sinarquía o a las maquinaciones de imperialistas antiargentinos con su cuartel general en Londres o Nueva York, los macristas se preocupan por las actividades de personajes que raramente figuran en las listas negras de sus adversarios políticos. Ya antes de iniciar su gestión, Mauricio Macri hablaba pestes de un “círculo rojo” que a su entender quisiera hacer de él un títere. Luego de más de un año en el poder, se ha puesto a denunciar a “las mafias”, a camarillas supuestamente vinculadas con “el poder permanente” cuyos miembros raramente muestran la cara en público pero son plenamente capaces de obligar al gobierno de turno a obedecer sus órdenes.

Parecería, pues, que Macri se ha convencido de que el enemigo a batir para que su gobierno alcance sus objetivos es el equivalente local del “Estado profundo” norteamericano cuyos agentes, según los laderos del presidente Donald Trump, están procurando hundir al magnate populista sacando provecho de todas las oportunidades para ocasionarle dificultades.

Para muchos, hablar de un “Estado profundo” es típico de aficionados a las teorías conspirativas, o sea, de personajes como Trump y el mandamás turco Recep Erdogan, pero sucede que en todos los países hay quienes se oponen a cualquier cambio que podría amenazar sus propios intereses creados. A menudo tales personajes logran actuar en conjunto sin tener que reunirse. Anidados en los servicios de Inteligencia, la Policía, la burocracia administrativa, el Poder Judicial, los medios periodísticos más influyentes, los sindicatos y las entidades empresariales, suelen ser expertos en el arte de frustrar a gobiernos reformistas que, por mucho que sus voceros rabien contra “la máquina de impedir”, no saben cómo desactivarla.

El fantasmagórico Estado profundo es un enemigo escurridizo. Carece de líderes formales, jerarquías reconocidas u organizaciones declaradamente representativas. Es amorfo, ya que en el fondo sólo es cuestión de una multitud de individuos que, como es natural, están resueltos a conservar lo que ya tienen y por lo tanto se resisten a permitirse despojar de lo que creen son derechos legítimamente adquiridos.

Aunque sería difícil negar que el modelo corporativista que se consolidó hace casi tres cuartos de siglo en la Argentina ha fracasado de manera desastrosa, condenando a millones de familias a la pobreza degradante y privando al país de la posibilidad de formar parte de la elite mundial, muchos temen encontrarse entre los perdedores si fuera remplazado por otro esquema presuntamente más moderno. En teoría, la mayoría estará a favor de una versión del “cambio” pregonado por los macristas y sus aliados, pero escasean los dispuestos a facilitarlo por parecerles tan riesgosa la transición que sería necesaria para que el país se dotara de un orden socioeconómico más promisorio que el actual.

Lo mismo que muchos otros mandatarios, tanto aquí como en el resto del mundo, a comienzos de su gestión Macri creía que le sería relativamente sencillo superar los obstáculos erigidos por los contrarios a los cambios que se proponía llevar a cabo merced al apoyo mayoritario que acababa de manifestarse a través de los resultados electorales. Pasó por alto las advertencias de quienes le decían que, a menos que un gobierno nuevo aproveche al máximo los primeros cien días en el poder, no le será dado concretar lo que tenía en mente antes.

Así le fue. Si bien los macristas pudieron resolver algunos problemas financieros engorrosos al romper el cepo cambiario y reconciliarse con los acreedores, no consiguió hacer mucho más, de suerte que brindó a los decididos a oponerse a aquellas reformas que podrían perjudicarlos tiempo en que reaccionar, lo que hicieron organizando contraofensivas so pretexto de que el gobierno privilegiaba a los ricos; quería hundir a la industria nacional y politizaba la Justicia, entre otras cosas igualmente malas.

En principio, el gradualismo que el macrismo se vio constreñido a adoptar tendrá sus méritos, pero para que funcionara el gobierno precisaría contar con una mayoría parlamentaria segura, lo que, huelga decirlo, le permitiría aplicar una política más vigorosa. Sin embargo, puesto que Cambiemos está en minoría, no ha tenido más opción que la de resignarse a ver diluidos casi todos los proyectos de ley que envía al Congreso, lo que sólo sirve para fortalecer todavía más un statu quo que muy pocos pueden considerar satisfactorio.

Todas las sociedades humanas son conservadoras. Incluso aquellas que caen en manos de revolucionarios brutales resueltos a renovarlas por completo se resisten a abandonar la cultura tradicional. La Rusia de Vladimir Putin se asemeja más al país de los zares que a la atroz utopía estalinista, mientras que para los interesados en entender lo que está sucediendo en la China nominalmente comunista las doctrinas confucianas son más útiles que las de Marx, Lenin y Mao.

Es que las costumbres suelen ser mucho más fuertes que los esquemas abstractos que fascinan a ideólogos resueltos a remplazar las sociedades actuales por otras que a su juicio serían decididamente mejores. Estarán en lo cierto quienes dicen que para que la Argentina sacara más provecho de su capital humano sus habitantes tendrían que experimentar un “cambio de mentalidad”, pero parecería que a muchos que hablan así no se les ocurre que ellos mismos podrían estar entre quienes se verían beneficiados por la lobotomía cultural que quisieran llevar a cabo. Puede que una parte sustancial de la población entienda muy bien que el orden corporativista existente es incompatible con el progreso socioeconómico que todos dicen querer y que muchos ya piensen como sus contemporáneos en las zonas más desarrolladas del planeta, pero hasta que los comprometidos con el Estado profundo, poder permanente o, si se prefiere, “las mafias” se dignen a acompañarlos, muy poco cambiará.

A comienzos de su gestión Macri creía que le sería relativamente sencillo superar los obstáculos erigidos por los contrarios a los cambios que se proponía llevar a cabo.

Todas las sociedades son conservadoras. Incluso aquellas que caen en manos de revolucionarios brutales se resisten a abandonar la cultura tradicional.

Datos

A comienzos de su gestión Macri creía que le sería relativamente sencillo superar los obstáculos erigidos por los contrarios a los cambios que se proponía llevar a cabo.
Todas las sociedades son conservadoras. Incluso aquellas que caen en manos de revolucionarios brutales se resisten a abandonar la cultura tradicional.

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