Mala praxis
La infamia rioplatense tiene raíces en antecedentes -cuidadosamente ocultos- sobre tráfico de esclavos por familias hoy aristocráticas. Luego transitan dos siglos de desatinos: pulverización de pequeñas y medianas industrias de Cuyo, Córdoba y Corrientes; desidia porteña al permitir secesiones territoriales (Alto Perú, la Banda Oriental y el Paraguay); empréstito de la casa Baring; ley de Enfiteusis; tratado Roca-Runciman, etc. Y finalizan en los escándalos contemporáneos de oro, armas y drogas. Pareciera que lo único importante de la historia económica -desde el Virreinato a la actualidad- tiene que ver con las prebendas del negoción desde o hacia el exterior. Nada de eso sería posible sin un país haciendo fuerza para el cometido de unos pocos.
La responsabilidad sobre temas de planificación exige determinados postulados, los cuales no abundan en el oficio de la decisión política. Conocimiento previo, esfuerzo para la actualización, sana crítica de las propias convicciones, entre otros supuestos. Esa carencia explica -en parte- los motivos por los cuales la exuberancia argentina escapa de los filtros administrativos y genera utilidades fabulosas en determinados nichos repetidos. En ese contexto la ignorancia se transforma, milagrosamente, en ventaja de quien conduce, legisla o juzga. Pareciera que conviene desconocer o simular atrofia cultural. Total la mala praxis figura poco en el diccionario de los poderes del Estado. Igualmente la impericia, imprudencia o negligencia.
Algunos datos de la realidad. Para el censo nacional agropecuario de 1988 había en el país 421.221 explotaciones agropecuarias. Catorce años más tarde (CNA 2002) quedaban 317.816. La variación intercensal desnudaba la desaparición de 103.405 explotaciones. Sin embargo la superficie media de las mismas aumentó en un 28%, lo cual indica una clara concentración parcelaria. En ese mismo período el stock de ganado bovino se mantuvo estable en 47 millones de cabezas. David Ricardo (1772 – 1823) se debe estar revolcando en su tumba. El padre de las ventajas comparativas, es decir las conveniencias de la especialización, nunca imaginó la aparición de las costumbres argentinas. No existen demasiados sitios en el mundo en los cuales se puedan desarrollar ciclos ganaderos de tanta eficiencia. Si a eso se le agrega la calidad del producto, sumado a temas sanitarios estratégicos y la demanda ansiosa por el “argentine beef” como denominación tácita de origen, nadie entiende el motivo por el cual no existe una población vacuna multiplicada por cuatro. El caladero argentino tiene una extensión de casi 5.000 km. La zona económica exclusiva y el área adyacente (de acuerdo con la Tercera Convención de los Derechos del Mar) es de 350 millas marinas. Todo un pedazo de riqueza, absurdamente inadvertido.
Durante la década de los ’90 se implementó un régimen de charteo y luego el convenio con la Unión Europea, con lo cual las capturas fueron en aumento con tal dimensión que pusieron en peligro de extinción algunas especies. Durante la fatídica temporada de 1997 se registró un récord de 1.340.000 toneladas. Solamente de merluza hubbsi se capturaron 587.000 toneladas, el doble de lo obtenido en 1988. La sobrepesca fue de tal magnitud, que el Consejo Federal Pesquero debió establecer para el 2000 un tope, sólo para merluza, de 110.000 toneladas, que -según parece- no se respetó.
El 70% de las capturas lo realizan buques congeladores y factorías. El 50% del total de la captura se exporta, pero sin valor agregado, pues todo el proceso industrial se hace en países de destino. Conclusión: disminución de mano de obra del país, menor precio de los productos que se exportan y depredación incontrolable del caudal pesquero.
La soja es paradigma del comportamiento espasmódico. Durante el Censo Nacional Agropecuario ’88 la superficie implantada por oleaginosas (soja y girasol) era de 5 millones y medio de hectáreas. Para el reciente CNA 2002, el monstruito había alcanzado las 9 millones de hectáreas. Bastó un señuelo en los precios internacionales para que todo el mundo se fuera de boca a un cultivo de características críticas en materia de: 1) conservación de suelos, 2) consideración por la biodiversidad y 3) mantenimiento de los estilos y tradiciones productivas. Si se observa el panorama sojero se nota que en la región pampeana el aumento fue del 60%, para el NEA un 86% y 138% para el NOA. Lo grave tiene que ver con el desplazamiento, casi salvaje, de prácticas culturales convencionales.
El arroz descendió en un 44% de superficie cultivada, el girasol el 34% y el maíz el 26%. Otras actividades agropecuarias como la ganadería de carne, el tambo y otros cultivos industriales fueron víctimas de la expansión de soja. Más allá del abandono tecnológico, genético y pérdida de visión agraria, un efecto no deseado fue el abastecimiento del mercado interno. Desde la devaluación del 2002, la canasta básica alimentaria aumentó un 73%. Este incremento tiene que ver con cuatro productos (de los 23 que constituyen el indicador): leche, carne, queso y pan. Salvo el trigo (materia prima del pan), los otros tres vieron afectado su volumen comercial por el avance de la soja. Es comprensible, entonces, la sensibilidad de la plaza que dispara el precio de la carne no bien se oferten mil cabezas diarias menos en el mercado de Liniers. Algo difícil de comprender en el paraíso terrenal de las vacas, terneros, novillos y toros.
Antes de 1990 las reservas comprobadas de gas y petróleo estaban estimadas en un horizonte cercano a las tres décadas. Después cambió la doctrina, desapareció la empresa estatal que exploraba y se construyeron enormes ductos para el traslado del recurso gasífero y petrolífero a Chile.
Ahora, pocos años más tarde, el país entró en problemas de abastecimiento, hay que importar gas de Bolivia y la sociedad se entera de que las reservas sólo alcanzan a un período efímero de 10 años.
Esto de los espasmos no es broma. Carlos Menem contuvo la inflación, favoreciendo la importación de cuanta mercancía se producía en el país. Con lo cual mandó al tacho a infinidad de industrias autóctonas. Los precios de alimentos y vestimenta mantenían la estabilidad, pero crecieron el desempleo, la pobreza y marginalidad. Un día la nación amaneció con la capacidad productiva aplastada, los contratos envilecidos y la equidad destrozada. De allí en más, todo se basó en el principio de acción-reacción. Las recetas absolutamente mecánicas y reflejas, sin tiempo ni ganas para analizar causas, buscar alternativas o generar planes inteligentes. En la Argentina de los recursos naturales abundantes, ventajas comparativas innatas y del avance científico y tecnológico disponible, los métodos portuarios -transportados sin demasiados cambios del siglo XVII- siguen dominando el paisaje de la decisión.
El Estado dispone de herramientas lógicas para ordenar el desarrollo armónico de la economía nacional. La orientación del crédito supervisado en función de aptitudes para articular sectores de la economía (materias primas, transformación y servicios). La definición de actividades de interés y su priorización en el marco de un capitalismo útil. El incentivo impositivo para determinados segmentos productivos de características estratégicas. El rediseño de organismos indispensables para garantizar la calidad y sanidad de los productos. Son todas tareas pendientes. También el esquema de una nueva hipótesis de conflicto que apunte a defender el patrimonio biológico y sanitario de los recursos naturales. La plataforma marítima, las fronteras y el espacio aéreo sufren un abandono inexplicable y ponen en serio riesgo las bondades de la producción nacional. La formación académica y la promoción de la investigación, con fondos públicos, debieran apuntar a las necesidades de la producción y no tan sólo a las demandas de las corporaciones. Mientras el conocimiento sirva, únicamente, como argumento para justificar permanencias de poder, en vez de ser considerado como el gran medio para transformar la realidad, la sociedad argentina seguirá malogrando todo. Comenzando por el porvenir colectivo.
Por Andrés J. Kaczorkiewicz (*)
Ex subsecretario de Producción Agraria del Neuquén.
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