Marcelo Bielsa lo hizo de nuevo
Claudio Andrade
candrade@rionegro.com.ar
Jugadores, políticos de turno y anónimos testigos de ocasión esperaban que el saludo entre el (¿ex?) entrenador de la escuadra nacional y el presidente de Chile, Sebastián Piñera, fuera unos grados más cálido que el anterior –lánguido y frío por parte de Bielsa, nervioso y resignado, por el de Piñera–, en las instalaciones de Juan Pinto Durán. Se trataba de una visita inversa. Era el mandatario el que recibía a la selección en el Palacio de Gobierno.
Nada cambió ente ambos. Un jefe pasó al lado del otro sin que se moviera una hoja. Para la historia del fútbol y la política trasandinos, la ausencia de mutuos afectos quedará como una anécdota más o menos menor en el marco de la hazaña deportiva y finalmente cultural que realizó este grupo de jóvenes liderados por un argentino.
Días atrás Marcelo Vega, jugador del equipo que participó del Mundial de 1998, dirigido por el uruguayo Nelson Acosta, abrió una polémica al tiempo que señaló una verdad. Según Vega: “La Roja del 98 fue lejos mejor que ésta”. Y agregó, feroz: “Todos en Sudamérica tenían equipazos y por eso era difícil sacar puntos afuera. Había figuras como Valderrama o Etcheverry. Ha bajado mucho el nivel. Ahora no hay un (Ronald) Fuentes, (Pedro) Reyes o (Javier) Margas. A Alexis Sánchez aún le cuesta en el Udinese y acá es figura. Acosta colocaba a los jugadores en sus puestos. Bielsa tiene el mérito de moverlos”.
Al contrario que Acosta, Bielsa ha debido moldear un plantel sin estatura, y no sólo de estatura física, sino también de alcance técnico y psicológico. Si existe un mérito subrayable en este equipo, si existe una razón para que haya sido recibido con honores en la Casa de Gobierno, ese mérito y esa razón, le pertenecen a Bielsa. Es cierto que Harold Mike-Nichols, presidente de la Federación de Fútbol, puso a disposición los recursos para que el técnico trabajara a su gusto. Sin embargo, poco y nada se podía hacer con las carencias naturales de la selección chilena. Porque si Argentina tiene en cada convocatoria un abanico de posibilidades, Chile apenas puede sacar a relucir un puñado de jugadores eficientes. Salvando a uno o dos nombres, el equipo de Bielsa conforma un seleccionado de los menos malos.
En estos últimos dos años Chile salió a la cancha con un nombre por delante, Bielsa, y con un propósito, dar pelea a quien se pusiera en frente. Los medios españoles definieron a Chile como a un “equipo de autor”. De no haberlo sido, un equipo disciplinado que aceptó sin queja las coordenadas y las estrategias de su líder, tal vez no hubiera llegado tan lejos.
Chile carece de grandes figuras. La más prometedora, Humberto Suazo, comenzó lesionado el Mundial y jamás se recuperó. Luego de estar a préstamo en el Zaragoza, regresará a Monterrey. Y Marc González seguirá empecinado por la banda en la fría Rusia. Y Jorge Valdivia, perdido en Arabia Saudita. Y Alexis Sánchez tratará de esquivar a las soberbias defensas que frustran las pretensiones de su humilde Udinese. Y Jean Beausejour cumplirá su contrato con el América hasta que alguien pague lo poco que piden por él. Y Carlos Carmona hará un esfuerzo sobrehumano en la Fiorentina a ver si trasciende o lo ven o lo escuchan.
Chile fue una reafirmación de que el trabajo colectivo es una alternativa cuando la individualidades no son geniales. No hay nada de qué avergonzarse. Cada uno iba detrás de la misma gloria y aunque fracasaron en el intento, se ganaron el respeto de los demás. Por eso su vuelta resultó un acontecimiento y por eso Bielsa no necesitó adornar el protocolo.
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