«Maxi» Morales y una vida armada sobre la base del deporte

Con la victoria en el "Desafío al Infierno" cerró un año bárbaro. "Siempre que corro quiero ganar y me "mato" entrenando", sostiene. "Me levanto a las siete de la mañana y no paro hasta la noche".

Es figurita repetida. Verlo cruzar la meta en primer lugar ya no sorprende porque lo hace desde hace cinco años.

Maximiliano Morales es la cara de las pruebas combinadas de la región y lo ratifica en cuanta competencia puede. El domingo volvió a hacerlo en el «Desafío al Infierno», que ganó por segunda vez, ahora junto al sanmartinense Fabián Vera.

En el único día de descanso que se permitió, le contó a «Río Negro» cómo hizo para ganar esta durísima prueba y quedar con resto, a pesar de recorrer dos veces un tramo del circuito de ciclismo.

«Me avisó una persona arriba de la «trepada de las vacas» que el «Monito» (Vera) se había quedado abajo y fui a buscarlo».

– A pie…

– Claro. Cuando llegué le pedí la «bici» para cambiarle la cámara y le di la mía para que siguiera en carrera.

– ¿Por qué la cambiaste?

– Porque conozco muy bien el circuito y confiaba en poder alcanzarlo. Yo sé en qué lugar está cada piedra de las bardas.

– ¿Qué pasó mientras la cambiabas?

– Le puse una cámara que se infla sola, pero se infló hasta la mitad. Por suerte apareció «Paco» Bustos, que estaba como espectador, y me dio una rueda completa que había pedido por ahí. Dejé la del «Monito» y me fui con la que me prestaron hasta las «Tres Cruces», donde el auxilio me esperaba con una nueva. Ahí la cambiamos y cada uno siguió la suya.

– A todo esto, una parte la hiciste con la bicicleta al hombro…

Si, hay partes en dónde no podés seguir pedaleando.

– ¿Cuántos puestos perdieron?

– Cuando bajé a buscarlo nos pasaron Nelson Ojeda y Juan Carlos Ivars, pero después recuperamos la punta y ya no la dejamos más.

– ¿En qué lugar hicieron la mayor diferencia?

– Después de las «Tres Cruces» anduvimos muy bien. Hay lugares en donde fuimos a fondo.

– Lo peor de todo fue que no pudieron apreciar el paisaje…

– ¿Cómo que no? Cuando ya estábamos cerca del final de la etapa empecé a mostrarle todo.

– ¿Qué le decías?

– Y… éste es el Valle de la Luna, aquellas son las Tres Cruces, por acá bajas al río…

– Guía turista…

– Más o menos… Bueno metele, me decía, mirá para atrás para ver si vienen cerca. Pero no venía nadie.

– Y en pedestrismo…

– Los primeros cuatro kilómetros los marcó él porque venía ahogado de la «bici». Me parece que lo traje demasiado rápido. Me venía diciendo que cuidara el ritmo porque los perjudicados íbamos a ser los dos, claro. Después levantamos un poco el trote y llegamos a sacar una diferencia de quince minutos.

– Me imagino cómo llegaron…

– Bien, ¿por qué?

– Por tremendo desgaste…

– Yo estaba entero.

¿En serio?

– Te lo juro.

– Bueno, ¡»Superman» vive…!

– No pará, pará. Esto es producto del entrenamiento.

– Pero el resto también entrena…

– Es verdad.

– ¿Y?

– ¿Y qué?

– ¿Por qué ganás siempre vos?

– No sé, siempre que corro quiero ganar. Y me «mato» entrenando.

– ¿No salís?

– Casi nunca. Tampoco fumo, ni tomo alcohol. Nada.

– ¿Y ahora en las fiestas con qué vas a brindar?

– Con gaseosa.

– ¿Ni una copa de sidra?

– Ni una. No sé lo que es la sidra ni la cerveza. Y me molesta muchísimo el humo del cigarrillo.

– ¿Hasta dónde querés llegar?

– Hasta lo más alto.

– Pero ya estás ahí…

– Bueno, ahora quiero mantenerme.

– ¿Tu vida pasa por entrenar?

– La mayor parte. Me levanto a las siete de la mañana y no paro hasta la noche. Si no entreno sólo, salgo a correr o andar en «bici» con mis alumnos. Para ganar una prueba como el «Desafío» hay que entrenar todos los días.

– ¿Qué fue lo mejor del «Desafío»?

– La gente. Nunca vi tanto público en la «bajada de las vacas», por ejemplo. En la ruta te traen en el aire, no sentís nada de dolor. Fue bárbaro. Un cierre de año espectacular.

Fernando Merino

fmerino@rionegro.com.ar


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