MEDIO MUNDO: Vampiros

Después de todo puede que los vampiros no sean tan detestables como se suele pensar. He recorrido un largo camino acompañado por la sombra de estos chupasangres y, créanme, he llegado a entenderlos. Sobre todo después de ver, algo pasado de copas debo aclarar, aquel no tan viejo filme de Abel Ferrara llamado «Adicción». El director de «Maldito policía» otorga una visión distinta a la establecida por la mitología popular, que define al vampiro como un ser demoníaco dedicado exclusivamente a hacer el mal. La historia apócrifa de su nacimiento y desarrollo olvida que el vampiro, en realidad, está atado a la sangre del mismo modo que un yonqui al crack.

En términos generales diríamos que el vampiro no puede evadirse de su derrotero y, para colmo, en la medida en que sacia su adicción, se encuentra con la odiosa realidad de que a su paso va dejando multitud de semillas que se transformarán en organismos torturados igual que él. Bueno, esto no es exactamente lo que explica la célebre saga de Anne Rice, iniciada con «Entrevista con el vampiro», puesto que asegura que para que uno se convierta en vampiro debe beber voluntariamente de la sangre de un nosferatu. Ferrara pasa por alto el detalle, como una forma de hacer más comprensible la parábola.

El libro de Rice incluye una de las más memorables páginas dedicadas al terror vampírico, justamente la primera de ellas que es cuando el periodista inicia la larga entrevista que lo conducirá a la noche de los tiempos.

Volviendo a Ferrara. No se puede sino sentir algo de compasión por esa troup de malsanas criaturas sedientas, desesperadas, obnubiladas por el fluido rojo que abunda en los demás, más no en ellos. Son capaces de sentir la vibración del caudaloso río corriendo por entre las venas de las personas, a lo largo y ancho de sus arterias. Esa seducción, ese juego perverso de tensión y obsesión tiene mucho de erótico. Y de las secuencias filmadas por Ferrara se desprende una rara forma amatoria, algo barroca, como detenida en el tiempo. Se trata de escenas en donde el orgasmo parece quedar congelado por la voracidad del monstruo y la resignación desnuda de su víctima.

Se entiende que la sangre es una metáfora de un objeto del deseo cotidiano. Es parte de la condición humana llevar consigo su propia adicción. A veces confesa, a veces solapada. En ocasiones simple, como beber café a las tres y cuarto de la madrugada, o extraña, como coleccionar tatuajes en el sexo (hay quien dice sentir una fascinación por el ronroneo doloroso del cincel del tatuador); da igual, el hecho es que existe.

De la misma forma y con el mismo fragor con que los vampiros buscan la sangre, las personas, los mortales, los que no vivirán más que un suspiro en el patio iluminado del universo, anhelan encontrar el amor de sus vidas y, tal cual un Conde de Transilvania, van de cuello en cuello, intentando atrapar la mariposa de la eternidad.

El amor, o la posibilidad del otro, es la mayor adicción que jamás haya existido.

 

CLAUDIO ANDRADE

viejolector@yahoo.com


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