MEDIOMUNDO: Miguel, o soñar la libertad

Miguel pasó este invierno del mismo modo que los últimos cinco: cazando liebres. La temporada del frío es el momento ideal para atraparlas. Desde hace unos años Miguel va de un lado al otro de la frontera con sus trampas. Los estancieros no le ponen reparos a su trabajo y él gana el dinero suficiente para transcurrir un año sin sobresaltos vendiéndoles la piel a los exportadores.

Aunque en la escuela nunca fue un alumno ejemplar, Miguel tiene notables habilidades para cualquier tarea que a uno pueda ocurrírsele: ha cazado liebres, cierto, pero también pumas, cuando éstos han atacado los rebaños de ovejas después de una parición. Es el único mecánico autorizado de su auto, un Land Rover de la década del ´50 que alguien trajo de las Islas Malvinas y que finalmente, después de mucho rodar, quedó convertido en chatarra. Fierros perdidos que adquirió por unos 1.000 dólares. Él se encargó de rearmar el vehículo igual que a un juguete.

Buena parte de agosto la dedica a pasear por ahí y mirar el cielo como si fuera el techo de su casa. Cuando le asaltan las ganas, agarra su mochila, su carpa iglú y un poco de comida y sale despedido en la veterana 4×4. Bebe poco. No fuma. Su verdadero placer radica en acampar, charlar y visitar a los amigos. Como hacían los hombres y las mujeres de mi pueblo hace ya muchos años, se deja caer por casa (o el rancho) sólo para decir «Hola» y matar el tiempo.

Más allá de la tradición, Miguel tiene estilo propio. Le gustan la buena ropa de montaña y los zapatos de trekking y ama su sombrero vaquero, que buscó con tesón hasta encontrar uno perfecto para él. Siempre le digo que le faltan el lazo y el caballo. Pero es una obviedad aclarar que quien tiene un Land Rover modelo ´50 no necesita cuatro patas. De igual modo, no le hace asco al galope. En la época en que se organizan las fiestas criollas de doma y folclore, se atreve a subirse a un caballo salvaje y trata -aunque no de domarlo- de mantenerse arriba por al menos un minuto sin perder la dignidad.

Hace un tiempo, una revista de turismo quiso ponerlo en su tapa. Les respondió con una sonrisa incrédula y un «No, gracias».

Setiembre marca el inicio de la temporada alta en la Patagonia austral, entonces es cuando empieza el verdadero ajetreo. Miguel es el guía de una empresa internacional de tours y el encargado de llevar a buen puerto a distintos grupos de extranjeros que se adentran en las montañas y los glaciares. A veces sus viajes son un auténtico paseo. A veces, una odisea. De cada cosa hay en la vida de un guía. Su condición física y su experiencia se han transformado en un comentario general entre quienes se dedican al rubro en espacios tan salvajes y maravillosos como el Parque Nacional Torres del Paine o la zona de glaciar Perito Moreno.

Cada vez que nos encontramos disfruto de sus conversaciones. Son dosis concentradas de filosofía natural que transmiten orgullo y seguridad. Miguel ha nacido donde quería nacer. Estoy persuadido de que si alguna vez tuvo la oportunidad de elegir una geografía, acaso en un plano que desconocemos, en una sobrevida que se escapa de la percepción ordinaria, pues Miguel hizo su opción. Puso un dedo en el mapa y el dedo lo ubicó en el extremo. Toda su persona respira armonía.

A pesar de que su tarea es ardua, Miguel tiene planes. Quiere conocer el mundo, mirar otros paisajes, descubrir la emoción cotidiana, no afectada, en los rostros de personas que nacieron a miles kilómetros de su mundo. A sus 23 años, no sólo carga mochilas y carpas: también lleva consigo la idea de volverse rico. Nadie puede culparlo de pecar de ambición desmedida a su edad. Él fue quien me enseñó que la libertad no se hereda sino que se obtiene después de un arduo trabajo. Y que, si no has empezado, debes hacerlo ya.

Fue la persona que me hizo entender que esa bella y controversial palabra tiene un precio. Supongo que Miguel aprendió la lección producto de una paradoja que se desarrolla en su trabajo como guía: al pie de las montañas avanza observando los picos nevados, pero cuando vuelve la cabeza hacia atrás ve un montón de profesionales americanos o europeos que han pagado con tarjeta su derecho a conocer tierras vírgenes en la Patagonia. Su ticket a la aventura. En ese trayecto, en cierta forma, Miguel acepta estar preso para después tejer su propio camino.

Hemos soñado juntos en muchas ocasiones. En cuestión de minutos elaboramos perfectos planes de negocios que un día nos permitirán fumar los más selectos habanos cubanos. Yo hablo de Shakespeare. Él, de refundar el mundo en el sur.

Soñar es el ejercicio de la poesía y la poesía, libertad.

 

Claudio Andrade

candrade@rionegro.com.ar


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