MEDIOMUNDO: Sueños locos

Tal vez, y después de todo, los sueños no tengan fecha de vencimiento. Quizás sean como un puñado de energía transformado en imágenes que nos seduce perseguir de un lugar al otro.

He leído por ahí que no se debe descartar el delirio cuando este se corporiza en el patio trasero del sentido común. Es una semilla, un viejo loco vestido de Dandy que tarde o temprano nos dejará una fracción de su sabiduría. Suena naif plantearlo pero delirar es el primer paso hacia la construcción de un deseo que aspira a volverse real.

Al final, uno termina siendo el reflejo de sus sueños (porque los ha conquistado o porque aun está en procura de unos cuantos) o de sus peores miedos.

Por cuestiones prácticas, la sociedad ha establecido que existe un cierto período en donde soñar no tiene connotaciones psiquiátricas. Siendo niño es incluso divertido confesar que se quiere ser domador de leones, bombero o astronauta. Más tarde, el mismo joven se desvela por integrar el clan de escritores exitosos, poetas malditos, filósofos atormentados o entrenadores de fútbol que pueblan los libros de historia. Las miradas extrañas comienzan cuando uno ya es un adulto hecho y derecho. Aseguran que llueve si se sacan mal las cuentas. Vos, tranquilo con lo tuyo.

Mi hija de 12 años me comentó al pasar (como si fuera nada) que quiere ser cantante, pianista y, en su defecto, periodista de modas («¿Se estudia eso, pa?»). Un cóctel que explotó en mi cabeza ante cierta evidencia dividida en dos capítulos. El primero: el día en que cantó muy bien junto a una pequeña banda de rock en un acto escolar. El segundo: cuando me regaló un fashion magazine hecho con sus propias manos mediante imágenes y tipografías sacadas de distintos websites. Sentí que debía tomarla en serio. Lo curioso del asunto es que a mi, de a ratos, me gusta imaginarme como periodista de modas. No crean, lo he evaluado. Por supuesto, luego lo he descartado. Demasiado problemático. También mi hijo, León, me dio buenas nuevas profesionales y a los siete años asegura que no sólo quiere ser chef sino que, de hecho, ya lo es. ¿Soy cocinero papá?, me pregunta noche tras noche mientras me ve correr detrás de las ollas.

Claro, sus sueños son proyecciones de los míos. Soy el que moriría por tocar el piano y cantar como Tom Waits, escribir sobre el último desfile de Armani y cocinar en un buen y perdido resto/bar de Nueva York. Son delirios, los míos, mientras que lo de ellos son gemas, círculos de luz que un día se abrirán hacia quien sabe donde.

Sin embargo, no importa cuantos años tenga en este momento, que tan bravo parezca ponerse en marcha, yo lo imagino: soy chef. Y no sólo me sueño chef o reportero también me asumo un verdadero cowboy porque me gustan los caballos y los campos infinitos del sur, y me siento junto a una fogata mientras los lobos se llaman entre sí. De este modo voy por la calle: cocinando en barcos que atraviesan el Atlántico, arreando ovejas, visitando Londres vestido de impecable traje y corbata, cocinando en un boliche berlinés.

Son sueños que están haciendo algo por mi. Me empujan. Me hablan de la libertad a precios altos pero que se deben pagar. Soy un tonto y un aprendiz de mago que persiste en creer que no se trata tanto de lo que eres sino de en quién te estás transformando.

 

CLAUDIO ANDRADE candrade@rionegro.com.ar


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