MEDIOMUNDO: Teoría

El deseo del otro. Aquel sobre el que depositamos nuestro deseo siempre desea a otro. Es una ironía de las tantas a las que nos tiene acostumbrados la vida. Ese alguien sobre el que mantenemos firme la mirada hace exactamente lo mismo pero con alguien más. Miramos pero no somos mirados por quien miramos. No somos nunca enteramente correspondidos. Hay ocasiones, raras, en que dos desconocidos terminan mirándose entre sí. Y sostienen esa posición por un tiempo hasta que la energía decae. Se agota. Entonces, nuevamente iniciamos una búsqueda. Somos amantes obsesivos de seres que no pretenden devolver el gesto. No tienen porqué. Esto tiene un explicación: este sistema doloroso hace fluir el amor, el deseo, la ansiedad de la piel ajena, como quieran llamarlos. Es un llamado superior que nos induce a prolongarnos. De otra manera estaríamos encerrados en un círculo y, al fin de cuentas, perdidos.

Elige una canción. No nos equivocamos cuando decimos «esa canción parece escrita para mi». Porque en verdad lo está. Las canciones, especialmente las de amor, nos susurran al oído y expresan lo que somos incapaces de decir de un modo absoluto: música más poesía. Dedicarle a alguien una canción continúa siendo uno de los actos más dulces que un ser humano pueda hacer por otro. Una canción nos dispara hacia un espacio secreto al interior de nosotros mismos donde guardamos la fotografía de quien amamos.

El amor es un viaje. Una travesía que podemos compartir. Un día comienza y un día termina. Desconozco por qué en muchas ocasiones nos empecinamos en suponer que no hay un final para aquello que una vez se inició. Quisieramos que como una borrachera de verano, el amor encuentre un caudal hacia lo infinito. Pero todo viaje tiene sus paradas. Quien hoy avanza junto a vos de la mano. Quizás un día opte por tomar un desvío. O quizás vos mismo decidas que ya han disfrutado de suficientes paisajes y pequeñas historias. Amar es viajar, mejor si el mapa no nos sugiere demasiado. Con despreocupada alegría hacemos el camino.

No hay eternidad. Como tampoco hay futuro. La construcción del amor es un juego del presente que se prolonga en la forma de una apuesta. Pero en el fondo, no sabemos. No podemos jurar que mañana estaremos unidos. Que mantendremos la misma idea, el mismo sabor, la mismas ganas. Esta obviedad es lo que pretende negar el matrimonio: que cambiamos y fluimos y en eso nos hace impredecibles. Si esto parece un poco pesimista, se podría pensar desde otro lugar: el sabernos hijos de un destino no escrito, el hecho de vivir el amor como una aventura, colabora en buena parte a que la pasión no decaiga. No tan rápido, al menos.

 

CLAUDIO ANDRADE


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