¿Mejor muerto que vivo?
Aunque las consecuencias de su muerte todavía son difíciles de calibrar, el hecho de que Osama ben Laden falleciera en el sorpresivo operativo estadounidense supone, al menos a corto plazo, un respiro para el gobierno de Barack Obama. Altos funcionarios estadounidenses aseguraron que el gobierno había preparado todos los escenarios posibles, incluso la posibilidad –aunque lejana, admitieron– de que se pudiera capturar a Bin Laden con vida. Aun así, cazar vivo al líder de Al Qaeda habría desencadenado un sinfín de preguntas de muy difícil respuesta: ¿Dónde encarcelarlo, en Estados Unidos o en el extranjero? ¿Cómo juzgarlo, por tribunales militares o civiles? ¿Cómo evitar que se convierta en un mártir viviente? Si Estados Unidos hubiera sido consecuente con la política aplicada hasta ahora, uno de los destinos más o menos inmediatos habría sido Guantánamo. Pero ello habría reabierto seguramente una herida aún no cerrada en el gobierno de Barack Obama, quien todavía no ha logrado vencer el laberinto político y legal que le impide cerrar la prisión . El éxito de la operación supone de forma indudable un espaldarazo a Obama, todavía no están del todo claras las repercusiones que tendrá la muerte del hombre más buscado en la última década. Para empezar, el propio Obama dejó claro que la guerra contra el terrorismo internacional está lejos de estar aún ganada. A la par, el Departamento de Estado lanzaba una alerta a todas sus embajadas y ciudadanos en el extranjero, por temor a represalias. Revelador resulta también el hecho de que el cadáver de Ben Laden fuera lanzado rápidamente al mar. La afirmación de que las 24 horas dadas por el islam para el entierro no habría dado tiempo a trasladar el cadáver a otro país suena a excusa. Muchos temían que, por mucho que se tratara de mantener en secreto la localización de la tumba, ésta habría acabado por convertirse en un lugar de peregrinación para extremistas.
Silvia Ayuso DPA
Aunque las consecuencias de su muerte todavía son difíciles de calibrar, el hecho de que Osama ben Laden falleciera en el sorpresivo operativo estadounidense supone, al menos a corto plazo, un respiro para el gobierno de Barack Obama. Altos funcionarios estadounidenses aseguraron que el gobierno había preparado todos los escenarios posibles, incluso la posibilidad –aunque lejana, admitieron– de que se pudiera capturar a Bin Laden con vida. Aun así, cazar vivo al líder de Al Qaeda habría desencadenado un sinfín de preguntas de muy difícil respuesta: ¿Dónde encarcelarlo, en Estados Unidos o en el extranjero? ¿Cómo juzgarlo, por tribunales militares o civiles? ¿Cómo evitar que se convierta en un mártir viviente? Si Estados Unidos hubiera sido consecuente con la política aplicada hasta ahora, uno de los destinos más o menos inmediatos habría sido Guantánamo. Pero ello habría reabierto seguramente una herida aún no cerrada en el gobierno de Barack Obama, quien todavía no ha logrado vencer el laberinto político y legal que le impide cerrar la prisión . El éxito de la operación supone de forma indudable un espaldarazo a Obama, todavía no están del todo claras las repercusiones que tendrá la muerte del hombre más buscado en la última década. Para empezar, el propio Obama dejó claro que la guerra contra el terrorismo internacional está lejos de estar aún ganada. A la par, el Departamento de Estado lanzaba una alerta a todas sus embajadas y ciudadanos en el extranjero, por temor a represalias. Revelador resulta también el hecho de que el cadáver de Ben Laden fuera lanzado rápidamente al mar. La afirmación de que las 24 horas dadas por el islam para el entierro no habría dado tiempo a trasladar el cadáver a otro país suena a excusa. Muchos temían que, por mucho que se tratara de mantener en secreto la localización de la tumba, ésta habría acabado por convertirse en un lugar de peregrinación para extremistas.
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