Michelle Bachelet: un cambio político-cultural

EDUARDO PALMA MORENO (*)

Especial para «Río Negro»

El 11 de marzo asume Michelle Bachelet la presidencia de la República de Chile. Esto implica, por un lado, la consolidación de un conglomerado de partidos de centro izquierda –la Concertación– que triunfa por cuarta vez consecutiva en las elecciones presidenciales desde que concluyó la dictadura pinochetista. Y, por otro, una vuelta de timón que marca un hito en la historia del vecino país: por primera vez una mujer accede al sillón de O'Higgins. Esto último constituye el resultado de un largo y esforzado proceso histórico que se inició en los sectores populares con la toma de conciencia de los derechos de la mujer. A medida que la clase trabajadora, el proletariado, se robustecía en sus organizaciones, la mujer se integraba paulatinamente a sus luchas reivindicativas. Muchas de ellas dejaron sus sueños y sus vidas en la masacre de la Escuela Santa María de Iquique y en tantos otros trágicos episodios que la historia oficial no registra.

Posteriormente, el acceso a la educación y la creación de círculos y movimientos sociales vinculados con la emancipación de la mujer les permitió una participación más directa en la política nacional. Así, conquistaron el derecho a sufragar en las elecciones parlamentarias y presidenciales. A elegir y ser elegidas. Los nombres de Carmen Lazo, Julieta Campusano, Elena González y Gladys Marín, entre otros, se perfilaron fuertemente en la historia de las contiendas cívicas de la nación. Esto se acrecentó durante el gobierno de Salvador Allende donde la mujer tuvo un papel protagónico en las actividades sociales, culturales y políticas del país. Sin embargo, durante el oscuro período de la dictadura de Pinochet cientos de ellas fueron torturadas, vejadas, asesinadas y desaparecidas. Miles tuvieron que salir apresuradamente al exilio. Michelle y su madre fueron encarceladas y expulsadas del país. Su padre, un notable general constitucionalista, murió como consecuencia de las torturas sufridas en prisión.

Pero las mujeres no se amedrentaron. Así como en Argentina surgieron las valerosas Madres de Plaza de Mayo, también en Chile las madres y familiares de las víctimas ultimadas y desaparecidas se organizaron y se comprometieron en la resistencia a través de ollas comunes, talleres populares y la lucha armada.

De ahí que el triunfo de Michelle Bachelet no fue algo fortuito ni sólo representa la aprobación de la ciudadanía chilena a lo realizado por el gobierno del presidente Lagos. Significa algo más : constituye un hito relevante y la culminación de una etapa y un cambio político-cultural significativo en la sociedad chilena.

Todo esto se inserta en un contexto latinoamericano caracterizado por cambios sociales y económicos profundos donde el mapa político ha cambiado notoriamente. La herencia dejada por los regímenes dictatoriales autoritarios para nuestras naciones se ha concretado a través de un modelo económico salvaje cuya política de ajuste estructural y sus correspondientes desregulaciones, orquestadas por el Fondo Monetario Internacional y el Consenso de Washington, ha profundizado y polarizado en forma alarmante las diferencias de los distintos sectores de la sociedad latinoamericana. Este modelo impuesto por las dictaduras ha acrecentado las desigualdades dejando a merced del mercado las áreas más sensibles de las políticas públicas de nuestros pueblos.

Si bien es cierto que Michelle Ba

chelet recibirá un país con una expectable situación económica, una relación cívico-militar normalizada y varias situaciones institucionales resueltas, existen problemas internos que siguen constituyendo la «tarea inconclusa» de los gobiernos concertacionistas. Pese a los esfuerzos desplegados por el presidente Lagos «no se ha crecido con igualdad» : para ello hay que legislar con urgencia acerca del sistema binominal y cambiarlo por uno proporcional y representativo; modificar las leyes laborales para ampliar el derecho a la negociación colectiva; incrementar en un 100% las pensiones mínimas y asistenciales y resolver definitivamente algunos problemas que tienen que ver con la salud y la educación.

Por otra parte, en el ámbito exterior, espera a la presidenta electa un panorama complejo y tenso en lo que se refiere a las relaciones con sus vecinos. Si bien es cierto que los problemas limítrofes han sido prácticamente resueltos en su totalidad, el nuevo escenario político obliga a poner los mayores esfuerzos para reorientar el camino de la diplomacia chilena frente a los nuevos emergentes ocurridos este último tiempo. No hay que olvidar, por ejemplo, que en Bolivia, el nuevo presidente Evo Morales ha hecho de la reivindicación marítima una constante bandera de lucha. En Perú, si triunfa en los comicios de abril el nacionalista Ollanta Humala, las relaciones pueden llegar a ser ríspidas. El presidente de Argentina, Néstor Kirchner, ha dado muestras de que no tiene problemas en sacrificar los buenos vínculos con Chile si la situación interna de su país así lo amerita.

En todo caso, el vigente mapa político de América del Sur –como señalaba más arriba– denota la inserción de una nueva conciencia social donde prevalece la buena voluntad de los gobiernos, la hermandad de los pueblos y un imperioso deseo de cortar amarras, definitivamente, con aquellos Estados hegemónicos que han impedido históricamente el desarrollo de una nueva ética en la búsqueda de un futuro más justo y solidario. He ahí la importancia de la educación. Ella debe coadyuvar a la reflexión crítica, al análisis objetivo y a la comprensión de los nuevos emergentes y las dificultades que inciden en los procesos políticos. Por eso hay que educar a las mayorías populares e impulsarlas a participar en los proyectos políticos de transformación económica y a tomar conciencia que es preferible una ética del trabajo que una ética del ocio; una ética del respeto a la ley y a las instituciones que una ética de la mafia y de la corrupción.

Es en este escenario donde la presidenta Michelle Bachelet debe estrenar su gabinete recientemente designado. Llama la atención el equilibrio de género y edades que hay en él. En todo caso no es una sorpresa: ella ya había mencionado este nuevo sello que tiene que ver con su estilo personal, donde quiere subrayar, principalmente, los rasgos de autonomía e independencia. Es decir, como afirma «El Mercurio» de Santiago de Chile, «un nuevo ciclo político que quiere que sea a su modo, al estilo Bachelet». En este equipo ministerial aparecen los rostros de la experiencia a través de Andrés Zaldívar (Interior) y Alejandro Foxley (Cancillería). Representan los políticos con experiencia ministerial y una amplia trayectoria política. En Hacienda, fue designado Andrés Velasco, un economista que consta con impecables credenciales académicas y técnicas. En Economía, una mujer : Ingrid Antonijevic, que adelantó su intención de crear nuevas empresas, dándole énfasis al emprendimiento.

En fin, menuda tarea le espera a la presidenta Michelle Bachelet. Sin lugar a dudas, saldrá airosa: para ello cuenta con la mayoría en el Parlamento, con una ciudadanía deseosa de que las cosas salgan bien y con la solidaridad e integración de los gobiernos y de los pueblos de Latinoamérica.

(*) Escritor y magíster en

Ciencias Sociales


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