Milagro en la villa
Por Eduardo Basz
En la Argentina está surgiendo una generación de jóvenes que nunca vieron trabajar a sus padres. Al mismo tiempo, aumentan los casos de violencia y abuso sexual en el interior de las familias. Pero en medio de esta situación extrema aparece otro tipo de sorpresas. En el sur de la ciudad de Buenos Aires se ubican, una tras otra, las «villas miseria». El contraste es mayor porque al lado se hallan barrios de clase media habitados por descendientes de inmigrantes italianos, armenios y, más recientemente, coreanos. Las «villas» también tienen un fuerte componente étnico: unas son de bolivianos, algunas de argentinos y otras de paraguayos. La Villa 21, la más grande de la ciudad con sus 30.000 habitantes, cuenta con un fuerte predominio paraguayo, aunque también hay argentinos del Litoral, que comparten la misma cultura.
Empezaron a notarse cambios a fines de los '90, cuando el padre Pepe, titular de la parroquia, trajo desde el Paraguay una imagen de la Virgen de Caacupé, figura hacia la cual los paraguayos sienten una gran devoción. Al mismo tiempo inició lo que él llama un programa de «líderes positivos». Es decir: chicos que no se drogan, ni se emborrachan, ni son violentos, que estudian y colaboran con la comunidad. Esta idea de 'trabajar con el ejemplo» se fue multiplicando por toda la villa y poco a poco se formaron grupos de adolescentes y jóvenes que, por medio de la religión, empezaban a darle un rumbo y un sentido a su existencia.
Carlos Pereyra es uno los jóvenes más activos de la parroquia. Apenas tiene 16 años, pero ha tenido una vida lo suficientemente intensa como para escribir una pequeña autobiografía. «Estaba en la calle. Entonces un seminarista, Charly, vino y me habló. Le dije que no aguantaba más estar en la calle. Hacía dos años y medio que estaba en esa situación. Vivía en cualquier lado. Tomaba y hacía de todo. Pero hace dos años que estoy en la Casa Hogar, voy a la escuela secundaria y colaboro con el Centro San José para Adolescentes, dando apoyo escolar para chicos de 12 a 17 años». Hernán Recalde (19), paraguayo, cuenta una historia parecida. También vive en la Casa Hogar, va a tercer año de la secundaria y cuando termine «si todo me sale bien, voy a estudiar Medicina. Tengo facilidad para eso». Está convencido, como muchos otros, de que «desde que vino la Virgen en el '97, cambió todo en la villa».
Sin lugar a dudas, el proyecto más ambicioso es un centro de formación profesional de jóvenes que tiene como sede un enorme galpón recientemente construido, gracias al apoyo de Cáritas de la localidad de Como, próxima a Milán. No está en la villa, sino en medio de un barrio, donde hay viviendas y empresas. Funcionan una panadería industrial, talleres de vela, de escultura (bajo la dirección del profesor están haciendo una obra para un monasterio benedictino), vitraux, computación. Ahí también están Giovanni Magatti (21), estudiante de análisis de medios, y Chiara Butti (22), de mediación cultural, ambos en la Universidad de Milán, miembros de un grupo de cooperantes. Hay otras tres chicas italianas que trabajan en los comedores. Al decir de Chiara, «la realidad es diferente. En Italia no hay una pobreza tan grave. Ya teníamos una idea de lo que podía ser por lo que habíamos leído o visto en la televisión. Pero ver y conocer a la gente de la villa hace que uno entienda que no es tan distante». El centro fue inaugurado en abril del 2003. Para Giovanni ésta fue «una experiencia memorable. Somos los primeros de una iniciativa que se repetirá anualmente. Cada verano europeo un grupo de jóvenes italianos vendrá a cooperar en algún proyecto y también algunos argentinos irán a Italia. La idea es continuar esto. Seguir trabajando». Y esto recién empieza.
En la Argentina está surgiendo una generación de jóvenes que nunca vieron trabajar a sus padres. Al mismo tiempo, aumentan los casos de violencia y abuso sexual en el interior de las familias. Pero en medio de esta situación extrema aparece otro tipo de sorpresas. En el sur de la ciudad de Buenos Aires se ubican, una tras otra, las "villas miseria". El contraste es mayor porque al lado se hallan barrios de clase media habitados por descendientes de inmigrantes italianos, armenios y, más recientemente, coreanos. Las "villas" también tienen un fuerte componente étnico: unas son de bolivianos, algunas de argentinos y otras de paraguayos. La Villa 21, la más grande de la ciudad con sus 30.000 habitantes, cuenta con un fuerte predominio paraguayo, aunque también hay argentinos del Litoral, que comparten la misma cultura.
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