Mitos y verdades de la desaparición de niños

Cuando abordamos el tema de la desaparición de niños nos invade una sensación de estupor y angustia de no saber hacia dónde salir a buscarlos. El imaginario colectivo se pone en marcha, mientras se teje una infinidad de hipótesis relacionadas con el robo y la venta de bebés, el secuestro extorsivo, extravíos en grandes tiendas o en concentraciones urbanas, niños abandonados en la calle. Y cuando nos enteramos de que pasaron dos años sin aparecer nos quedamos sin respuestas. La realidad es que hay niños, niñas y adolescentes que desaparecen de sus familias en circunstancias confusas, a la luz del día, cuando menos lo advertimos, y al iniciar la búsqueda ninguna sospecha debe ser descartada. Sobre semejantes tragedias y frente a la desaparición, la familia y el entorno social son de vital importancia, con el aporte de datos e información que servirá para el hallazgo. Sin embargo, detrás de la desaparición de un chico en la mayoría de los casos se esconde una gran conflictiva familiar. En más o en menos resulta ser así. Se desvanecen del escenario de la pesquisa las versiones que pretenden depositar la responsabilidad del hecho en causas ajenas a la familia (por ejemplo, que es secuestrado por extraños), por cuanto resultan a la larga inverosímiles. Lo cierto es, y así lo muestran las estadísticas, que los niños denunciados como perdidos, en un gran porcentaje, son víctimas de delitos tales como sustracción parental (padre, madre o familiar), que se configura cuando, encontrándose los progenitores separados, uno de ellos vulnera el derecho de custodia del otro que lo ejercía efectivamente, sustrae al niño del hogar donde convive y lo traslada o retiene indebida o ilegalmente llevándolo a otra ciudad, provincia o país. En este caso el niño es víctima de un delito cometido por su propio progenitor. Quien ejercía la custodia denuncia su desaparición aun sabiendo dónde podría hallarse o, en el peor de los casos, desconociendo su paradero. Otra franja etaria la componen los chicos que se extravían entre los 7 y los 12 años a causa de la llamada crisis de identidad (orientación sexual, discriminación, exclusión). Distinto es el caso de la abultada franja de desaparición de adolescentes de entre 13 y 17 años. Estos chicos se van de sus casas, lisa y llanamente. No son hurtados, robados ni secuestrados por su guardador/progenitor. La situación deviene más compleja toda vez que el adolescente se aleja de su hogar escapando de una realidad familiar agobiante que les es adversa. En términos generales puede traducirse en grupos familiares disfuncionales que ejercen maltrato y/o abuso sexual, trato negligente, denigrante, omisión de cuidado, un sinnúmero de comportamientos que delatan problemáticas vinculares opresivas, destructivas. Niños/adolescentes vulnerables de familias vulnerables que cometen abuso contra ellos (a quienes deben proteger) no se “fugan del hogar” y tampoco incurren en conductas delictivas; por el contrario, buscan un lugar donde estar a salvo de los desórdenes sociales de que son víctimas en su grupo de pertenencia. Otras veces se trata de familias extremadamente rígidas en su sistema disciplinar, tensionando constantemente los permisos de salidas y negando las capacidades progresivas de sus hijos. Esto reduce al mínimo los niveles de diálogo y confianza, lo que opera como factor facilitador de la partida y el alejamiento del hogar. Estas mismas desapariciones, motivadas en problemáticas familiares diversas, se estima que en su mayoría no son denunciadas por temor del adulto (cuidador, guardador, tutor o progenitor) a que su responsabilidad quede evidenciada y, en el mejor de los casos, se deja pasar un cierto tiempo de espera hasta formalizarla. Ciertamente, a modo de conclusión, la partida del hogar de un niño, niña o adolescente no es voluntaria, no ha sido consensuada con el adulto, no es fruto de un acuerdo en el que se privilegia su interés superior. La verdad es que el joven se va de su casa empujado por un contexto que no da respuesta a sus necesidades afectivas, emocionales, económicas, sociales y, sobre todo, que es dañado en su dignidad y sus derechos y sufre por ello. La desaparición no es más que el desenlace del castigo físico, el desamor, la desprotección, etcétera. Los adolescentes que se van de casa suelen aparecer implorando no volver al hogar, refugiándose en nuevos grupos continentes que logran verlos (reconocer su existencia como personas), los escuchan y los hacen sentir valorados y queridos. Continuar sosteniendo que a los chicos se los lleva el “cuco malo”, “que un auto los levanta y los hace desaparecer”, no es más que darle vuelta la cara a una realidad que tiene como punta de ovillo a la familia y sus cómplices. La visibilización de la problemática y la prevención social contribuyen a desarticular mitos que soslayan direccionar la mirada hacia los responsables. Una sociedad que debe tratar a su infancia como personas y no como cosas. (*) Abogada. Especialista en Derecho de Familia

CLAUDIA G. VÁZQUEZ (*)


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