Moby, Lucy y los diamantes

por PABLO PERANTUONO,

pperantuono@rionegro.com.ar

Sábado 1 AM, Buenos Aires, sociedad rural. Miles de chicos esperan ansiosos la salida del número central de la noche. Ya pasó DJ Fergie tocando en simultáneo con ¡una orquesta sinfónica! Ahora es el turno de un talentoso calvo neoyorkino, un músico de la globalización: es el turno de Moby.

Richard Melville Hall sale a escena y de fondo se escuchan los primeros compases de «Find my baby», segundo corte de «Play», el disco de aires electrónicos y guiños maquinales que lo hizo famoso y millonario. Las diferencias, no obstante, se establecen de inmediato. Lo que en el disco podía funcionar como un alarde de ingeniería musical, como la genialidad destemplada de un artista introspectivo y solitario, aquí suena como un martillo eléctrico en el estómago. Y parte de lo produce esa sensación es la banda multiétnica que acompaña al músico. Un guitarrista furioso y mexicano, una prodigiosa tecladista norteamericana y una colosal, simpatiquísima cantante inglesa, la inigualable Miss Lucy, una negra de garganta milagrosa que abría la boca y convocaba a la perplejidad del universo. Todo lo que en «Play» es máquinas, Lucy lo convertía en poesía. No hace mucho que acompaña a Moby, pero todo indica que la relación será duradera.

El neoyorquino le sacó todo el jugo posible a «Play» y toca partes de «18» y «Hotel», su último trabajo. El público, en tanto, se sumergía en éxtasis. Respondía a cada palabra en castellano de Moby con una ovación plagada de intensidad. El paroxismo llegó cuando el cantante presentó a Miss Lucy. Del piso de la Rural se elevó un estentóreo abrazo colectivo, dulce y verbal. Lucy, por poco, se disuelve en moléculas.

Cada tanto, Moby se disculpaba: por no saber hablar bien castellano, por su presidente (es «malo, estúpido y violento») y por el ecosistema (es vegetariano). Y aclaró que si bien era la primera vez que actuaba en nuestro suelo, su relación con la Argentina es anterior, por un tío que nació aquí. Quizás demagogo, dijo que se sentía argentino y que las chicas eran las más lindas del mundo. Cada palabra era respondida con una ovación estremecedora.

Luego de versionar a Radiohead con «Creep», de ponerse rockero con «Break on Through» de los Doors, el músico se despidió con «Lift me up», de su último trabajo. La fiesta estaba desatada en la Rural. El público había dejado de sacar fotos con sus celulares de última generación y se entregaba, eufórico, a una fiesta pagana cuyo hechicero era ese diminuto hombre calvo desbordante de sensibilidad, furia y melancolía.


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