Modelo para imitar

La estructura está pensada para que nada falte a los rurales.

Dicen que la fruticultura tiene nombre de mujer y en Allen existe una mujer que con su trabajo le rinde homenaje a la actividad todos los días. Norma Coriolani tiene 61 años y una historia de vida ligada a la producción. Nació en la chacra Nº 20 y de chica fue testigo de los vaivenes, los buenos y los malos tiempos, de la celebración de una buena cosecha o del lamento familiar porque la piedra o la helada se llevaban como si nada meses de sacrificio y trabajo. Esa sensación de impotencia que veía en los ojos de su padre cuando la cosa andaba mal y no se podía remontar, la alejó de la chacra. Se marchó hacia la localidad de Bahía Blanca para estudiar y allí se recibió de profesora en filosofía y psicopedagogía, especializada en la enseñanza a chicos con problemas de conducta o aprendizaje. Más tarde, el fallecimiento de su padre le haría tomar una decisión que marcaría el rumbo de su vida. “En ese momento mi mamá se preguntó qué hacemos ahora. Pensó en vender la chacra pero era la fuente de trabajo de la familia. Yo como docente tenía un cargo interesante pero mi sueldo no alcanzaba para mantener a toda la familia y entonces decidí volver”, cuenta Norma. A su regreso un ingeniero de apellido Merlo, profesor de la UNC, le enseño algunos conceptos sobre sanidad vegetal, nutrición y conducción de plantas. Norma tomó el timón de la chacra y nunca más lo soltó. En medio de la tempestad no le faltó valor para hacerse cargo de un pesado barco difícil de navegar. Luego, se enamoró del sistema de riego y llegó a liderar el Consorcio de Regantes de Allen y Fernández Oro, institución que dirigió. Hoy es una de las voces femeninas que se alzan con más fuerza cuando los productores salen a las rutas a reclamar por la tan anhelada rentabilidad. En la chacra de Norma Coriolani, ubicada a pocos metros de la escuela rural Nº 54 Dr. Velasco, nada está fuera de lugar. El establecimiento familiar, de 18 hectáreas en producción, tiene características que sorprenden. Es un lugar distinto. Las habitaciones de los trabajadores rurales son impecables, tienen todo lo que necesita un obrero, ya sea efectivo o temporario, para vivir. Un área especial para el acopio y el manejo de agroquímicos, un punto fijo para cargar la curadora, sanitarios y vestidores utilizados en horario de trabajo, una ducha externa para situaciones de emergencias con químicos y hasta un lava ojos, forman parte de la infraestructura que Norma diseñó para su chacra. Cada sector está identificado con la cartelería correspondiente. Un tanque con agua potable y un baño químico son trasladados al monte frutal cada vez que los obreros van a trabajar. Toda la fruta tiene un destino específico, nada se desperdicia. Una parte se destina a exportación a través de una empresa de empaque y el resto va al mercado interno. Hasta las variedades de peras que no son comerciales o algún pequeño lote de ciruelas, llegan a las verdulerías por iniciativa de Norma. Como una gran familia define Norma al vínculo que la une con los empleados que se desempeñan en su chacra. “Ellos llegan a trabajar y esa es la condición, que se integren a esta familia cuyo líder sería el capataz y luego yo. Ellos respetan su lugar de trabajo, cuidan su cuerpo cuando curan colocándose las máscaras y protectores. Ganan dinero pero trabajan muchas horas. Tienen toda la razón en pedir aumentos porque no les alcanza cuando van a hacer las compras, pero ¿de dónde sacamos el dinero si la fruta no tiene precio?”.

Hay equipo: Norma junto a un grupo de trabajadores de la finca. “Somos una gran familia”, cuenta ella.

Exportación, mercado interno y fruterías de la zona, el destino de la producción.

Aquí viven los rurales en la cosecha. Un tanque con agua potable y un baño químico son llevados al monte cada día. Hay ducha externa, lavaojos y áreas especiales.

el personaje


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