Momento de decisión
La película argentina, que representa a nuestro país en la preselección para los premios Oscar y Goya, es un relato intenso sobre la identidad sexual con un gran trabajo de Ricardo Darín.
El padre observa a su hija mientras duerme. Imagina que la protege aunque sabe muy bien que eso es imposible. En su mirada se vislumbra la desazón de aquel que reconoce que su deseo no se hará realidad. Ella se despierta y le dice:
– ¿Qué haces?
– Te cuido.
– No me vas a poder cuidar siempre.
– Hasta que puedas elegir.
– ¿Qué?
– Lo que quieras.
– ¿Y si no hay nada para elegir?
¿Y si no hay nada para elegir? Eso se plantea, entre otros tantos interrogantes, la ópera prima de la argentina Lucía Puenzo. Partiendo de un guión propio en base a un cuento de Sergio Bizzio, la directora estructura una trama que ubica al espectador en Piriápolis, Uruguay. Hasta allí llegaron Kraken (Ricardo Darín) y Suli (Valeria Bertuccelli) para comenzar una nueva vida junto a su hija, Alex (Inés Efron) que nació con ambigüedad genital. Un defecto congénito en el cual los órganos genitales externos no tienen la apariencia característica de ningún sexo.
A los dos días del nacimiento, los médicos les propusieron a los padres operarla, afirmando que la niña carecería de recuerdos. Pero ellos se opusieron. Como asevera Kraken: «¿Para qué operarla si desde el primer momento que la vi era perfecta?». Ansiando que el tiempo y el crecimiento de los tres les permita tomar la decisión
adecuada, la familia, en cierta forma «huye» de Buenos Aires en busca de un espacio de libertad. Pero la visita de unos amigos argentinos generará el quiebre lógico en ese universo aparentemente idílico.
Ramiro (Germán Palacios), Erika (Carolina Peleritti) y su hijo adolescente Álvaro (Martín Piroyansky) llegan invitados por Suli. Él es un médico especialista que estaría dispuesto a operar a Alex, aunque una serie de sucesos y las confrontaciones entre ambas familias y sus diferentes formas de vida, provoquen insalvables rupturas.
Desde la primera toma, Puenzo evidencia el tono del relato, atravesado por una densidad dramática que por momentos puede resultar asfixiante para el espectador pero que se mantiene durante todo el filme y le brinda una atmósfera distintiva a la historia. La
cámara se mueve entre los diferentes personajes buscando las miradas y su lenguaje físico, más que sus palabras. Si bien algunos diálogos parecen extraídos de un manual de frases hechas, la directora estructura la trama con precisión, estableciendo una conexión más que singular entre los rostros y su contexto. Una simbiosis entre el interior y lo que rodea a cada personaje, apoyada en la exquisita fotografía de Natasha Braier y el aporte musical de Andrés Goldstein y Daniel Tarrab.
Quizás su mayor mérito, aunque suene contradictorio, descanse donde también está su gran defecto: las actuaciones. Mientras sorprende Efron con sus vaivenes emocionales y la fragilidad bien expuesta de su criatura y Piroyansky reafirma sus increíbles condiciones, el trío de Bertuccelli, Palacios y Peleritti parece como contenido. En ninguna escena dan rienda suelta a las sensaciones que sus personajes experimentan, como si eligieran no darles la posibilidad de expresarse. Por su parte, Darín nuevamente se convierte en el eje dramático de la historia con otra actuación que confirma su evolución y su versatilidad. El actor evidencia la angustia y las dudas de ese padre desesperado desde un silencio desolador, con su mirada, en un registro que recuerda a otra de sus interpretaciones, la del «El aura».
El filme de Puenzo posee una madurez nada común en una ópera prima, que también la diferencia de otros exponentes del actual cine argentino. Una cinta que demuestra sus condiciones y se acerca a un tema complicado con sobriedad y sensibilidad. Su planteo sobre la libertad de elección es honesto hasta en sus dudas: «¿Y si no hay nada para elegir?». Una elección que tampoco la directora resuelve, dejando la última palabra al espectador.
Alejandro Loaiza
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