Mucho ruido, por Héctor Mauriño 25-01-04

Basta echar una ojeada a las ocho carillas que sirven de fundamento al proyecto de ley de hidrocarburos lanzado esta semana por el gobierno para advertir que la iniciativa de Jorge Sobisch es, entre algunas cosas más, un nuevo trampolín para lanzarse a la escena política nacional.

La farragosa colección de citas de Néstor Kirchner, su esposa Cristina y Oscar Parrilli -que para ser fieles a sus dichos inflamados de federalismo deberían convalidar la ley del neuquino-, más allá del culto a la «chicana» propia del estilo oficial, muestra que el objetivo es instalar una polémica con el presidente de la República.

Sobisch ya ha intentado sin éxito colarse en el escenario de las grandes ligas. En su momento apeló a la meneada «regionalización», que debía colocarlo como líder próspero de un puñado de provincias empobrecidas. Luego se lanzó a hacer turismo político y contrató los servicios de una costosa consultora para que le abriera puertas en Washington.

Más tarde, intentó ponerse de frutilla de la copa Melba en la alianza de López Murphy con los partidos provinciales. Pero sus competidores, que llevan algunos años más en el negocio, terminaron por cortarle los dedos. Ahora último, en fin, acaba de cosechar sus dos últimos fracasos. Los provinciales le dieron nuevamente la espalda -esta vez su plan era quedarse con la vicepresidencia tercera de Diputados- y el bueno de Rodríguez Saá lo dejó plantado.

Las pretensiones un tanto desproporcionadas del gobernador suscitan reparos entre sus ocasionales compinches políticos, al punto que a esta al

tura le quedan pocos y no muy calificados amigos en el escenario nacional (que se sepa, sólo el general Bussi y el comisario Patti lo consideran un par).

Es natural que en estas condiciones, tan poco alentadoras para su mentada «proyección nacional» Sobisch, que no es de los que se rinden ante la evidencia, termine sacando otro conejo de la galera.

Pero si el sueño presidencial de Sobisch es el objetivo más ostensible de la ley de hidrocarburos, de ninguna manera podría afirmarse que es el único.

A pesar de que la reforma constitucional del '94 traspasó a las provincias la propiedad del subsuelo, aún no se dictó una nueva ley de hidrocarburos, por lo que subsisten numerosos puntos contradictorios en la legislación.

Al avanzar sobre este aspecto, Sobisch parece buscar un contrapunto que lo coloque como contrafigura del presidente. Seguramente piensa que de esta forma podrá ganar la atención de los sectores que cuestionan el congelamiento de tarifas de Kirchner.

En realidad, aunque no enuncia ninguna novedad, el gobernador tiene razón cuando reclama por el atraso en el valor del gas. Si bien la provincia se benefició enormemente por la devaluación y por el elevado precio del crudo -buena parte de las regalías las cobra a valor dólar-, en el renglón del gas el precio ha quedado sensiblemente atrasado en relación con el mercado internacional, con la consiguiente merma de los ingresos provinciales por este concepto.

Aunque queda latente el reclamo por una justa actualización, Sobisch no puede pretender que el gas vendido en el mercado interno se le liquide en dólares. Como apuntó Jorge Lapeña, el ex secretario de Energía de Alfonsín, «no estamos en un país formado por feudos». Algo que el MPN no parece haber terminado de asumir.

La política energética la establece el gobierno federal de conformidad con los intereses del conjunto de la Nación y los motivos del actual congelamiento tarifario en un tema tan sensible socialmente como es el precio del gas, guardan relación con el descalabro económico que vive el país. En buena medida a causa de políticas que Sobisch suscribió alegremente y sigue alentando en la actualidad.

Como por otra parte no existe ninguna posibilidad real de que la provincia prospere en su intento de fijar el valor de los hidrocarburos, porque existen leyes nacionales que lo impiden. Y como Sobisch no puede ignorar el obstáculo que representa la jerarquía de las normas, debe concluirse que en realidad el gobernador aspira deliberadamente a crear un conflicto que lo beneficie políticamente.

O bien el propósito es lograr que las empresas del sector se encolumnen detrás de los precios neuquinos -algo altamente improbable porque si algo tienen las multinacionales es los pies sobre la tierra-; o bien se busca sentar las bases para un pleito judicial -lo que resulta más probable teniendo en cuenta la dosis de ironía hacia el gobierno nacional y la oposición puestos en evidencia por Sobisch en las declaraciones que acompañaron el lanzamiento del proyecto.

En este sobreentendido debe interpretarse el silencio de los funcionarios nacionales sobre la iniciativa neuquina. Responderle sería habilitarlo para la polémica.

Aunque hay que dar por descartado que la mayoría automática de la Legislatura convertirá en ley el proyecto de su jefe, al decir de un experto en temas energéticos que fue funcionario provincial y que prefiere el anonimato para evitar represalias del oficialismo, el proyecto de ley de hidrocarburos es tan defectuoso en el plano técnico como vulnerable en el jurídico.

Según el especialista, la iniciativa oficial es «un rejunte» de las normas existentes sobre el tema hidrocarburos. Contiene numerosas contradicciones y no introduce nada nuevo; a más de contradecir la Constitución provincial y el Código de Minería de la Nación. Con méritos tan dudosos, es poco probable que Sobisch pueda lograr algo concreto. Pero desde ya puede hacer mucho ruido. Parece que de eso se trata.

 

Héctor Mauriño

vasco@rionegro.com.ar


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