Mujeres Libres 27-12-03

Por Mabel Bellucci

En estos días, Buenos Aires, mejor dicho, el movimiento anarquista estuvo de fiesta: el colectivo Mujeres Libres cumplió diez años de trayectoria y aún no pierde la costumbre de reunirse semanalmente en la Biblioteca José Ingenieros, a pasos del histórico barrio de Almagro.

Siguiendo las reglas de hermandad, se invitó a una diversidad de agrupaciones feministas, de mujeres, de lesbianas y de izquierdas que a lo largo de esta década, con sus más y sus menos, acompañan el accionar de Mujeres Libres.

Para ellas decir patriarcado es decir jerarquía, dominación, subordinación, genocidio, incesto, explotación y control del trabajo, la reproducción y la sexualidad de las mujeres.

Con una bandera lila, color emblemático de las feministas, pintada una A grande en negro, ícono de las movidas ácratas, que de tan grande permite salir de adentro de la vocal un cuerpo de mujer estirando los brazos a punto de romper cadenas, Mujeres Libres disfruta de su historia. Y hace gala de su internacionalismo: en México, Colombia, Venezuela, Francia y España también existen colectivos con el mismo nombre y espíritu libertario.

La historia de Mujeres Libres no comienza justamente en 1993, sino mucho antes y en otras tierras en las que se libró una resistencia y expresiones revolucionarias, como fue España durante la II República (1931), el triunfo del Frente Popular (1936) y después la Guerra Civil (1936-1939).

En Barcelona hacia 1934, un puñado de asalariadas se aproximó al anarcosindicalismo y fundó el Grupo Cultural Femenino, núcleo pionero de articulación entre mujeres y el anarquismo peninsular, que por entonces también animó una importante corriente educativa y cultural para posibilitar a las campesinas, amas de casas y obreras fabriles el aprendizaje de las nociones elementales de la lecto-escritura. En esos momentos, más del 80% de las mujeres de sectores populares eran analfabetas.

El sector más maduro política e intelectualmente residía en Madrid, con la escritora Lucía Sánchez Saornil, la abogada Mercedes Comaposada, la médica Amparo Poch y Gascón, Suceso Portales que, muy a pesar de ellas, terminaron siendo referencias significativas del movimiento.

El 2 mayo de 1936, en esa capital, se publicó una abultada revista con más de 13 ediciones, llamada Mujeres Libres, bajo la coordinación de Sánchez Saornil.

El 19 de julio de ese mismo año estalló la Guerra Civil y de inmediato ambos grupos se unieron y constituyeron el colectivo Mujeres Libres. No hay duda de que levantó el perfil apropiado para el activismo de la época: formas autogestivas, horizontales y sin jerarquías.

Sus propuestas iniciales fueron alfabetizar, concienciación política y enseñanza de oficios a las más desposeídas para un trabajo más humano y mejor retribuido, que las aliviara de su triple esclavitud: la ignorancia, de ser hembras y reproductoras, expresado así por Mercedes Comaposada.

Sin embargo, siguieron explorando con nuevas demandas a partir del ingreso masivo y la fuerte adhesión que provocaron, alrededor de unas 3.000 activistas, mujeres que nunca fueron interpeladas más que para obedecer al marido, al cura y al Estado. Y en este camino de innovaciones, se propusieron cuestionar la sexualidad patriarcal y heterosexista; la institución opresora de la familia; el imperativo dominante del discurso católico, pero básicamente pusieron sus energías en resolver de manera radical la prostitución. Tanto fue así que crearon lugares para refugiar a las que quisieran abandonar los burdeles; que por otra parte, eran frecuentados sin mayores culpas por los compañeros milicianos. Así, fueron ampliando sus acciones y lograron abrir cientos de comedores populares, guarderías infantiles, servicios de lavanderías, ingreso de mujeres a las fábricas, cursos de cultura general y clases de costura, mecanografía, inglés, francés, enfermería y puericultura. Pero no todo se resolvió en la vida cotidiana, quedaba las trincheras. De allí que organizaron ayuda para las mujeres en las milicias, 'setting-up' gamas y clases de práctica de tiro al blanco.

Para algunas miradas de trazo fino, el Movimiento de Mujeres Libres inauguró un feminismo de cuño radical en Iberoamérica. Más aún: fue el primigenio en cruzar opresión genérica con explotación de clase. En tanto que grupos feministas de notables en ese Madrid convulsionado discutieron acaloradamente para ampliar la ciudadanía política y educativa de sus pares; por cierto, necesidades propias de grupos medios y urbanos. Mujeres Libres no congenió del todo con esa tendencia reformista y liberal. Sin embargo, ellas siguieron su trabajo concentrado en actividades culturales y bibliotecas ambulantes por la campiña soleada e inhóspita española, en las grandes ciudades y también en esos pueblitos olvidados por la historia. Su lema atrajo por la amplitud de criterio. Fue expresado en el periódico Tierra y Libertad -27 de marzo de 1937- de la siguiente manera: «…Necesitamos una moral para los dos sexos. El sexo macho convirtió a la mitad del género humano en seres autónomos y a la otra mitad en seres esclavos, aunque los intereses de hombres y mujeres no son antagónicos sino complementarios…»

A diferencia de las Juventudes Libertarias y de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) , el grueso del anarquismo no logró del todo reconocer a este colectivo tan díscolo e insubordinado. No obstante, lo apoyó económicamente; compartieron locales y lugares destacados en la prensa de la época.

Emma Goldman, con su fama traída del Norte, llegó a la España republicana y las respaldó de manera incondicional, en tanto que Federica Monteseny, nombrada ministra de Salud, arremetió y logró despenalizar el aborto y se convirtió en la primera mujer en Occidente que ocupaba una cartera ministerial.

Con el triunfo de la dictadura sangrienta de Franco, este colectivo no sólo se disolvió sino que sus generosas integrantes fueron sacrificadas en los campos de concentración, refugiadas, exiliadas o calladas en cárceles oscuras tan oscuras como esos cuarenta años de garrote de las escuadras falangistas.


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