Músico y poeta sin piloto automático

"La composición no es un trabajo analítico. Es emocional, con un acabado racional".

Montevideano, habitante de Madrid, nacido el 21 de septiembre del 63 de padre judío y mamá cristiana -ambos otorrinolaringólogos- Drexler también es médico, poeta, hombre al fin.

Pocos días atrás presentó en el Gran Rex su sexto y último disco «Eco», y tuvo tiempo para una charla con «Río Negro».

«Siempre me gusta tener perspectiva, no me quejo por la situación privilegiada que vivo. Me gusta mucho mi trabajo. A veces es duro, pero nunca lo suficiente para acercarse a otros que hice, como dar inyectables casa por casa en Montevideo, o estar de guardia 24 horas; o como sería colgarse de un andamio o de un camión recolector de residuos», comienza Jorge.

«Odio el artista que se queja todo el tiempo. La situación en la que estoy no me fue regalada, hubo que trabajarla, pero estoy contento por ella. Pero, lo que menos me gusta es la parte de promoción, sin actuación, sin grabación de disco. Lo más lindo es tocar, pero a veces, hablar de uno mismo es una experiencia reveladora».

– Y se puede llegar a terrenos que en la vida diaria no se invaden, no se sondean…

– Si no usás el piloto automático, una de las cosas más importantes en la vida en general, si escuchás a quien está enfrente, un reportaje es una interacción entre dos seres. Con todo lo mágico y previsible que tiene. Puede ser agradable, desagradable, pero lleva el signo de esa interacción. Hablar con otro no es un ejercicio estéril, mueve cosas, si te dejás mover. Tampoco es cuestión de abrirse hasta llorar, menos de actuar en automático y responder lo que ya está escrito en la hoja de prensa.

– Por otro lado, además del costado musical, pesa mucho en tu obra el aspecto que muestra tu temperamento, tu modo de mirar la vida.

– Como consumidor de entrevistas, me gustan mucho las hechas a gente que escucho en canciones. Por ejemplo, ha habido artistas que empezaron a agradarme a través de un reportaje; leyendo su palabra o escuchándolo hablar, le di una segunda chance. Si dice esto inteligente, lo que oí y no me gusta no es fruto del azar, él lo eligió… Vamos a escuchar por qué tuvo ese capricho. Hablar o cantar -entre dos personas- es mostrar la manera de hacer, de pensar, de ver el mundo. La composición no es un trabajo analítico para mí. Es emocional con un acabado racional; primero brota de la pasión y luego redondeo. También, es evidente y me gusta decirlo, que componer no es sólo una descarga, hay una parte posterior de revisión y pulido final muy importante. Tanto como el primer trampolín disparador que encuentro.

– Al hablar, mirás tranquilo, a los ojos casi siempre.

– Hoy debo tener una mirada cansada. Sí, hay una parte mía que -al menos en el exterior- es serena. No sé qué pensar, porque por un lado me aburre el estereotipo. Supongo que cualquier ser con un mínimo de humildad, termina cansándose de la característica que los demás ven en él y también -se ve- proyecta. No hay persona alguna unidimensional; todos tenemos lados oscuros…

– Ocultos…

– Y una entrevista, puede no ser el lugar para mostrarlos. Pero también es bueno que salga el montón de contradicción que tengo dentro, como todos. Mi trabajo, el ir y venir constante, el movimiento, pasar de la euforia de la salida de un recital al pánico antes de pisar el escenario, expone a cosas que aprendés a manejar mediante un mínimo centro. Y vuelvo sobre algo muy importante en el disco también, no trabajar automáticamente. La repetición mecánica es mala para las articulaciones de la comunicación. Como reiterar un movimiento es malo para el cuerpo…

Empecé muy tarde en esto. Hasta los 30 años yo no decía que era músico, no ponía esa palabra al llenar la ficha en el aeropuerto. Hablaba con Kevin Johansen y a él le pasó algo si

milar. Somos gente que descubrió tardíamente lo que quiere hacer, que veía el mundo artístico desde fuera y de golpe ingresó fuerte. Pasamos a estar del otro lado del mostrador en un lapso muy corto, pero estuvimos lo suficiente del otro, con suficiente edad, como para no sobrevalorar la actitud. Para saber que el mero hecho de estar junto a un micrófono no da derecho a creérsela o a olvidarse que es una relación de trabajo cordial; a no comprar la historia de la prima donna con derecho a excepciones, a veces alimentadas. La primera figura mediática y los caprichos de la farándula atraen, por momentos, más que el discurso de una persona. Entonces, hay muchos que prefieren jugar ese rol y hacer cualquier tipo de pelotudez para llamar la atención. Eso vende muchísimo, pero me parece una trampa muy grande.

– Hacia vos mismo, también.

– Más que hacia los demás. Ya tuve demasiado tiempo de una vida «normal» para perderla ahora, a los 40 años. No hay nada que me deje más contento que el modo en que esto se va desarrollando lentamente. No soy un artista súper venta, una figura mediática con popularidad extrema.

– Dice Alejandro Lerner en una canción: «tan humana como la contradicción». Es bueno, sano, poder humanizar al artista que se idealiza, que históricamente se idealizó hasta convertirlo en ídolo e inmortal.

– ¿Sabés qué pasa? Yo antes de laburar de esto, laburaba en la medicina donde ver qué hacés con el poder de decidir entre la vida y la muerte de alguien, es un aprendizaje muy valioso. Integraba un grupo de psicología médica, estudiábamos la relación médico-paciente. Dediqué dos años curriculares de mi vida a juntarnos una vez a la semana con compañeros de facultad para investigar casos de enfermos terminales, relacionados con la muerte; su relación con la tensión, con la emergencia. Veíamos hasta qué punto la mayor parte de las actitudes ante la muerte de un paciente, eran para evitar la carga de angustia insoportable que genera.

Por eso, muy pocos quieren tratar enfermos incurables, terminales; nadie quiere enfrentarse a un individuo que no tiene nada concreto para convertirte en héroe. Muchos buscan el heroísmo en la medicina, mediante la intervención excesiva. Por otra parte, en una puerta de emergencia estás ante los pacientes y los colegas de otras ramas médicas que participan en la tarea contigo -eslabones de una misma cadena- con el poder que da que caiga un tipo y lo reanimes. Lo que hacés con ese dominio ante el paciente, lleva a pensar qué grado de humanidad elegís sacrificar, y es una enseñanza que me sirve para esta carrera, también.

La pregunta es ¿hasta dónde deshumanizarte? ¿Qué pasa cuando eso ocurre, quién pierde? El que pierde soy yo. En la música, también. ¿Hasta qué punto quiero crearme más el mito y el personaje, el artista o la persona? La relación con el dolor y con la muerte -bien tomada- es un aprendizaje absolutamente invalorable. Hace poco leí cómo el miedo escénico, el temor a la exposición escénica y el miedo a la muerte, se emparentaban. El tipo de pánico que generan se parece, decía el artículo.

Por otro lado, cuando elegís situarte en la mitad de ese torbellino, mirar a los ojos al paciente, a la audiencia que enfrentás, constituye un momento de revelación. En el medio está el hilo que conecta ambas partes: vos te ubicás y te exponés derecho, sin esconderte, sin arrogancia, sabiendo que sos quien oficia.

– Como un religioso en el culto, el médico, el cantante en el escenario, conducen la palabra.

– Sí, pero cual es la salvedad a lo que estás diciendo. Parece que ellos fueran un emisor de cosas: el religioso de fe, el médico de salud y el músico de arte o lo que sea… La escucha es el secreto de estas profesiones. Buen médico es el que escucha. Por eso me gusta más la analogía de la danza, porque al bailar, el que lleva, no guía ciegamente; depende de la interacción con el otro.

 

Eduardo Rouillet


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