Nada es permanente
Para algunos, el choque sistémico provocado por la crisis financiera del 2008, un cataclismo que se originó en el mercado inmobiliario de Estados Unidos y enseguida se extendió a Europa, con consecuencias devastadoras en los países del sur mediterráneo como Grecia, España e Italia, marcó un punto de inflexión, ya que en adelante los países más ricos, abrumados por deudas, programas sociales insostenibles y con poblaciones que envejecían con rapidez desconcertante, tendrían que conformarse con tasas de crecimiento muy bajas, mientras que otros, los “emergentes”, no tardarían en superarlos. No sólo populistas como la presidenta Cristina Fernández de Kirchner e izquierdistas convencidos de que, por fin, el orden capitalista había entrado en una fase terminal sino también muchos otros opinaron que las tendencias así supuestas se mantendrían por décadas. Sin embargo, en la actualidad algunos países ya desarrollados, encabezados es de suponer pasajeramente por el Reino Unido, están expandiéndose a un ritmo que es muy superior al anotado por “emergentes” del grupo de los Brics, como Brasil, Sudáfrica y Rusia, mientras que incluso las economías consideradas relativamente letárgicas, entre ellas las de España, Francia y Alemania, han reanudado el crecimiento. No les ha sido fácil, pero parecería que las recetas “ortodoxas” denostadas por nuestros dirigentes están funcionando mejor de lo que habían previsto los escépticos. La convicción muy difundida a comienzos de la segunda década del siglo XXI de que los países calificados de “emergentes” tenían el futuro asegurado puede haber ayudado a sus gobernantes a ganar elecciones, pero en casi todos los casos ha sido contraproducente. Lo mismo que los kirchneristas más fervorosos, los líderes de Brasil, Rusia, Turquía, Sudáfrica y otros países se dejaron engañar por sus propias ilusiones y su propia retórica triunfalista. Al minimizar las dificultades que tendrían que superar para que el desarrollo resultara sostenible, dieron por descontado que un “viento de cola” meramente coyuntural continuaría soplando por muchos años más y que les ahorraría la necesidad de emprender reformas estructurales que según los más realistas serían imprescindibles. Acaso los únicos que se han negado a entregarse al facilismo hayan sido los chinos, si bien ellos también corren el riesgo de que su economía se ralentice de golpe al producirse burbujas financieras parecidas a las que tantos estragos han causado en Estados Unidos, Europa y el Japón. Aunque desde hace más de un siglo los economistas saben que la actividad económica es cíclica, que etapas signadas por el crecimiento rápido suelen alternarse con otras de estancamiento o de contracción, parecería que a muchos les es irresistible la tentación de suponer que la etapa de turno resultará ser permanente. Los kirchneristas apostaron a que el período, que por desgracia sería breve, de “tasas chinas” se prolongaría indefinidamente. Aunque ya deberían entender que sólo se trató de un intervalo que siguió a un desastre macroeconómico descomunal, a veces la presidenta, el ministro de Economía y otros hablan como si a su juicio la epopeya continuara, razón por la que a los europeos y norteamericanos les convendría adoptar una variante de su “modelo”. Asimismo, al gobierno de la brasileña Dilma Rousseff le ha costado entender que, para que la economía de su país salga de la fase decepcionante actual, tendría que tomar muchas medidas que se verían resistidas por los conformes con el statu quo, puesto que esquemas corporativistas y proteccionistas que antes funcionaban de modo satisfactorio ya están obstaculizando el desarrollo. La tradicional propensión a pensar en términos de derecha e izquierda, cuando no de “neoliberales” desalmados por un lado y, por el otro, políticos solidarios más interesados en el bien común que en los números, sólo sirve para sembrar confusión. Sería más útil reemplazar las categorías así supuestas por una conformada por realistas, que en Europa por lo menos incluiría a muchos socialistas, y otra dominada por quienes actúan como si creyeran que es inhumano preocuparse por los detalles concretos o insistir en que en última instancia todo dependerá de la productividad del conjunto, y que por lo tanto siempre hay que procurar asegurar que sea más eficaz.
Fundado el 1º de mayo de 1912 por Fernando Emilio Rajneri Registro de la Propiedad Intelectual Nº 5.124.965 Director: Julio Rajneri Codirectora: Nélida Rajneri de Gamba Vicedirector: Aleardo F. Laría Rajneri Editor responsable: Ítalo Pisani Es una publicación propiedad de Editorial Río Negro SA – Lunes 28 de julio de 2014
Para algunos, el choque sistémico provocado por la crisis financiera del 2008, un cataclismo que se originó en el mercado inmobiliario de Estados Unidos y enseguida se extendió a Europa, con consecuencias devastadoras en los países del sur mediterráneo como Grecia, España e Italia, marcó un punto de inflexión, ya que en adelante los países más ricos, abrumados por deudas, programas sociales insostenibles y con poblaciones que envejecían con rapidez desconcertante, tendrían que conformarse con tasas de crecimiento muy bajas, mientras que otros, los “emergentes”, no tardarían en superarlos. No sólo populistas como la presidenta Cristina Fernández de Kirchner e izquierdistas convencidos de que, por fin, el orden capitalista había entrado en una fase terminal sino también muchos otros opinaron que las tendencias así supuestas se mantendrían por décadas. Sin embargo, en la actualidad algunos países ya desarrollados, encabezados es de suponer pasajeramente por el Reino Unido, están expandiéndose a un ritmo que es muy superior al anotado por “emergentes” del grupo de los Brics, como Brasil, Sudáfrica y Rusia, mientras que incluso las economías consideradas relativamente letárgicas, entre ellas las de España, Francia y Alemania, han reanudado el crecimiento. No les ha sido fácil, pero parecería que las recetas “ortodoxas” denostadas por nuestros dirigentes están funcionando mejor de lo que habían previsto los escépticos. La convicción muy difundida a comienzos de la segunda década del siglo XXI de que los países calificados de “emergentes” tenían el futuro asegurado puede haber ayudado a sus gobernantes a ganar elecciones, pero en casi todos los casos ha sido contraproducente. Lo mismo que los kirchneristas más fervorosos, los líderes de Brasil, Rusia, Turquía, Sudáfrica y otros países se dejaron engañar por sus propias ilusiones y su propia retórica triunfalista. Al minimizar las dificultades que tendrían que superar para que el desarrollo resultara sostenible, dieron por descontado que un “viento de cola” meramente coyuntural continuaría soplando por muchos años más y que les ahorraría la necesidad de emprender reformas estructurales que según los más realistas serían imprescindibles. Acaso los únicos que se han negado a entregarse al facilismo hayan sido los chinos, si bien ellos también corren el riesgo de que su economía se ralentice de golpe al producirse burbujas financieras parecidas a las que tantos estragos han causado en Estados Unidos, Europa y el Japón. Aunque desde hace más de un siglo los economistas saben que la actividad económica es cíclica, que etapas signadas por el crecimiento rápido suelen alternarse con otras de estancamiento o de contracción, parecería que a muchos les es irresistible la tentación de suponer que la etapa de turno resultará ser permanente. Los kirchneristas apostaron a que el período, que por desgracia sería breve, de “tasas chinas” se prolongaría indefinidamente. Aunque ya deberían entender que sólo se trató de un intervalo que siguió a un desastre macroeconómico descomunal, a veces la presidenta, el ministro de Economía y otros hablan como si a su juicio la epopeya continuara, razón por la que a los europeos y norteamericanos les convendría adoptar una variante de su “modelo”. Asimismo, al gobierno de la brasileña Dilma Rousseff le ha costado entender que, para que la economía de su país salga de la fase decepcionante actual, tendría que tomar muchas medidas que se verían resistidas por los conformes con el statu quo, puesto que esquemas corporativistas y proteccionistas que antes funcionaban de modo satisfactorio ya están obstaculizando el desarrollo. La tradicional propensión a pensar en términos de derecha e izquierda, cuando no de “neoliberales” desalmados por un lado y, por el otro, políticos solidarios más interesados en el bien común que en los números, sólo sirve para sembrar confusión. Sería más útil reemplazar las categorías así supuestas por una conformada por realistas, que en Europa por lo menos incluiría a muchos socialistas, y otra dominada por quienes actúan como si creyeran que es inhumano preocuparse por los detalles concretos o insistir en que en última instancia todo dependerá de la productividad del conjunto, y que por lo tanto siempre hay que procurar asegurar que sea más eficaz.
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