Negros

Por Claudio Andrade

Parece una broma de pésimo gusto. Y lo sería de no mediar un estudio de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Una investigación hecha entre chicos de Cuba, España, Portugal y la Argentina que demuestra el afán discriminatorio de este último país. Según los datos recabados entre pibes de 8 a 10 años, los argentinos son los más mentirosos y discriminadores.

Pero no son ellos, vamos, todos sabemos que estos seres en formación, que todavía están a medio metro de creer en Papá Noel y los Reyes Magos, no pueden albergar tanto odio y tanta estupidez. Sólo un adulto es capaz de una burrada así. Alguien hecho y derecho. Los mismos investigadores denunciaron que se trataba de una reproducción del discurso de los padres. ¿Y qué dijeron los pibes? Que les gustaría tener amigos rubios, que mejor estar lejos de los negros o los pobres y no dudaron en mentir cuando se les preguntó por la cantidad de caramelos que les habían dejado a los más necesitados.

No son estos investigadores los únicos que piensan que los menores reproducen la conducta de sus mayores. El discurso pasa a un segundo plano cuando enfrenta a la conducta. O mejor dicho, la acción se transforma en discurso. Podemos inferir que los padres de estas criaturas tienen actitudes racistas, cuando no lo son efectivamente, que sienten una grave repulsión por la palabra solidaridad y no dudan en mentir antes que ayudar a un pobre.

Tal como va el mundo, nada de esto debería sorprendernos. Creer a esta altura en la bondad innata de la humanidad, ése sí que es un buen chiste. Nos preocupamos por lo que los infantes ven a la hora del té, pero a nadie le importa seriamente lo que hacen y dicen los adultos. ¿Debemos aclarar que son adultos los que diseñan esos dibujos ultraviolentos? Son adultos los que hacen la guerra, los que golpean a otro por el color de su camiseta. Adultos los que inventaron la denominación «negro de mierda». Son respetables autoridades las que imaginan mundos segmentados por murallas o enfermedades. No son todos, claro, gracias a Dios, Jehová, Alá o quien sea, pero hay muchos. Así estamos.

Dato curioso, este cronista ha conocido hombres morochos que odian a los «negros de mierda». Los chicos son el fidedigno espejo de una humanidad herida. ¿De esta manera vil les enseñan a sus hijos a enfrentar el resto de su vida? Sean viles, la vida es vil, nos parecen escuchar, como en un murmullo que crece. Por miedo, brutalidad y educación, probablemente de sus propios padres, les graban en la piel que ser pobre es un pecado de los idiotas, que la homosexualidad es una enfermedad y la drogadicción, una muestra de debilidad.

Chicos argentinos que rechazan a otros chicos que no tuvieron y tal vez jamás tengan la oportunidad de conocer. Qué poco hemos aprendido de la historia. ¿La conocerán cuando sean adolescentes estos niños? ¿Sabrán sus padres de Auschwitz? ¿De la AMIA? ¿Del esclavismo? Vivimos en el mismo mundo, padecemos los mismos males y vamos hacia el mismo lugar: la muerte. Pero no basta, siempre hay uno que se imagina mejor que otro. Porque sí. El prejuicio es el antídoto más torpe contra la cobardía.


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