Neuquén: ¿una provincia con política exterior?

Por Osvaldo Pellín

Imitando a los itinerantes cancilleres de las grandes potencias, el gobernador de la provincia del Neuquén muestra una ubicuidad que casi siempre lo localiza fuera de los límites de la provincia y del país.

Esta actitud original constituye un modo de gestionar los asuntos de un pequeño estado provincial que llama la atención.

Está lejos del estilo localista y tranquilo de Felipe Sapag y del más movedizo que tuvo en su momento el ingeniero Salvatori, que reducido al ámbito local hizo famoso el dicho que señalaba que Dios está en todas partes pero atiende en Buenos Aires.

Cabe preguntarse por la real efectividad de este modo de conducción, midiéndolo en función de los logros de las operaciones realizadas, sobre todo si éstas fueron previamente programadas.

Al mismo tiempo esta extraterritorialidad, realizada de modo harto frecuente, lo aleja a Sobisch de los conflictos de coyuntura y le permite cambiar el campo del conflicto, llevándolo a donde él quiere que se dé y manejando la agenda de temas que inciden en la opinión pública con anticipación a lo que podría hacer la oposición política.

Como táctica de poder no podría ser más ingeniosa, pero demasiado evidente como para que no se vea a simple vista toda su truculencia política.

Porque aunque no estén en la agenda, los problemas locales existen y no se advierte que se les eche mano para encauzar su solución. Así la salud pública y la principal obra social provincial siguen oscilando en la amenaza de su pérdida de prestigio por un lado y de su insolvencia por el otro.

El problema de la educación en Neuquén no se soluciona tirando por la ventana la cuestionada Ley Federal: hay que resolver el desgranamiento, la repitencia y la sobreedad.

Y, finalmente, la estructura productiva de la provincia no puede estar asentada con exclusividad en los hidrocarburos, por la dependencia sin retorno a que da lugar. Hay que buscar nuevas alternativas que miren al futuro y representen instancias superadoras del monocultivo del petróleo y de una economía de enclave que condiciona toda nuestra cultura y vida cotidiana. Porque creo que es indiscutible que no hay nada peor que comprometer a las generaciones actuales y futuras a vivir en una sociedad sin arraigo.

Que el gobernador viaje, no está mal. Aunque a mi parecer debería hacerlo con más austeridad y menos pompa. En base de un programa mejor dirigido donde la gestión se oriente a áreas específicas. Evitando la ostentación política, que sólo sirve para un vacío reconocimiento que estallará como una frágil burbuja al primer contratiempo interno.

La gestión regional extraterritorial, con otros países, tiene muchas ventajas y puede resultar inevitable en el mundo globalizado que vivimos y hay que verla como un hecho positivo. Pero por ahora no está exenta de que los funcionarios caigan en una sobreactuación publicitaria muy cara, y da lugar al descuido de los complejos asuntos internos que afectan nuestra vida de todos los días, que suelen eternizarse en su indefinición.


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