Las cuentacuentos ayudan a no tenerle miedo al hospital

Son narradoras que llegan cargadas de historias para los niños internados en el Castro Rendón.

¿Por qué los cocodrilos no comen gallinas? “Porque comen gente”, responde segura una nena desde la cama en la que está internada y hace reír a todas las personas de la sala del hospital. Antes, las cuentacuentos del Castro Rendón habían hecho una danza con pañuelos para decirles a los pequeños pacientes, y a sus familiares que los cuidaban, que llegaban para compartir historias que viajan con las palabras.

La escena se repite todos los martes en la Sala de Segunda Infancia del hospital regional Neuquén y termina con la misma frase “esperamos no verlos el martes que viene y que estén en sus casas” ¿Quiénes son estas mujeres que no quieren tener público?

Las cuentacuentos recorren los pasillos del nosocomio de mayor complejidad de la provincia desde hace 38 años. Las pioneras fueron Ileana Panelo y Alicia Álvarez, quienes crearon el programa por el cual un grupo de narradores presenta sus historias en distintos sectores del hospital.

El argumento que impulsó la idea fue que a todo el mundo le gustan los cuentos y que, además de ser parte del mundo literario, también podían serlo del arte curativo.

“La palabra te abre un mundo mágico, la palabra te pone imágenes en la mente de fantasía, te hace crear otros mundos. Ellos están insertos en un mundo de enfermedad y nosotros intentamos desde la palabra llegar a otro lugar. La palabra despierta sentimientos, despierta emociones, despierta risas como esta con el cocodrilo. Despierta desde otros lugares” explica Marisa Iturrios, una de las cuentacuentos.

Ella y cuatro compañeros integran el grupo de cuentacuentos. Junto con Mariana Erazun, Nélida Valdomero, Elida Cifuentes y, el único varón, Enrique Fernández hacen que la tristeza o la preocupación se vayan un rato a dar una vuelta por ahí y, a veces, no se animen a volver.

Las narradoras resaltan que no son payamédicos y que no se disfrazan. Cuando visitan las salas del hospital no buscan divertir a los pacientes: “nuestra función no es preguntar nada que tenga que ver con la enfermedad, es tratar de que haya un momentito de distracción y que la palabra ayude a pasar un rato mejor”, detalla Mariana, unas de las integrantes del grupo con más trayectoria, ya que hace 37 años que participa.

Las cuentacuentos ingresan a narrar sin hablar con el personal del nosocomio sobre el estado de salud de los pacientes. “No lo necesitamos – resalta Mariana- si nos cuentan escuchamos y acompañamos”. A excepción de sus visitas al centro de diálisis, quienes escuchan sus historias cambian todas las semanas, como sus cuentos.

Según las mujeres, las historias pueden ser adaptadas para mejorar la narración, pero nunca se puede inventar, cada cuento es de autor. En sus presentaciones incluyen elementos visuales, como los pañuelos con los que se presentan o los juegos, como el “Veo, veo” o la “lotería de animales” con los que invitan a jugar tanto a niños como a adultos. También muestran los libros con la intención de crear una conexión con el elemento y acercarlos a la literatura de una forma entretenida.

Las cuentacuentos tienen un cronograma de visitas semanales al Castro Rendón. Los martes a la mañana participan de la reunión de la psicoprofilaxis prequirúrgica en la que participan los niños que serán operados junto a sus familias y se les explica cómo será el procedimiento.

El mismo día, a la tarde, las narraciones llegan a la sala de Segunda Infancia. A veces las invitan también al área de pediatría oncológica. Pero sus palabras no sólo están destinadas a los niños y niñas, sino también a las familias que las acompañan y a los pacientes del centro de diálisis, que visitan los miércoles. “Hay adultos a los que nunca les contaron cuentos, no conocen ni los clásicos” recuerda Marisa.

Los médicos las tienen en cuenta como un recurso que les puede hacer bien a los pacientes y su función es evaluada año a año. Para renovar el programa que está cerca a cumplir las cuatro décadas, las cuentacuentos presentan una nota a la comisión y al director del hospital solicitando el espacio. Además, en cada sector se pide un aval de los profesionales “y te firman todos” dice con orgullo Marisa, como una clara muestra de que lo que hacen también es parte de ayudar a sanar.

Nelly es maestra de grado jubilada “así que de la oralidad, se bastante”, dice mientras se ríe. Ella vivía en Piedra del Águila pero cuando dejó de trabajar se mudó a Neuquén capital y empezó a buscar actividades para ser parte de un grupo. Y así llegó a ser cuentacuentos.

La docente hace dúo con Enrique para ir a narrar historias en el centro de diálisis. “Es un espacio muy especial”, define. Hay dos grupos que van una vez por semana a visitar a los pacientes que se dializan día por medio.

Los enfermos no se ven entre sí, describe Nelly, están en sillones-camillas uno al lado del otro con máquinas en el medio y no tienen comunicación entre ellos, por lo que muchos miran la tele o duermen.

El dúo de cuentacuentos llega con alegría y saludan a todos, ya que los pacientes llevan mucho tiempo en el centro y se conocen. Los cuentos empiezan a transcurrir sobre el ruido que hacen las máquinas, pero se pueden interrumpir para convertirse en un momento de catarsis. “Por ahí hay un disparador en un cuento que hace que no sigamos narrando sino que escuchemos” explica Nelly.

A veces hay pacientes que se tapan o alguien demuestra que no le gusta algo, pero las cuentacuentos no lo toman personal, sino que entienden la situación particular que están pasando.

“Lo más impactante es llegar y ver una camilla vacía, porque a ellos no le dan el alta”, dice Nelly y Marisa agrega: “Se fueron de viaje”.

Esto no deja afuera las risas, muchas veces surgen los chistes o los comentarios pícaros, resalta Nelly mientras se pierde en anécdotas que le sacan sonrisas.

El cuento del tigre que está enfermo

Los martes a la mañana las cuentacuentos repiten siempre la misma historia: el tigre está enfermo y el oso, que es el que lo cuida, lo va a acompañar a su cirugía.

Sus espectadores son niños de hasta 14 años que serán sometidos a una operación y asisten a la reunión de psicoprofilaxis prequirúrgica junto a sus familias.

Cuando llegan los recibe la cuentacuentos, que los invita a sentarse para escuchar con atención.

Luego de la historia, ellos se quedarán un buen rato pintando dibujos sobre el cuento que acaban de escuchar, mientras los adultos hablan con el equipo médico. Pero los niños y niñas no se pierden de nada al no participar “de la charla de los grandes”, porque en el cuento les explicaron todo.

En el cuento del tigre y del oso se describen todos los pasos del proceso de la cirugía, como la preparación previa, lo vestimenta, la anestesia. La narradora tiene una caja con todos los elementos para que el niño no se asuste y sepa lo que va a pasar.

“Lo desconocido te da miedo, si vos lo conocés no te da miedo”, resalta Marisa. Y después del cuento, los chicos ya no están asustados sino que sonríen.


Temas

Neuquén Salud

Formá parte de nuestra comunidad de lectores

Más de un siglo comprometidos con nuestra comunidad. Elegí la mejor información, análisis y entretenimiento, desde la Patagonia para todo el país.

Quiero mi suscripción

Comentarios