La mercería, un negocio de otro siglo que sobrevive a las modas

Es una de las más tradicionales de Neuquén. Desde hace 44 años, madre, padre e hijos tejen esta historia entre botones, cajas y telas.

La mercería de la calle Buenos Aires, en la capital neuquina, envuelve entre telas toda una historia de la ciudad y de a una familia. Rodeados de diferentes objetos han podido hilar sus vidas para seguir trabajando en familia con el fin de sostener el comercio y su pasión. De padres a hijos, el negocio fue convirtiéndose en un estilo de vida.

Botones nuevos y viejos, lentejuelas, alfileres y agujas, hilos de todos los colores, lana y lencería. Desde cadenas, dijes, plumas, hasta pompones, tachas y pedrería para bordar. Cada producto tiene su lugar en el estrecho local donde funciona Jim, la mercería más antigua de Neuquén.

“En el año 1974 comencé con la casa de telas. Gracias a los 44 años que pasaron hasta hoy llegué a tener todo esto. Es un negocio que puede acumular cosas. Nosotros llegamos a tener telas de hace 30 años atrás o botones antiguos. Pero las modas pasan y se reinventan, vuelven los colores, vuelven las demás texturas y los estampados. Es interminable para mí tener una casa de telas”, comentó Norma Vargas, dueña de la mercería.

La historia de esta casa de telas comenzó cuando Norma quedó embarazada de sus hijos mellizos: Vanesa y Carlos (apodado Jim).

“Empecé a vender lanas pero llegaba el verano y me di cuenta que la venta no iba a ser buena, entonces empecé con las telas. Al principio las mostraba en una maderita con clavos; teníamos colchones y hasta máquinas de coser. Pero cuando nos instalamos en esta calle decidimos separar los productos que vendemos y dedicarnos a la mercería y telas”, contó.

Por su lado Carlos Alberto Domínguez, relojero de profesión, esposo de Norma y papá de Vanesa y Carlos, acompaña el trabajo que con mucho empeño construyó Norma.

“Mi papá tenía su joyería y con mi hermano también le ayudábamos en la atención al público. De ambos negocios siempre fuimos parte, desde muy chicos. Nos criamos entre bolsones de telas, entre relojes y pilas. Pero cuando mi viejo no se pudo ocupar de su joyería, hace 18 años atrás, se acopló a la casa de telas”, relató Vanesa, mientras acomodaba un manojo de cierres y Carlos entre risas decía “Me aceptaron como socio”.

Jim, cuyo apodo se usó para bautizar el local, también hace énfasis en que el conocimiento que tiene es por haberse criado en los negocios de sus padres. “Desde que nací estoy entre los dos locales que tenían mis papás. Estudiaba ahí, me críe toda la infancia y a los 12 años comenzamos a atender. Pero desde chico supe que me gustaba ver lo que hacían mis papás”, sostuvo.

Orden y roles

“Yo me dedico a organizar todas las cosas que vendemos”, contó Vanesa. Carlos Alberto por su parte opinaba que se encargaba de poner las cosas en su lugar junto con su hija. “Jim es muy bueno para vender lencería. Y yo soy la encargada de controlar que todo salga bien”, opinó Norma, entre risas.

Los cuatro integrantes de la familia se caracterizan por tener mayor conocimientos en algunos productos que venden en la mercería. Aunque todos juntos se encargan de llevar adelante una empresa familiar entre telas.

“Yo estoy enamorada de las telas y de todo lo que tengo en la mercería. Cuando uno ama algo y lo que hace, no te cansa y querés seguir, sin importar los años. Mis hijos me dicen que ellos no van a dejar la vida en el negocio como la dejé yo. Pero a mí me gusta estar con la gente, atenderla. Y también me gusta estar rodeada de tantos colores, telas y demás”, sintetizó Norma.

Un negocio que además de trascender la vida de la familia, a cargo de la mercería, también ha trascendido a varias generaciones de clientes. Norma afirma haber visto abuelas llegar al local con sus nietas pequeñas y hoy ver que esas nietas son adultas.

El comercio abrió sus puertas en 1974 y desde entonces nunca estuvo cerrado. Lo inició Norma y se sumaron su esposo y sus hijos.

Primero fueron las lanas casi en forma ambulante. Después el negocio se amplió y la mercería comenzó a tomar forma hasta llegar a lo que es hoy.

Parte de la fórmula del éxito es adivinar al cliente

Para la familia cada cliente es un mundo, el cual hay que tratar de comprender para adivinar qué es lo que quiere comprar.

“Las experiencias que tenemos con los clientes nos ayudan a nosotros a aplicar de diferentes formas alguna psicología. Muchos no saben lo que quieren o ni los nombres de lo que buscan. Nosotros en vez de mirarlos a ellos les miramos las señas que hacen con sus manos. Y tenemos que adivinar”, explicó Norma Vargas.

Por otra parte, su hija Vanesa contó que también tienen que adivinar lo que el cliente tiene en el placar, para que las telas que se lleven les combine.

“Las clientas viejas ya más o menos saben las telas que han llegado, y lo que les combina. Les llevamos como una historia clínica. Porque ya sabemos las telas que se han llevado y les vamos diciendo o mostrando las que les podrían gustar y combinar”, sostuvo.

Y agregó: “Cada cliente también tiene una definición de color diferente. Por ahí vienen algunos que te dicen que quieren púrpura o violeta y lo que buscan es lila. O algunos que no reconocen que son daltónicos y cambian los colores, hasta que nosotros nos damos cuenta de que es daltónico y entendés por qué dio tantas vueltas con el color”.

Otra de las divertidas experiencias que han tenido en la mercería son las clientas que dejan el taxi esperando afuera.

“Me ha tocado atender clientas que vienen a comprar botones en taxi. Dejan el taxi esperando afuera y te apuran, cuando el botón es algo minucioso de mostrar. Los botones son diferentes y no les mostramos una caja, les mostramos más de cinco cajas para que elijan la forma y el color. Hasta hay que fijarse qué tipo de tela es la prenda a la que le van a poner el botón y demás”, relató Vanesa.

Las quinceañeras, madrinas y novias que se están por casar también se suman a la lista de experiencias que tiene todos los días esta familia que desde hace 44 años trabaja en un palacio de las telas.

“Es un negocio que puede acumular cosas. Nosotros llegamos a tener telas de hace 30 años. Pero las modas pasan y se reinventan”,

contó Norma Vargas, propietaria de la céntrica mercería Jim.

Datos

El comercio abrió sus puertas en 1974 y desde entonces nunca estuvo cerrado. Lo inició Norma y se sumaron su esposo y sus hijos.
Primero fueron las lanas casi en forma ambulante. Después el negocio se amplió y la mercería comenzó a tomar forma hasta llegar a lo que es hoy.
“Es un negocio que puede acumular cosas. Nosotros llegamos a tener telas de hace 30 años. Pero las modas pasan y se reinventan”,

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