La panadería de Neuquén que les hizo lugar a las aulas

La inició Gregorio Martínez en 1919 y la continuaron sus hijos. Fue lugar de referencia del oeste de la ciudad y el edificio, en el que comenzó a funcionar la Escuela Nº 107, se mantiene intacto.

En el 2019 la Panadería del Sud cumpliría 100 años. El edificio con el local de venta que da a vereda, como la vivienda que se extiende a un costado y hacia el fondo del terreno, el sector de elaboración con el horno y otras dependencias, en San Martín al 2666, en el barrio Progreso, es el mismo que construyó don Gregorio Martínez, con el apoyo de su compañera de vida, doña Andrea García Pulido.

Hasta que el progreso la rodeara de casas y calles bien trazadas, la panadería era un punto de referencia ineludible del oeste de la ciudad. Tanto que como se consignó en esta página en una edición de agosto pasado, estuvo a punto de que el barrio llevara su nombre.

Motivos no faltaban. La identificación de los vecinos con el comercio era inevitable. “Pasando la panadería…”, “De la panadería al norte…”, “Donde para el colectivo de Don Serafín…”.

“Don Serafín era el chofer del colectivo que hacía un recorrido desde Cipolletti, llegaba hasta el cuartel del Ejército y volvía por esta calle San Martín. No sólo era el conductor sino que subía y bajaba los bolsos cargados de mercadería de los pasajeros cuando éstos eran mayores, principalmente a las mujeres”, relató Alberto Martínez, nieto de Gregorio, hijo de Fausto.

Gregorio y Andrea fueron además padres de María, Luisa, Gregorio y Ricardo.

Fausto heredó el trabajo de la panadería y lo siguió hasta el 98, cuando decidieron cerrar la venta al público. “Todos en la familia seguimos con el negocio de la panadería ayudando a nuestro padre”, dijo Alberto. Sumó en ello a su hermana Yolanda Beatriz.

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Gregorio había llegado a Río Negro en 1892. En 1915 se instaló en Neuquén y comenzó a trabajar en la panadería La Estrella, que estaba en Sarmiento al 600. “Ahí aprendió el oficio. En 1919 se casó con mi abuela y abrió su propia panadería”, dijo Alberto.

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Su capacidad emprendedora lo llevó a abrir un almacén de ramos generales unos metros más al oeste de la panadería –hoy hay un comercio maderero–, otro en Santiago del Estero y San Martín, La Mascota, y otra panadería en Alcorta y Avenida Olascoaga, que luego vendió a la familia Lozano.

Esa faceta de comerciante le hizo ganar el reconocimiento de la ciudad como para que una calle del barrio Cumelén lleve su nombre. Pero sin duda que el accionar social lo avaló aún más. Alberto recordó que “cedió unos locales de la panadería para que habilitaran la Escuela N° 107, que hoy está en Ruta 22 y Pinamar. Personal del Ejército los refaccionó para que funcionaran como aulas y construyó los baños”.

Siguieron esa línea Fausto y sus hijos y por muchos años donaron el pan al hogar Rayito de Sol, que está a unas cuadras. “El padre Ítalo lo pasaba a buscar o se lo llevábamos nosotros”, recordó Alberto.

Por varios años fue la única construcción de la zona. El barrio estuvo a punto de tomar su nombre, porque era como lo identificaban.

punto de encuentro: neuquén

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Por varios años fue la única construcción de la zona. El barrio estuvo a punto de tomar su nombre, porque era como lo identificaban.

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