Ni Duravit ni trompo de madera 02-11-03

Distintos. Así son los juguetes de ahora. Van de la mano de la tecnología, del inmenso despegue informático, de las reinas del pop o de la inmensidad de la imaginación. También de la tele, donde se habla largo y tendido de las nuevas tentaciones para los chicos, donde el regreso de He Man está otra vez en boca de todos.

Pero también están, guardados en un rincón, llenos de tierra y pelusa, los que en otros tiempos eran la pasión de cualquier chico. No desaparecieron ni desaparecerán, al menos seguirán en la memoria. Esperan la oportunidad de que alguien se acuerde de ellos, o al menos que hablen de ellos. Así volverían al baúl de los juguetes con toda la vigencia, así los carpinteros y artesanos volverían a darles la forma más linda para hacerlos bailar y dormir como en aquellos tiempos.

El folclore es un gran paquete, una enorme caja llena de música, recuerdos, imágenes, juegos, vida. El folclore es un poco la historia de cada uno de nosotros, donde indefectiblemente aparece el juego y donde jamás podríamos olvidar aquellas cosas que hacíamos de pantalones cortos. Porque el pantalón corto también era sinónimo de niñez.

Todo esto vino a cuento de una charla con mis hijos días atrás, una charla que se transformó en historia contada con un poco de pimienta. Me preguntaron a qué jugaba cuando era chico -no hace tantos años, apenas tres décadas- y les respondí que mis preferidos eran tres o cuatro juegos, en un escenario donde había cine una vez al mes y donde las revistas sólo llegaban todos los domingos.

Prefería el trompo de madera, igual a un durazno chato -japonés en esta parte del país-, el barrilete de caña hueca con papel de diario, surgido de las carencias tan frecuentes en la Argentina, una camioneta Rastrojera Duravit, de esas que no se terminaban nunca y el auto de madera y lata que nos había hecho nuestro padre, carpintero de oficio que nunca pudo cumplir su sueño.

Los chicos abrieron los ojos tan grandes que por un instante pensé que les había contado cualquier cosa. Ni el auto de madera y lata, ni la camioneta Duravit, ni el trompo ni el barrilete de caña hueca formaban parte de sus propios baúles de juguetes distinguidos. Porque uno cuando elegía con qué juguete jugar les hacía una especie de distinción.

Casi con nostalgia pensé dónde se podría comprar un trompo de madera para tirar con la fina cuerda. Caminé, pregunté y nada. Unos no lo conocen, otros me ofrecieron un pobre trompo de colorido plástico. Pero no es lo mismo.

Pregunté por Duravit, esos de material negro, «Irrompible», como decía la publicidad en la década del setenta. Sí hay, me dijeron en una juguetería, pero cuando lo pusieron sobre el mostrador era una linda camioneta de plástico, de buen plástico. Pero no es lo mismo.

Tal vez por eso de «Irrompible» desaparecieron de los estantes.

La nostalgia unió por un momento la historia mía con el presente de mis hijos. Diferente, muy diferente hasta en los juguetes, sin barriletes de caña y papel de diario (La Nación era ideal para eso por su buen tamaño sábana), con pocos papás que hagan autos de madera y lata y con góndolas sin Duravit Rastrojeras.

Pero no desaparecieron, hay en algún rincón un trompo de madera.

 

Jorge Vergara

jvergara@rionegro.com.ar


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