Niñez mundializada

Por Eva Giberti

La insistencia de los adultos en subrayar los cambios que se advierten en los comportamientos de los chicos, cuando se los compara con la niñez que conocimos hace veinte años (por elegir una fecha no excesivamente lejana), quizás es tan llamativa como dichos cambios.

Los comentarios acerca de la «viveza» y de la inteligencia de los chicos actuales, así como el estupor ante las preguntas y conclusiones que ellos formulan, se convierten en admiración y a veces en sorpresa: como si los niños y las niñas proviniesen de otros mundos. Lo cual parecería indicar la dificultad para aceptar que los chicos transitan la mundialización, que es un paso posterior a la perspectiva internacional -el concierto de las naciones- que caracterizó nuestra propia existencia. Nosotros (en realidad debería referirme a quienes sólo cuentan entre 45 y 50 años de vida, ya que yo pertenezco a una generación muy anterior), nosotros digo, asumimos la presencia y el ejercicio de viajar en avión como algo «natural», así como escuchar música en tocadiscos y en radios portátiles hasta llegar a los minicomponentes.

Los niños y las niñas de hoy en día intentan conectarse con la sonda que tantea los sonidos de Marte con sólo sintonizar la pista exacta en Internet y, si no disponen de ella, les alcanza con encender la radio o abrir los periódicos. Escuchan hablar del Big Bang, pueden comprar libros preparados para ellos donde se cuenta vida y obra de Einstein, o escuchar una discusión acerca de los embriones congelados en algún programa de tevé. O sea, se codean con el espacio infoestelar y con la intimidad anatómica de la reproducción y además pueden conocer los nombres y las historias de los científicos, de los astronautas y también mirar las filmaciones testimoniales en las cuales se muestran los efectos del napalm gaseado sobre las poblaciones civiles de Vietnam.

Piensan cuándo les darán permiso para ensayar en parapente o para bucear en las bellas aguas patagónicas, o se preguntan cuándo conseguirán dinero para adquirir un Nintendo y una colección de cartuchos para proyectar.

Muchos de ellos se vieron a sí mismos mientras aún eran un feto, gracias a la foto de la ecografía que su mamá guardó para «cuando el nene fuese grande».

Podríamos continuar con una enunciación, pero lo que interesa es darnos cuenta de que además de asombrarnos ante las creaciones y reflexiones de los chicos, nos decidiéramos a conocer mejor este mundo, que es el de los niños y de las niñas.

De lo contrario no advertiremos que algo que cambió sustantivamente, respecto de nuestra historia personal, son los sentidos que actualmente se le otorgan al mundo; o que el mundo incorpora, y por lo tanto, lo que se modificó es el lugar que ocupamos en la mundialización.

No estamos frente a una ampliación de la categoría de lo internacional, sino que somos pasajeros de la mundialización, lo cual no indica que nos despojaremos de las experiencias fundadoras de nuestra personalidad, pero sí nos advierte que los paradigmas son otros más allá de los que conocimos, aceptamos y proponemos mantener, a contrapelo de lo que sucede en el planeta.

Precisamos continuar oponiéndonos a las injusticias que las desigualdades impulsan, por aportar un ejemplo de índole política, pero no podemos desconocer que esas desigualdades hoy se analizan desde perspectivas que implican alianzas entre conjuntos sociales, implican encuentros y reuniones en todos los países conocidos y finalizan con la rúbrica de naciones que se comprometen a modificar sus políticas tradicionales. De no contar con la globalización de la economía y la mundialización no sabemos si hubiesen adherido a los nuevos paradigmas que se oponen a las desigualdades sociales y de género.

El tema podría ampliarse largamente, pero creo que alcanza con plantearlo para repensar en los asombros que nos producen los chicos: ellos nos advierten que están aprendiendo a comunicarse mediante el espacio reticulado y los códigos virtuales que se saltean cualquier frontera, y que se e stán apropiando de la cultura en la cual deberán crecer.


La insistencia de los adultos en subrayar los cambios que se advierten en los comportamientos de los chicos, cuando se los compara con la niñez que conocimos hace veinte años (por elegir una fecha no excesivamente lejana), quizás es tan llamativa como dichos cambios.

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