Nivelando hacia abajo

Carlos Torrengo ctorrengo@rionegro.com.ar

Dice Foucault que la locura fascina.

Y que las imágenes fantásticas que la locura hace nacer «no son apariencias fugitivas que desaparecen rápidamente de la superficie de las cosas.

Esta sinrazón define a la vida pública de la Argentina por estos tiempos.

Entonces, fascina seguir la arbitrariedad con la que el poder despliega su sinrazón en el discurso mediante el cual -paradójicamente- busca tener razón.

Es como si una oscura necesidad de manejarse desde la insensatez comprimiese el cerebro del colectivo del poder.

Se denuncia en su discurso cotidiano. Y la insensatez se torna normal. La intolerancia campea.

Un senador electo -el peronista Luis Barrionuevo- dice que hay que picanear a los ministros de Economía para que digan dónde «tienen la plata que robaron».

Un rudo gobernador radical -Angel Rozas- confiesa su pasión por los puños diciendo que si lo tuviera a Domingo Cavallo enfrente, lo mata a golpes.

No son sólo expresiones. Tampoco la consecuencia propia del ritmo que suele alcanzar el verbo cuando de política se trata.

Una y otra conclusión reflejan niveles de internalización del método violento muy arraigados. Larvados. No se dice esto ni se piensa en eso. Porque acordarse de la madre del adversario es, en todo caso y guste o no, común.

Pero hablar de picana y muerte a trompadas es el resultado de una elaboración mental que implica -como mínimo- una selección de métodos para lograr fines.

En este tipo de discurso se expresa diariamente en la política nacional.

En su espacio de representación creciente, hay lotes de dirigentes que nivelan hacia abajo.

Ya en la decisión, ya en el discurso.

En el marco de las decisiones, resultan lamentables las adoptadas por hombres de cuya sensatez no caben dudas. Decisiones que ayudan a nivelar para abajo.

Sucedió en Río Negro con la ley de Etica Pública recientemente sancionada. Fueron dos los proyectos que desde hacía cinco años dormían en la Legislatura frenados por el radicalismo. Pertenecían a los diputados Guillermo Grosvald -del MPP- y Eduardo Chironi -Frente Grande-.

Sobre finales de octubre, el radicalismo accedió a debatir un proyecto de ley. Pero antes, puso condiciones: en lo concerniente a las declaraciones juradas de los funcionarios públicos, la prensa no tiene acceso.

Al preservar la confidencialidad, la norma contradice incluso la ley nacional sobre esta materia, que garantiza el libre acceso a la información contenida en la declaración jurada.

Pero lo preocupante es que Chironi y Grosvald se advinieron a votarla a pesar de esa quita.

Insólito.

Le hicieron el caldo gordo al radicalismo, un partido que a lo largo de la transición hizo de la neblina y la oscuridad un método para el manejo del aparato de Estado.

Y un mecanismo para mejorar patrimonios.

Insólita conducta además, si se computa que Chironi y Grosvald representan en común una tarea ímproba en la denuncia de aquel mecanismo.

Y que en la administración Verani sea muy desigual la calidad de gestión, no es nuevo.

Pero sí lo es la creciente disposición a nivelar hacia abajo vía el estímulo a conflictos estériles.

Más estériles si se reconoce el marco de crisis fiscal que vive la provincia.

Por estos días, distintos planos del gobierno viven con el corazón en la boca ante la posibilidad de que el gobernador tome licencia.

Una posibilidad que no deja de manejarse ante la relación-trajín a la que está sometido el mandatario en función de las negociaciones con Nación y los problemas de salud que padece Verani.

El temor tiene una única raíz: el desmejoramiento que a modo de un estallido se instala entre los hombres con mayor poder en el gobierno no bien el gobernador partió.

Para muestra, un botón.

Por prescripción médica, hace dos meses Verani tomó una semana de descanso. No delegó el gobierno.

Pero ya en la Capital Federal surgieron los conflictos en el gabinete. El ministro coordinador Gustavo Martínez salió con los botines de punta a criticar públicamente el desorden imperante en la implementación de los tickets.

Hasta la partida de Verani, su silencio sobre el tema era sepulcral.

Y el titular de Economía, José Luis Rodríguez, sintió los disparos. Pero calló.

El enojo creció.

Y alertó al vicegobernador Bautista Mendioroz, quien apela al respirador artificial cada vez que se habla de licencia del gobernador.

Claro, tiene motivos para vivir bajo alerta. Internas como la de Martínez – Rodríguez se expresan a diario en el seno del gobierno.

Pero Mendioroz no olvida -por caso- lo que padeció durante los 60 días que sustituyó a Verani. Fue el año anterior.

Sintió que el veranismo podía tenderle emboscadas. Entonces puso cuatro hombres de su más extrema confianza para revisar todo lo que debía firmar.

Y sintió que una inmensa franja del gobierno seguía manejándose con el gobernador vía teléfono.

Y entonces Mendioroz percibió que Daniel Sartor era un poder tan paralelo, y si no más, que podía dejarlo desautorizado en cualquier momento.

Un día Mendioroz se fue a ver a Verani.

– Pablo, no jodamos más, nombralo a «Fino» a cargo del gobierno y se acabó- le dijo.

No sucedió.

Pero para ese entonces ya se nivelaba para abajo.


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