«No doy el piné para ser folclorista» 5-07-03

El cronista devuelve el gesto y prende un cigarrillo con el viejo encendedor de Carnota: «Una reliquia que saqué a trabajar nuevamente», dice el guitarrista, casi orgulloso de haber restaurado esa bonita antigualla.

«Hay periodistas que dicen que usted es un personaje de culto», comenta el cronista para abrir el fuego, y Carnota -para no perder la costumbre ritual- vuelve a sonreír. Esta vez está diciendo: «De nuevo vamos con lo mismo…». Entonces piensa, aspira el humo del decimocuarto cigarrillo negro que se ha fumado desde que se levantó a las doce del mediodía y contesta: «en realidad, si eso fuera cierto, el último en darse cuenta de algo así sería yo. Va más allá de la modestia o la falta de ella… para mí lo que hago es simplemente trabajo y es lo que me gusta. Son dos cosas muy importantes que se juntan. Por ahí esa actitud es la que los confunde y los lleva a pensar que soy un personaje de culto». Aspira una bocanada de humo y exhala una de humildad.

«A mí personalmente me parece que 'de culto' es una expresión algo exagerada, yo eso se lo dejaría a los muertos… más bien me parece que usted, en muchos sentidos, es una suerte de emblema», espeta el cronista, sin anestesia. Carnota se ríe con ganas: «lo que pasa es que los que ya cumplieron cierta cantidad de años edificando una trayectoria, inevitablemente se convierten en emblemas. Ahora hay que ver si uno es un mal o un buen emblema…», dice y corta la carcajada con un sorbo del cortado en carrito. «De todas maneras, componer pensando que la gente opina que uno es un artista de culto debe ser sumamente engorroso», torea el cronista. «Por supuesto -contesta el tigre de Buenos Aires levantando la voz-, pero a eso no hay que darle pelota por nada del mundo. Es como que vos quieras hacer ésta o cualquier otra nota pensando en que te vas a ganar el Pulitzer». Ahora se ríen los dos y beben otro sorbo de un café demasiado frío.

Nos engañaron con la primavera

El cronista prende otro cigarrillo: «Vayamos para atrás», le dice. «Vamos», contesta Carnota automáticamente, como aceptando cualquier desafío que le planteen. Se toca el aro y tose tres de los últimos cuatro fasos que se fumó. «¿En qué quedó toda la euforia que mucha gente tenía durante la primavera alfonsinista?», le pregunta el cronista, pero recién luego de tomar aire y hacer un preámbulo casi interminable para preguntar aquéllo «No sé, nunca me puse a pensar seriamente en eso», dice Carnota, y prende el cigarro número veinte. «¿Querés que hable de la gente o que hable de mí?», pregunta el folclorista… mira hacia la puerta, como buscando a algún amigo imaginario de los ochenta y contesta la pregunta que acaba de hacerse a sí mismo en silencio. Deja la vista clavada en la puerta del bar: «tengo la certeza absoluta de que la gente sufre los impactos de cuando es estafada, y en esa época nos estafaron a todos».

Con ese lapidario comentario sella el tema. Parece no gustarle demasiado Cambio de tema: la primavera alfonsinista, ese entusiasmo general (gentil, radiante), y la posterior desazón cultural menemista con un silenciamiento total de las bellas ideas progresistas de los ochenta, no son tema para cualquier conversación, ni siquiera para aquélla. «Hay días y días», piensa el cronista, tratando de encontrar un refrán que lo despeje y lo empuje a seguir con la nota Carnota, en ese silencio, mira llegar al fotógrafo, le corre la silla y lo invita con un café. El fotógrafo mira con cara de «¿No molesto, estás seguro?»

El cronista sonríe y cierra los ojos, pocas veces vio a un artista invitar con un café a un fotógrafo (nunca… no, nunca no… bah, no sabe, debería pensarlo bien, pero es probable que nunca…).

El lector pensará que esto es algo exagerado, pero podría jurarse que no, que pocos son los artistas en gira a los que les importa cómo andan un fotógrafo, un periodista Carnota es definitivamente un tipo macanudo.

 

De regreso a Ezeiza

 

«Hoy apoyo muy pocas cosas», dice Carnota mientras apaga los restos de quien en vida fuera otro cigarrillo más – ¿Seguro?

– Sí -el bonaerense se pone serio, detecta la ironía flotando en el aire-; a diferencia de muchos músicos de mi generación, yo milité políticamente La respuesta es tajante, pero no se puede negar que define bien una posición sesuda en torno de la primera apreciación terminante, aquella que daba cuenta del no apoyo a cualquier causa «Muchas veces te toman de boludo», dice. En otro artista sonaría a cuestionamiento ególatra, en Carnota -un tipo que ha colaborado con millares de personas durante sus largos años de carrera- la frase es sencillamente verídica. «Creo en una Argentina nueva, pero sólo quiero apoyar cosas puntuales.

Minutos después, terminado ya el reportaje, Carnota y el cronista caminarán por la calle Sarmiento, corazón del Bajo neuquino. Los muñequitos de felpa de Piñón Fijo, las medias de tres por cinco, los ungüentos en lata, los panchos fríos y la bijouterie de pacotilla les harán la escolta de honor en este peregrinaje. Transitando por ese marco de feria persa, Carnota volverá a revisar casi mentalmente sus días de militancia.

«Usted votó al tío en el '73, ¿no?», pregunta el cronista. «Cóóóómo!», exclama-afirma el guitarrista, con la sonrisa de algunos retazos de aquella alegría, la de los días brillantemente peronistas. Lo votó de acá a la China, de eso no caben dudas.

Dos cuadras más arriba recuerda la confusa tarde de Ezeiza. Frunce el ceño: «yo estaba a cincuenta metros del palco -dice y devuelve la mirada con la misma intensidad y valentía que debe haber expresado durante aquella trágica e hiperconfusa jornada-, era una fiesta, nos cagaron. A mí me avisaron que podía pasar cualquier cosa cuando llegué desde Mar del Plata en dos colectivos con doscientas personas. No había venido con pibes… había venido con gente grande, familias. Yo estaba trabajando en los barrios…». Se le corta el recuerdo allí mismo, acaban de llegar al teatro en donde medio centenar de músicos lo esperan para escuchar su clínica sobre chacarera «El placer es mío», le dice a un guitarrista neuquino mientras le estrecha la mano. Luego se va solo caminando hacia el interior del teatro. Las espaldas estrechas se le agrandan con las hombreras del sobretodo. Viéndolo irse, parece el tecladista de una súper banda de rock sinfónico de los setenta, pero no, es Carnota: un tipo valiente.

 

 

Fernando Barraza

Fin de siglo

Hay huellas que pasan y amores que quedan.

Son tiempos que matan con hombres que esperan.

Entre sueños cortos, la vida es misterio.

Y la cima, un punto que cambia de dueño.

Y van las traiciones volteando altruismos,

estéticas muertas por maniqueísmos.

Las sanas costumbres de vicios modernos

con nuevos mesías que estrenan avernos.

Tumbas de utopías en computadoras,

artistas que brillan antes de la hora.

Nuevos eruditos y viejos salvajes,

alcurnias compradas por los porcentajes.

Guerras que se inventan por lucro cesante

espermas guardadas y clones farsantes.

Estrellas que explotan, galaxias que nacen,

acciones que bajan y quiebras falaces.

Banqueros que ordenan a líderes yertos,

bacterias que aguardan soplando en el viento.

Altos intereses y bajos salarios…

globalizaciones del mismo sudario.

Mercados cautivos, inversores mixtos

dealers que gobiernan con guardias convictos.

Depredan, ensayan, talan y enajenan

sumando eslabones a esta gran cadena.

Y todos empujan y muchos se caen…

solidariamente todos se distraen…

y muere este siglo sin dios ni medida…

y yo me pregunto… ¿dónde está la vida?

 

Raúl Carnota (del disco Fin de siglo, 1999)


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