No está muerto quien pelea

Una de las mayores distinciones que puede tener una persona es la de ser reconocida en vida por su tarea. Quizás tal halago sólo pueda compararse con rendir tributo a alguien por quien se siente admiración. De dar y recibir se trata justamente el boxeo y también la historia que reunió a Sergio Maravilla Martínez con su ídolo de la juventud: Muhammad Ali. Como si se tratara de un sueño, fue el argentino el encargado de entregar el Cinturón de Diamantes a Cassius Clay al ser este declarado como “ el más grande de todos los tiempos”, por el Consejo Mundial de Boxeo (CMB) en el marco de la 50ª Convención Anual de la entidad celebrada en la ciudad mexicana de Cancún. En su libro “Corazón de Rey”, el quilmeño destaca a Muhammad Alí y a Ray Sugar Leonard como los mejores, aquellos que desafiaron la ortodoxia, bajaron la guardia y hasta se desplazaron hacia atrás, con la inteligencia de saber que no necesariamente es mejor boxeador quien más pega. Pero seguramente ha sido el de Kentucky quien más lo impactó desde lo personal. Imbuido en tal filosofía, en su autobiografía Martínez señaló: “Cuando tenia 20 años quería ser conocido por ser campeón, por tener un título, un cinturón, pero eso no deja de ser algo externo a mí porque se trata de tener, no de ser. Ahora quiero ser recordado por quien soy”. Ali, de 70 años y enfermo de Parkinson, fue de este modo galardonado como el mejor boxeador libra por libra de toda la historia. Además de sus incuestionables méritos técnicos como púgil y de su irreverente personalidad de antaño, el norteamericano fue destacado por sus gestos contra la discriminación racial al arrojar al río Ohio su medalla de oro obtenida en 1960, y a favor del pacifismo al negarse a ir a la guerra de Vietnam. Tan sólo el sabe por qué se exhibe de tanto en tanto ante el gran público con su inexpresivo verbo, andar claudicante y manos temblorosas. Así se lo vio encender el pebetero olímpico en Atlanta 96 y recientemente en un homenaje, durante la inauguración de los Juegos Olímpicos de Londres. Es muy probable que Ali esté librando la batalla más dura y desigual de su vida, frente a una enfermedad impiadosa que lo deteriora día a día. Seguramente antes de la campana final habrá preferido dejar su última lección: la de privilegiar al hombre por sobre la gloria, la cabeza por sobre los puños y la vida sobre la muerte. Pues él sabe, como pocos, cuán cierto es aquello de que “no está muerto quien pelea”. (*) Abogado. Profesor Nacional de Educación Física. marceloangriman@ciudad.com.ar

opinión

Marcelo Antonio Angriman (*)


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