¿Nueva economía? Aún no han visto nada

Por Elvin y Heidi Toffler

Frente al pánico de una caída financiera, Norteamérica, parecería, está inundada de una serie de «se los dije.» Les dije que los precios de estas acciones estaban demasiado altos. Les dije que lo que sube tiene que bajar. Les dije que no había nada detrás de esas ofertas públicas iniciales de dot-coms. Ahora viene el artículo de Michael Porter en el Harvard Business Review, en el que dice, «incluso las frases «nueva economía» y «vieja economía» están perdiendo rápidamente su relevancia, si acaso la tuvieron.»» En el frenesí de lo inmediato, podemos cegarnos a una realidad más grande y más importante. Sí, Virginia, existe la nueva economía, y se está preparando para lanzar su siguiente fase.

En años recientes, tanto inversionistas como la comunidad de negocios han estado divididos. De un lado estaban los tradicionalistas, quienes siempre han insistido en que la «nueva economía» es un mito, y que todas las viejas «bases» seguían en vigor. Por otro lado estaban los utopistas, quienes veían en la nueva economía un medio para acabar los altibajos de los negocios, y quienes no sólo justificaban la alocada sobrevaluación de muchas dot-coms, sino predecían una generación de crecimiento y prosperidad esencialmente imparables -un largo «boom.»»

Ambos lados en este polarizado debate estaban, y están, equivocados. Los tradicionalistas podrían decir correctamente, como el Sr. Porter, que el principal propósito de un negocio sigue siendo lograr utilidades. Pero ello deja abierta la pregunta de cómo se definen y cómo se alcanzan las utilidades. Hace mil años las empresas buscaban utilidades. Pero operaban en un mundo agrícola basado en la labor campesina. La revolución industrial que comenzó en el siglo XVII produjo una economía radicalmente nueva (aunque también tuvo sus detractores). No eliminó la búsqueda de utilidades en una o u otra forma, pero transformó todo lo demás, desde las finanzas hasta la vida familiar, desde el trabajo hasta la guerra, desde el uso de recursos hasta la religión. Actualmente, en una escala todavía más grande y más rápida, está tomando forma un nuevo sistema social y económico. También transformará todo lo demás.

Los optimistas nos hablaron de una revolución digital. Pero al predecir un crecimiento constante y precios siempre más altos para las acciones, se olvidaron de que las revoluciones, por definición, están marcadas por sorpresas, reversas, alteraciones, cambios alocadamente volátiles y un papel acentuado del azar.

De hecho, durante la primera fase de la revolución industrial, miles de nuevas empresas fracasaron porque, como en la actualidad, tenían modelos de negocios equivocados, su impulso y optimismo mal dirigidos. Nadie sabía cómo operar en el ambiente emergente post-agrícola. Los negocios tuvieron que inventar todo de nuevo – fábricas, cadenas de distribución, relaciones laborales, ventas. Los mercados giraron, y muchos inversionistas perdieron su dinero, ante un coro de «se los dije.»

Imaginar que la nueva economía ha concluido es el equivalente del pensamiento, a principios del siglo XIX, de que la revolución industrial había concluido porque las fábricas de textiles estaban quebrando en Manchester.

Las agonías actuales de la Bolsa de Valores difícilmente demuestran que la nueva economía no existe. Si los precios de las acciones caen 50% en un día dado, ¿significa ello que las actividades económicas subyacentes han caído a la mitad? ¿Que los productores están produciendo la mitad de lo que hicieron el día anterior? Si los precios de las acciones acaso reflejan la realidad, frecuentemente lo hacen con enormes brechas y ventajas.

La noción de que la nueva economía nunca existió es ridícula si analizamos la forma tan profunda en que ya ha reestructurado incluso a las corporaciones más grandes y menos dependientes de Internet. Sus jerarquías están más planas, sus productos más personalizados. Los requisitos de habilidades han cambiado al disminuir el trabajo físico y aumentar el trabajo intelectual. Las alianzas y complejas redes de abasto han reducido la integración vertical; los mercados se han vuelto nichos. Las firmas se ven forzadas a innovar y operar a un ritmo más rápido que nunca.

Haya actualmente más de 3 millones de interruptores digitales por cada ser humano sobre el planeta. No van a desaparecer. Hay casi medio millar de millones de computadoras sobre el planeta – una por cada 13 seres humanos. Tampoco van a desaparecer, a menos que sean reemplazadas por tecnologías todavía más avanzadas. Internet, extendiéndose a altas velocidades desde China hasta India y Brasil, no va a desaparecer.

¿Cientos de millones de usuarios de teléfonos móviles van a deshacerse de sus aparatos? Con o sin ancho de banda, ¿van a evaporarse todos esos aparatos de mano?

El hecho obvio e ineluctable es que la revolución es real, y se manifiesta en muchos niveles simultáneamente. Internacionalmente, lo vemos en el impulso actual hacia la globalización y el creciente descontento en su contra. Lo vemos en las noveles batallas por la primacía y la propiedad intelectual. Lo vemos en las exportaciones crecientemente intangibles de Norteamérica. Lo vemos en los avances en la genética y en el pánico manufacturado sobre los alimentos genéticamente modificados. Lo vemos en el fenomenal aumento del poder de los medios – y en la creciente hostilidad del público hacia ellos. Lo vemos en las relaciones intergeneracionales. Lo vemos en la polarización de la riqueza. Lo vemos en los temores de la llamada división digital. Lo vemos en la creciente ola de anti-norteamericanismo en Europa y Asia. Estos cambios no son independientes entre sí. Son parte de un patrón general.

Algo nuevo despierta en el planeta y no caben dentro de las asunciones, modelos y paradigmas que quedaron de la era industrial. Es una nueva civilización de la que la nueva economía sólo es una parte.

La turbulencia económica, además, apenas acaba de comenzar. Para comprender por qué, necesitamos hacernos una pregunta simple y frecuentemente olvidada: qué viene después de la primera revolución digital? Por sorprendente y poderosa que sea, la revolución digital no es la única fuente de cambio fundamental. En la ciencia, acabamos de llegar a tomar las primarias imágenes de los orbitales – la llamada goma que sostiene unidos a los átomos del universo. Los avances en las células tallo señalan hacia nuestra habilidad para regenerar órganos humanos. Estamos haciendo avances menos visibles en campos tan diversos como polímeros conductores, materiales compuestos, energía, medicina, clonación, medicina supramolecular, óptica, investigación de la memoria y muchos otros campos.

Pero es, por supuesto, en la genética y la biotecnología donde estamos a punto de desatar los efectos más poderosos. En Estados Unidos, la Administración Federal de Alimentos y Medicamentos aprobó ya alrededor de 80 medicinas y vacunas desarrolladas por la industria biotecnológica y se están probando otras 350 o más en humanos actualmente.

Apenas hemos comenzado a sentir el impacto de la convergencia biodigital. Por ejemplo, tenemos ahora pistas para la manipulación genética de ciertas formas de inteligencia. Imaginemos lo que ello podría significar para una economía basado en el conocimiento – pero también qué peligros sociales y políticos podrían venir de esta manipulación.

Día tras día estos descubrimientos aparecen en nuestros laboratorios. Muchos, a primera vista, parecen poco importantes. Pero ello se debe a que típicamente los consideramos sin relación con los demás. De hecho, muchos de ellos van a converger. Y cuando así sea, podrían sorprendernos. Por supuesto, todos estos avances dependen de las computadoras y de la tecnología digital, así como de la Internet. Pero muchos tienen implicaciones que van a retroalimentar y cambiar el futuro mismo de la tecnología de la información, ya sea en la forma de biochips o computación basada en el DNA, y, quien sabe, nuevas tecnologías para las comunicaciones basadas en modelos del DNA y los biochips.

Queda ahora claro que toda la revolución digital es sólo la primera fase de un proceso todavía más grande y más largo. Si usted piensa que la revolución ha concluido, prepárese para recibir un nuevo «shock» al converger totalmente la tecnología de la información con, y a su vez es reconstituida por, la revolución biológica.

En la primera fase, la tecnología de la información revoluciona a la biología. En la siguiente fase, la biología va a revolucionar a la tecnología de la información. Y esto, a su vez, va a revolucionar totalmente a las economías. Todo esto representa una encrucijada no sólo para la economía, sino para la historia humana.

Las alteraciones de la Bolsa son extremadamente dolorosas. Pero mañana, mirando hacia atrás, las veremos sólo como un pequeño pico en los principios de la historia de la nueva economía del siglo XXI.

Los Angeles Times Syndicate


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