Nueva tendencia en la Academia Sueca

ESTOCOLMO.- «Por fin», grita cada año un gracioso cuando en la antigua Bolsa de Estocolmo se anuncia el nombre del ganador del Premio Nobel de Literatura. No importa quién reciba el premio. Pero hoy el hombre se quedó sin palabras, porque al igual que todos los demás no podía creérselo cuando Horace Engdahl, secretario permanente de la Academia Sueca, pronunció el nombre del dramaturgo inglés Harold Pinter.

«Parece que los jurados del Nobel quieren hacer de la sorpresa un principio y una virtud», comentó un asombrado experto del sector de los libreros sueco.

También el año pasado la Academia sorprendió al otorgar el más codiciado y famoso premio literario del mundo a la austríaca Elfriede Jelinek, que al igual que Pinter no figuraba en ningún pronóstico.

Si en el caso de Jelinek hubo cuestionamientos debido a su escasa fama fuera del ámbito de habla alemana y a sus controvertidas cualidades literarias, la reacción espontánea al premio a Pinter fue: ¿Por qué le dan el Nobel ahora si la gran época del dramaturgo londinense fue hace más de un cuarto de siglo, su concepto teatral se considera superado y sus obras se representan sólo esporádicamente?

Para los 18 miembros de la Academia Sueca es un principio irrenunciable que la literatura digna de ser distinguida con un Nobel tenga una validez permanente en el tiempo. Por eso, los jurados no concuerdan con la opinión de algunos críticos que consideran que el dramaturgo no escribió nada destacable desde los años 80.

La Academia alabó expresamente al «Pinter de la última época»: «La continuidad de su obra es destacable, y sus temas políticos pueden verse como una evolución del análisis del primer Pinter sobre la amenaza y la arbitrariedad». También el elogio del jurado al creciente compromiso político de Pinter, que en los últimos tiempos protestó públicamente en varias ocasiones contra la Guerra de Irak, recordó la justificación al premio del año pasado. «Jelinek azotó a Austria con su rabia apasionada», se dijo en ese entonces, mientras que Pinter fue descrito como un «apóstol de los derechos humanos».

A pesar de la extendida simpatía por el personaje y el respeto por su capacidad para llenar teatros con obras ambiciosas y al mismo tiempo populares, en Estocolmo predominaron el escepticismo y la incomprensión ante la nueva sorpresa. Sí generó, en cambio, respeto absoluto el hecho de que la Academia consiguiera cerrar las «grietas» por las que se filtraba la información. (DPA).

Notas asociadas: Harold Pinter, un Nobel sorpresa  

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