Nuevo país, nuevas mujeres

Por Graciela Landriscini (*)

Llegamos al Día Internacional de la Mujer en un momento en que en la sociedad argentina se produce un gran cambio, en el que como en otras etapas la mujer cumple un papel protagónico. Es un momento en que estamos comprometidos a recuperar una sociedad desgarrada por la desigualdad, la corrupción y la imprevisibilidad. Ello por cuanto la realidad nos plantea la necesidad de superar la vulnerabilidad de amplios grupos sociales sumidos en la pobreza o la miseria extrema y en la violencia de arriba, de abajo y de al lado. Entre ellos, las mujeres, los jóvenes, los niños y los ancianos encabezan la lista en el nuevo siglo. Este mismo siglo en el que los ganadores del «modelo de vida y economía desregulada» aún se ufanan en la opulencia; en el que se impone la guerra y el camino hacia un mundo unipolar; el tiempo en el que estalla el cuestionamiento a la inmoralidad en la política y la economía de los mercados «libres» de bienes y capitales y de sujetos esclavos.

En este marco, las mujeres enfrentamos un momento de renovada esperanza, en el que más que nunca debemos pugnar por hacer realidad la libertad, la igualdad y la solidaridad. Es a la vez la hora en que la mujer se lanza con mayor legitimidad a protagonizar la nueva política, procurando recrear lo colectivo, por trabajo, por justicia, por los hijos, por la dignidad, denunciando y enfrentando los perversos efectos que han dejado las políticas neoliberales con sus secuelas de desintegración social, desigualdad exasperante, corrupción y destrucción del Estado, y necesidades básicas insatisfechas en un gran sector de la población argentina.

En estos años más que nunca la mujer ha cargado y aún carga con el máximo peso de la crisis en el espacio público y en el privado, en la informalidad y precariedad del trabajo, en los trabajos más degradados y de elevada tensión, en la pérdida de la salud, en la segregación y discriminación. Ello junto con los riesgos laborales, la inseguridad general y la violencia doméstica y callejera. Con ese aprendizaje, con el capital que significa la nueva experiencia colectiva, la mujer se ha venido multiplicando, creciendo y generando un nuevo poder, construyendo una mayor autonomía de acción, asumiendo un replanteo de la vida y una creciente comunicación y organización en pro de debatir los problemas, las alternativas, las oportunidades y los riesgos de vida.

Frente a la quiebra de los marcos tradicionales de integración social, junto con las tendencias al individualismo y el aislamiento, la mujer de todas las edades ha potenciado nuevas formas asociativas para la reproducción de la vida, en el trueque, en modos solidarios de acción y reclamo, en la construcción y la defensa de lo público, enarbolando derechos sociales amenazados, dando ejemplos de vida en plena crisis de roles y procurando recomponer los vínculos sociales y personales.

En este escenario de construcción de un nuevo poder, de nuevos movimientos desde abajo, el barrio ha pasado a ser el espacio preferencial de la acción de la mujer, recuperando el lugar histórico en que se forjaron las relaciones de confianza y las instituciones de cooperación tiempos atrás. En síntesis, en el nuevo contexto, las mujeres en su faena cotidiana son ejemplo: articulan subjetividad y socialización, recreando vínculos para hacer más comprensible y menos incierta la realidad que les toca vivir.

En definitiva, las mujeres, como movimiento con convicción y esfuerzo, seguimos escribiendo la historia. Vaya este homenaje a las madres, a las mujeres cosecheras, a las enfermeras, a las docentes, a las que prestan servicios domésticos, a las que forjaron movimientos sociales ejemplares desde las Madres de Plaza de Mayo, Las Abuelas, las Madres del Dolor, las Madres por la vida, las Mujeres que han defendido propiedades de pequeños productores amenazados por la usura financiera, y a tantas mujeres anónimas que con su voluntad y su sacrificio honran la vida.

 

(*) Decana de la Facultad de Economía

de la UNC


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