«Nunca pensé que reaccionaría así»

PLAZA HUINCUL (ACC y enviado especial)- «No lo podemos creer, nunca pensé que mi esposo podría reaccionar de esa forma, él nunca le hizo mal a nadie».

Elsa Susana, de 44 años, es la esposa de Alcides Domínguez, un hombre corpulento de 52 años, que hace 13 llegó al barrio Centenario.

«Siempre nos hicieron la vida imposible, que piedras en el techo, que amenazas, de todo, esto viene de muy atrás…», dijo la mujer en diálogo con «Río Negro» ayer a la tarde.

Así como el trabajo, la pelea con la familia de Margarita Mardonez y Omar Cofré fue un tema medular en la vida de los Domínguez desde que llegaron a la casa que el Instituto de la Vivienda les otorgó en el barrio Centenario.

«Antes de mudarnos trajimos unos tirantes y unas chapas; cuando volvimos no estaban. Una prima nos dijo que se las había llevado «El Flaco» (por Cofré)…Nosotros no dijimos nada, pero la cosa siguió y cada vez fue peor», contó la mujer que, por momentos, se quebró en llanto.

Elda explicó que todos conocen a su marido y que no es agresivo. «Tenía un arma por seguridad, pero nunca la había usado», agregó.

«Somos gente de trabajo, llevamos una vida normal, con nuestros hijos y con nuestros nietos, mi marido y mis hijos construyeron la panadería y agrandaron la casa sin molestar a nadie».

Luego de ser parte de la época de oro de la empresa YPF -donde trabajó en perforación y después como radio operador- con los pesos que cobró como indemnización, Domínguez compró máquinas y construyó su pequeña fábrica de pan en la calle Adobati, en el fondo de su vivienda. Pero, según su familia, nunca pudo estar en paz.

«Nos han amenazado, nos han hecho de todo», afirmó la mujer que, sobre el modular, guarda una carpeta amarilla donde tiene copias de distintas denuncias contra los Cofré. Está junto con la documentación con la que Alcides pelea para cobrar el porcentaje que la Nación le debe por la venta de las acciones de YPF.

La casa de la calle Adobati es el centro de la familia que integran Verónica (29), Diego (28), Claudio (27) y Adrián de (15), a quienes se suman media docena de nietos. «Con nosotros vive el más chico, los demás se casaron pero siempre estamos juntos», dijo la mujer que ayer a la tarde navegaba en una pesadilla. Para festejar el Día del Padre, los Domínguez tenían previsto comer un lechón que Claudio había comprado en la semana. En un domingo negro, con olor a muerte en la vereda y amenazas de incendio sobre su casa, la familia esperaba ayuda e irse para siempre de Plaza Huincul.

«Lo denunciaron y no pasó nada»

PLAZA HUINCUL (ACC y enviado especial).- «Había una pila de denuncias contra ese tipo, se le dijo a todo el mundo que esto iba a pasar y nada, nadie hizo nada, ¿en qué hay que creer?». Uno de los hermanos de Margarita Mardonez lloraba ayer en la puerta del salón comunitario del barrio Centenario. El hombre tenía broncas para repartir, con los jueces y fiscales que recibieron las denuncias, contra la policía que no actuó para detener a Domínguez y contra el panadero que «les hizo la vida imposible a toda la familia de mi hermana», sostuvo Mardonez.

Adentro del local de color gris no había consuelo para nadie. Llantos y más llantos, y rostros serios que desfilaban buscando respuestas alrededor de los tres ataúdes ordenados en un hilera. El cadáver de Margarita estaba en el centro, Pamela a la derecha y Cristian a la izquierda.

Uriel, vecino y testigo de la masacre, tembló al momento de hablar con este diario. No durmió en toda la noche y cree que no podrá dormir por unos cuantos días. «Una cosa es contarlo, otra es estar ahí. No puedo creer que la policía no hiciera nada, Omar y Pamela se hubieran salvado si la policía lo hubiera parado», dijo Uriel, quien sobre su campera clara tenía nítidas varias manchas de sangre. «La ambulancia no venía y ellos se morían, tuvimos que cargarlos en el auto de un vecino, yo ayudé subiendo a Cristian pero ya estaba muerto», recordó.

«Yo no he tenido problemas con Domínguez pero no puedo decir que sea bueno. Intentó ponerme en contra de Cofré, pero no le di bola. Le dije que se deje de joder y que como comerciante trate de ser más amable», contó Uriel.

Los hermanos de Margarita Mardonez comentaron que «lo que más le molestaba» al panadero «eran los chicos».

«No sé lo que tenía con los Cofré, pero los odiaba. Lo que más me asusta es que sólo disparó a la familia, le apuntó a la policía pero nada, a mí me vio pero nada, sólo le tiró a la familia… y a Margarita le disparó cuando estaba tiraba en el piso… cuando ya estaba muerta», contó el vecino.

Los familiares y amigos de las víctimas pidieron a este diario que no se saquen fotos del sepelio y destacaron que la mujer -que era de la religión Testigos de Jehová- «tenía mucha chispa y un buen carácter».

Explosiones de violencia

NEUQUEN (AN)- Algo serio está pasando en la comarca petrolera, identificada a nivel nacional por adjetivos tan disímiles como las puebladas y el dinosaurio más grande del mundo. Además de ser uno de los puntos de la provincia con mayor índice delictivo en relación con la cantidad de habitantes, cada tanto marca en rojo las crónicas con explosiones de violencia:

•El 24 de diciembre de 1999, Sara Ibáñez asesinó a su esposo y a sus dos hijos con disparos de revólver y cuchillos. Después se quedó encerrada más de 30 horas junto a los cadáveres hasta que un vecino la encontró. El jueves próximo se hará el juicio oral en su contra.

•El 30 de marzo pasado, un chico de 9 años murió de un balazo dentro de su casa. Hubo indignación popular porque se pensó que había sido víctima de un robo, pero las pruebas incriminan seriamente a su hermana mayor, de 16 años.

•El 16 de mayo, un chico de 14 años protagonista de una larga lista de hechos conflictivos pese a su corta edad rompió el vidrio de una escuela y gatilló una pistola contra dos alumnas, de 14 y 16 años. Tenía antiguas diferencias con las chicas y su familia.

Estos episodios no pueden encuadrarse dentro del espectro de la delincuencia, que también afecta, y mucho, a Cutral Co y Plaza Huincul. No se emparentan con las patotas que siembran el terror a balazos, ni con los jóvenes que cuando roban, golpean o matan a sus víctimas. Hablan, en cambio, de otra clase de fenómenos sociales.

Cutral Co y Plaza Huincul, que se expandieron en los años de bonanza de la YPF estatal, se quedaron de la noche a la mañana sin la contención que les dio desde su nacimiento la empresa petrolera. Les pasó como a Sierra Grande sin Hipasam, con la diferencia de que en la comarca no hubo una emigración masiva que la vaciara de habitantes.

La gente mayoritariamente eligió quedarse. Muchos cobraron fuertes indemnizaciones por sus años de trabajo en YPF y fueron empujados a reconvertirse en cuentapropistas.

Sólo unos pocos supieron moverse con el nuevo estatus; la mayoría terminó sumergido en la pobreza dependiendo de la asistencia estatal.

En ese caldo, las pasiones se cuecen de otra manera. El menor conflicto puede terminar, si no se lo advierte a tiempo, en un baño de sangre. Y es evidente que han fallado esas instancias intermedias.

Ninguna sociedad atraviesa impunemente los trastornos que sacudieron en pocos años a la comarca petrolera.

Las pruebas hay que buscarlas en esas explosiones que cada tanto tiñen de rojo el árido paisaje tachonado de negros pozos petroleros.


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