Ochenta y cinco años de la muerte de Eduardo Talero

Por HECTOR PEREZ MORANDO

Especial para «Río Negro»

e dice en escritos históricos que estuvo a punto de ser fusilado. Y nada menos que por orden de su tío el entonces presidente colombiano general Rafael Nuñez. Lo salvó su madre, hermana del mandatario, pero el destierro fue la condición. Eduardo Talero transitó escaños universitarios y muy joven el título de abogado se imprimió como tarjeta de presentación para anidar en varios países de América, incluso Estados Unidos donde tuvo un cargo público. Viajes, ejercicio del periodismo, buscando –posiblemente- la tierra de adopción y que con él, colombiano, Neuquén le diría sí, caso raro, porque por aquí los europeos y chilenos se imponían en variadas actividades. ¿Un colombiano en el Neuquén de entonces? Sin duda, hecho único o al menos la historia local no registra similar por aquellos años. La simbiosis sudamericana.

A pocos años de iniciado el siglo obtiene nacionalidad argentina. En Buenos Aires hizo nuevas amistades periodísticas y literarias del brazo de su culta esposa transcordillerana Ruth Reed, el gran amor de su vida que le dio el único hijo, también llamado Eduardo. Es de imaginar que sus dotes personales le fueron creando altas e importantes vinculaciones sociales que llegaron a que el cordobés Carlos Bouquet Roldán lo nombrara secretario de la gobernación territorial neuquina, en tiempos del presidente Roca. Ignoramos cual fue el contacto para la designación del intelectual del país de «María», pero tiene que haber sido de gravitación pues era cargo codiciado en todas las gobernaciones. Talero se convertiría en el segundo destacado actor de aquella gobernación territorial entre 1903 y 1906 y qué en 1904 produjo la mudanza de la gobernación desde Chos Malal a la Confluencia.

Avanzada la decisión de traslado de la capital neuquina que en Chos Malal fundara Olascoaga, Bouquet Roldán trajinaba en pasillos porteños todo lo referente al nuevo emplazamiento en la unión del Limay y Neuquén, donde el ferrocarril de los ingleses era uno de los imanes justificantes del cambio. Mientras en el pueblito norteño del torreón cundía la desesperanza, el abogado y lírico colombiano en ausencia de Bouquet Roldán, oficializaba de «gobernador interino». El clamoso reclamo de los pocos vecinos norteños, del coronel Olascoaga, de Francis Albert y otros pocos ilustres ex vecinos y vecinos contrarios al traslado, no fue tenido en cuenta y los más de cuarenta carros con papeles y elementos de la gobernación, empleados y hasta presos rumbearon para la Confluencia: Eduardo Talero comandaba la insólita mudanza. Es posible que el lento paisaje por la poca definida huella costeando la margen norte del río Neuquén, le hayan sido útiles para unir cuartillas de su nueva e inesperada vida y cuando en las forzadas paradas nocturnas, las entretenidas guitarras y algunos cuentos de fogón lo iban incorporando al ámbito patagónico.

El poeta colombiano que supo de la amistad de José Martí, de Rubén Darío, Antonio Plaza, Juan de Dios Restrepo, Enrique Gómez Carrillo y otros destacados de la época en sus correrías americanas, en nuestro país frecuentó importantes publicaciones periodísticas y a Carlos Guido Spano. Anduvo entre chirriantes ruedas de carros, pilcheros, facones, presos y gritos destemplados, dejando atrás las vides y trigales de la primera capital neuquina. Otro astro nacería a partir de los médanos que ayudaría a vencer con Bouquet Roldán en el trazado de la nueva capital. Se dice que inicialmente, él también vivió en carpa hasta que los adobes fueron alineándose en los lotes manzaneros mientras la estación ferroviaria con planos ingleses pasaría, en el futuro, a constituirse en la divisoria urbana.

Transcurrieron años. Papel y tinta por medio de la Sociedad de Escritores de Buenos Aires le dio espaldarazo con «Voz del Desierto» (1907). Tuvo recuerdo: «De la rugosa Cordillera del Viento, desaforado fuelle de estas forjas neuquenianas, llegaban resoplidos de cansancio. Otras veces gemían suspiros de órgano que al propagarse en las grietas de la basílica salvaje, hacían oír a la quebradita Milla Michicó rezando entre la hondura su rosario, en sonoras cuentas de oro… La fogatas de los mineros pestañeaban en las profundidades como zarzas de Oreb». La vida alrededor del oro norteño lo contó Talero en la «Miasma del oro» frecuencia de su vida en la gobernación chosmalense: «Allí los esperaba el ventero, con su balancita para pesar el oro. Agrupados entorno a la bujía, los mineros obsequiaban a las mozas con vino… Cada litro de vino correspondía a un gramo de oro en polvo, que los mineros sacaban con el pulgar y el índice, de una bolsita de pergamino que guardan en lo más profundo de sus harapos. Allí tuve ocasión de observar una de las más misteriosas transmutaciones del oro…»

Prosa periodística escapada a lo literario. Etérea transfiguración entre la narración y la propia vida que iba mostrando al literato ganador del abogado, aunque esto último es posible lo hayan llevado a los escalones burocráticos territorianos como inspector y subdirector de justicia, concejal, vicepresidente municipal y hasta jefe de la policía territorial. A tanto había llegado su enamoramiento neuquino que casi entró en la exageración de sentimientos al expresar: «Roma desde San Pedro, París desde su torre Eiffel y Nueva York desde la mano derecha de su Libertad, no pasan de menguadas tolderías junto a este panorama de la cordillera neuqueniana, visto desde la cumbre del Domuyo». (Leyenda neuqueniana, 1907).

Otros títulos y volúmenes nacieron de su talento, como «Cascadas y Remansos», «Ecos de Ausencia», las poesías contenidas en «Troquel de Fuego» y también «Ecos de Ausencia». Cercana al Limay, su soberbia finca que fue «La Zagala» formó parte de esa vida tan especial, recordada muy especialmente con motivo del cincuentenario de la capital con una placa en céntrica calle: «A Eduardo Talero-Literato, poeta y escritor. Secretario de la Gobernación en la Fundación de Neuquén» y las palabras del entonces delegado (diputado) neuquino en la Cámara de Diputados de la Nación, Pedro Julio San Martín.

El autor de «Mi Torre» –que sobresale en su vivienda de «La Zagala» -mereció juicio de Gregorio Alvarez por su poesía: «expresión purista, aristocrática, elegante y vigorosa. Peregrino del Ideal, Señor de la Ensoñación y también poeta a lo Walt Whitman… Talero no ha sido todavía superado en la poesía neuquina». (El Neuquén, inspirador, 1952).

Su lira –como decían los poetas antiguos- se extinguió en Buenos Aires, hace ochenta y cinco años, el 22 de setiembre de 1920.


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