Oliva otra vez

JORGE GADANO jagadano@yahoo.com.ar

Oscar Oliva ha vuelto a la noticia. Después de haber dejado el puesto de director del Banco de la Provincia del Neuquén, ungido por Jorge Sobisch, desde donde dio bastante de qué hablar, ahora, con Jorge Sapag en el gobierno, aparece como gran evasor en los registros de la Dirección Provincial de Rentas. Allí, según informó este diario anteayer, Oliva adeuda, sumando capital, intereses y multas, 1.636.000 pesos. Otro Jorge, el contador Sabio, titular de Rentas, negó que el expediente descanse en el archivo y dijo que el empresario presentó un recurso administrativo ante el gobernador. Oliva va primero en la tabla de los morosos aunque, a primera vista, no es que esté fundido y no pueda pagar. Hace abundante publicidad sobre los méritos de su empresa, Expreso Oliva Hermanos, y no le ha faltado dinero para comprar un extenso predio a un costado de la Ruta 22, dentro del ejido cipoleño. Allí se propondría construir un área de estacionamiento y descanso para camioneros de larga distancia según una versión, o bien instalar una empresa de transporte de caudales que contaría con una promesa de contrato del BPN según otra. Colaborador de Luis Manganaro en la conducción del BPN, Oliva ha sido uno de los empresarios más amigos del ex gobernador y ex aspirante a serlo una vez más hasta el 20 de febrero último. Por eso fue que Sobisch lo colocó en el directorio del banco oficial después de asumir su segundo mandato y lo ratificó al ganar el tercero. El 9 de febrero del 2003 este diario informó que Oliva, ya en el directorio, le debía al banco 942.300 pesos y que había sido moroso durante casi todo el 2001. Y, probablemente, después también. La ley de Entidades Financieras decía, y dice, que no pueden ser directores de los bancos sus deudores morosos (claro que cuando hay lo que suele llamarse “vista gorda” todo es posible). Era así cómo el Estado financiaba sus negocios. La misma nota informaba que a fines del 2000 Oliva había comprado un inmueble en Salta 326 de la capital neuquina. Pagó, con alguna morosidad, unos 240.000 dólares. Ante los vendedores tuvo la recomendación del entonces vicepresidente del BPN, Carlos Sandoval. El edificio quedó inscripto a su nombre en el Registro de la Propiedad con el número 10.844. Hubo más compras. Por 250.000 dólares incorporó a su patrimonio un terreno, que había servido como playa de estacionamiento, en Salta y Belgrano. Otra compra, de la céntrica esquina de Independencia y Santa Fe, no pudo ser confirmada entonces, pero se publicó como versión. Oliva no la desmintió, a pesar de que este diario hizo varios intentos por obtener una declaración suya. Las dos últimas adquisiciones tenían un destino, del que este diario también se ocupó en otra nota, publicada el 28 de marzo del 2003. Se titulaba “El BPN hará viviendas en terrenos de su director” y decía que en esos predios comprados por Oliva el banco provincial construiría torres de departamentos. Al respecto, a mediados de noviembre del 2002 el gobierno había informado que el BPN administraría un fondo fiduciario de 60 millones de pesos, destinado a la construcción de cinco “complejos habitacionales”. En esos días el jefe de Gabinete de Sobisch, José Brillo, anunció que el proyecto contemplaba “alrededor de 300 departamentos o viviendas de importante calidad, para los niveles medios de la sociedad”. Después el proyecto se extinguió. Nunca nadie explicó por qué. Tampoco Brillo, y menos Manganaro, “alma máter” del proyecto. Quien era entonces el fiscal anticorrupción, Pedro Telleriarte, inició una investigación de la conducta de Oliva que su sucesor en el cargo, Pablo Vignaroli, no continuó. El banco estaba en todo: Vignaroli era también deudor moroso. La compra de mayor significación fue, no obstante, la de Salta 326, que mereció un nuevo informe de este diario, publicado el 26 de abril del 2004. Allí se decía que se había iniciado la reconstrucción del edificio que, según una fuente, albergaría una “fundación del gobierno”. Era, según otra versión, la fundación del BPN, pero terminó siendo el techo que abrigó a la Fundación para el Desarrollo Patagónico y Argentino, la Fundepa, presidida por Sobisch. En el acto inaugural de la sede, el entonces gobernador dejó impresionado al auditorio al decir que la fundación tenía “una concepción filosófica”, que consistía en “construir herramientas a efectos de que sirvan para la capacitación de las personas y para todos aquellos que tienen vocación de generar propuestas”. El estatuto de la fundación, creada en octubre de 1999, decía que el objetivo principal era el de promover la investigación de los problemas económicos, sociales y de organización institucional de la provincia, la Patagonia y el país. Pero Sobisch volvía a las altas cumbres de la filosofía. Insistía en “lo conceptual”, consistente en que la fundación “sirva como un instrumento destinado a la creatividad y capacidad que tenemos los neuquinos”. Finalmente, terminó siendo una especie de comité recaudador de aportes a la campaña presidencial de Sobisch, y ahora languidece.

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