Opinión publicada

Te invitamos a leer el artículo de La Nación “Por qué salir a la calle” de Albaro Abos, el artículo de Página 12 “¿Qué le pasa a Binner?” escrito por Oscar Laborde y el artículo de Marcelo Cantelmi para Clarín

Alvaro Abós, en La Nación, reflexiona sobre la reforma judicial impulsada por el oficialismo. Señala que “a fines del año pasado, el Gobierno quiso zanjar la diferencia que lo enfrenta al grupo Clarín mediante un emplazamiento a la justicia, el 7-D. Se profirieron diversas amenazas percibidas como auténticos ukases. El fracaso de esa estrategia fue vivido por el oficialismo como un ultraje. El jefe de Gabinete profirió expresiones cloacales contra los órganos judiciales y el ministro de Justicia equiparó esas resoluciones con un golpe de Estado. Unos meses después, la iniciativa presidencial retoma aquellas disputas. La reforma judicial que implementa ahora el Gobierno parece una respuesta a aquellas decisiones judiciales, vividas por el poder como un inaceptable desafío. La división de poderes de pronto se ha tornado intolerable para el kirchnerismo. Pero, ¿cuál es la razón de semejante prisa? Resulta indigerible la pretensión oficialista según la cual su único interés es mejorar el sistema judicial. Los cambios estructurales -y el país necesita muchos- no pueden hacerse a tambor batiente, sin reflexión ni consenso”.

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Oscar Laborde, funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores, se pregunta en Página 12 “¿qué le pasa a Binner?”. El malestar de Laborde con Binner proviene de que “a pocas horas de fallecido Hugo Chávez, cuando le preguntaron sobre el venezolano, Hermes Binner dijo que en realidad él hubiese votado a Henrique Capriles, dejando sin palabras a sus aliados del FAP y a una gran mayoría de sus votantes. Ahora profundiza sus definiciones y, ante los hechos de violencia política que se sucedieron después del triunfo electoral de Nicolás Maduro, dice: “Las muertes en Venezuela son consecuencia de estos gobiernos populistas”. Cabe añadir que en realidad a Binner no le pasa nada. Su posición es coherente las ideas de la socialdemocracia europea, que no ve con buenos ojos al populismo latinoamericano.
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Marcelo Cantelmi, en Clarín, establece la similitud que existe entre la Argentina y Venezuela actual y el Paraguay de Stroessner. Señala que “en la región quien quizá mejor consiguió ese anhelo tan de moda de ir por todo fue el paraguayo Alfredo Stroessner. Es una figura complicada, en absoluto la que quienes alientan ese mismo camino preferirían tener como reflejo, pero es real. Stroessner puso todo bajo su bota creando un reino populista de un virtual soberano que poco a poco demolió cualquier disidencia. Lo hizo, es verdad, tomándose libertades que los modelos actuales, con iguales aspiraciones de ilimitado control como el chavismo venezolano o el kirchnerismo argentino, han debido rodear con atajos y maquillajes”. Añade luego: En ese Paraguay gris, la Justicia jamás fue independiente. No sólo por la Corte, colonizada por el poder político que se ejercía sin discusiones desde el Palacio López. También por el universo de magistrados de todas las instancias comprados o inhibidos de distintos modos para ejercer algún grado de independencia. De modo que lo que hay hoy no es precisamente originalidad. La idea de que el gobierno lo es sobre los tres poderes del Estado, se ejerce naturalmente en Venezuela y es lo que la Casa Rosada intenta convertir en un sentido común también en nuestro país.”

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Alvaro Abós, en La Nación, reflexiona sobre la reforma judicial impulsada por el oficialismo. Señala que “a fines del año pasado, el Gobierno quiso zanjar la diferencia que lo enfrenta al grupo Clarín mediante un emplazamiento a la justicia, el 7-D. Se profirieron diversas amenazas percibidas como auténticos ukases. El fracaso de esa estrategia fue vivido por el oficialismo como un ultraje. El jefe de Gabinete profirió expresiones cloacales contra los órganos judiciales y el ministro de Justicia equiparó esas resoluciones con un golpe de Estado. Unos meses después, la iniciativa presidencial retoma aquellas disputas. La reforma judicial que implementa ahora el Gobierno parece una respuesta a aquellas decisiones judiciales, vividas por el poder como un inaceptable desafío. La división de poderes de pronto se ha tornado intolerable para el kirchnerismo. Pero, ¿cuál es la razón de semejante prisa? Resulta indigerible la pretensión oficialista según la cual su único interés es mejorar el sistema judicial. Los cambios estructurales -y el país necesita muchos- no pueden hacerse a tambor batiente, sin reflexión ni consenso”.

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