Opinión: Sacrificio del campeón

La historia dio claros y sustanciosos ejemplos de que el triunfo semeja una obviedad, pero está muy lejos de serlo. En varias ocasiones, el éxito concluye en una paradoja para los tradicionales criterios del bien y del mal. Ganar para perder y perder para ganar son situaciones recurrentes de la civilización. Del arte en sí y del arte de la política. También del fútbol y, por qué no, de las pruebas de Fórmula 1.

Es curiosa la manera en que algunos analistas se rasgan las vestiduras por la actitud del equipo de Ferrari, como si jamás hubieran visto el recurso del «sacrificio» en otro deporte. ¿Nunca oyeron hablar del sacrificio de la dama en el ajedrez? ¿Y de las partidas en las que uno de los jugadores obliga, en desventaja, a hacer tablas para descansar con miras a la siguiente?

Los amantes de lo correcto tuercen la nariz cuando un tenista como el «Chino» Ríos abandona el segundo set porque está seguro de ganar el tercero.

Soportan a regañadientes que Claudio Caniggia juegue «desde atrás», en algún partido de la selección, en perjuicio de su condición de delantero veterano, y lo vean extinguir sus fuerzas recuperando pelotas y defendiendo allá donde el horizonte del arco contrario se vuelve difuso.

El deporte de alta competencia implica ganar de una forma u otra. Esto, en el marco de un equipo, se vuelve ley. Para Ferrari es indispensable asegurarse el título, aunque en el camino se resignen los talentos de su segundo piloto que, en rigor, está para eso. Si algún día le llegara su oportunidad de brillar, es una cuestión diferente. Por ahora debe cumplir su rol: lustrar el bronce de Ferrari y de Schumacher.

En el episodio del fin de semana, la Fórmula 1 no hace más que confirmar las reglas de su normal desarrollo, en una decisión absolutamente deportiva: que gane el que tiene más posibilidades de ganar. Que uno del equipo resigne su ego por el bien del otro.

Es una disquisición filosófica: ni más ni menos. La disciplina en lugar del pavoneo. El correcto resultado como superador del capricho. Si Barrichello no hubiera acatado la orden, merecía ser penalizado por los suyos.

Lo de Shumacher fue digno. Para un gana- dor de su estirpe debió haber sido duro aceptar un triunfo que se gestó en la estrategia y no en la pista. Con sobriedad empujó a su compañero a lo más alto del podio y le entregó la copa.

Es erróneo que se hayan devuelto o cambiado las apuestas del Gran Premio de Austria, sus alternativas fueron la concreción de una posibilidad, no una excepción a las reglas. En ese orden de cosas, ganó el mejor: Schumacher. El alemán tuvo el temple necesario -sí, también la cara- para afrontar su derrota y así el triunfo de Ferrari, al pasar primero la bandera a cuadros.

Claudio Andrade


La historia dio claros y sustanciosos ejemplos de que el triunfo semeja una obviedad, pero está muy lejos de serlo. En varias ocasiones, el éxito concluye en una paradoja para los tradicionales criterios del bien y del mal. Ganar para perder y perder para ganar son situaciones recurrentes de la civilización. Del arte en sí y del arte de la política. También del fútbol y, por qué no, de las pruebas de Fórmula 1.

Registrate gratis

Disfrutá de nuestros contenidos y entretenimiento

Suscribite por $1500 ¿Ya estás suscripto? Ingresá ahora