Massa y sus amigos del FMI


Si no fuera por la voluntad del Fondo de soportar con ecuanimidad los insultos que le tiran, la situación económica del país sería todavía peor.


Desde su nacimiento en 1944, el Fondo Monetario Internacional figura como el enemigo número uno del populismo argentino. A través de los años, sindicalistas y grupos de izquierda han montado una larga serie de manifestaciones multitudinarias en su contra. No sólo caudillos peronistas sino también radicales y otros lo han fustigado una y otra vez con arengas furibundas. Para todos ellos, encarna el mal.

Fulminan contra el FMI porque es una institución apoyada por Estados Unidos que se aferra a la noción reaccionaria de que no hay nada gratis en esta vida y que por lo tanto es peligroso permitir que el gasto público llegue a niveles que a la larga resultarán ser insostenibles. Se trata de obviedades desagradables que en todas partes los políticos propenden a pasar por alto mientras puedan, pero pocos están tan resueltos a mofarse de ellas como los populistas de la Argentina.

Con todo, a pesar del odio visceral que dicen sentir por el FMI personajes como Cristina, Alberto y los militantes de La Cámpora, hoy en día es el aliado más importante que tiene el kirchnerismo. Si no fuera por la voluntad del Fondo de soportar con ecuanimidad los insultos que le tiran, la situación económica del país sería todavía peor de lo que efectivamente es.

Lo entiende muy bien Sergio Massa. El ministro de Economía ha aprovechado la flexibilidad extraordinaria que es su marca de fábrica para conseguir el aval implícito de Kristalina Georgieva y su gente sin perder el apoyo de Cristina que, desde luego, entiende que romper prematuramente con el Fondo tendría consecuencias desafortunadas para ella porque privaría al gobierno, y al movimiento que encabeza, del dinero que precisan.

Es de suponer que, por afinidad ideológica, tanto los directivos del FMI como los políticos del mundo rico que lo financian quisieran que Juntos por el Cambio ganara por paliza las elecciones programadas para este año para que por fin la Argentina contara con un gobierno que a su juicio sería racional. Sin embargo, puesto que siguen con atención la evolución política del país, entienden que ya no pueden confiar en que la alianza opositora se imponga de manera tan avasalladora como parecía probable algunos meses atrás. De estar en lo cierto los sondeos más recientes, podría haber un triple empate, con Javier Milei en el rol del Guasón, o incluso un triunfo peronista. En tal caso, preferirían que el próximo presidente fuera su viejo amigo, Massa. Quieren creer que es un realista.

Aunque a los técnicos del organismo no les está resultando fácil continuar dando al tigrense movedizo el beneficio de toda duda concebible, quienes mandan habrán llegado a la conclusión de que, por ser él un visitador asiduo a Estados Unidos que suele congeniar con los políticos “de derecha” de dicho país, se habrá inmunizado contra los virus intelectuales que afectan a muchos de sus congéneres que parecen tomar muy en serio su propia retórica. Desde su punto de vista, la crisis argentina es consecuencia de la adhesión de un sector muy poderoso de la elite política a un conjunto de ideas malísimas y, a menos que otros pesos pesados del populismo nacional emulen a Massa, no habrá forma de asegurar que la Argentina comience a recuperarse de sus heridas.

Los dilemas del Fondo


La receta del Fondo es bastante sencilla: le gustaría que el gobierno kirchnerista redujera el déficit fiscal, es decir, que ajustara, que devaluara el peso oficial, que parara la maquinita y que hiciera más para recuperar reservas. Es mucho pedir a pocos meses de elecciones clave, pero puesto que la alternativa sería aún más inflación que supondría el riesgo de que el país sufra un colapso generalizado, no ve opciones menos dolorosas.

Los dilemas son muchos. Si el FMI presta muchísimo más dinero al gobierno argentino, le permitiría prolongar por algunos meses, quizás años, más la vida de un “modelo” que sus técnicos creen es inviable, pero si se niega a hacerlo, podría desatarse una gran catástrofe que, además de arruinar a millones de argentinos, haría tambalear la ya precaria arquitectura financiera mundial. Huelga decir que nadie vinculado con el organismo quiere compartir la responsabilidad por lo que todos verían como un fracaso imperdonable.

Si bien cuenta con la colaboración directa o indirecta de los economistas más prestigiosos del planeta, el FMI – una institución que, no lo olvidemos, representa el mundo desarrollado -, sencillamente no sabe lo que le convendría hacer para ayudar a resolver el insólito caso argentino. La perplejidad que siente es comprensible por ser cuestión de un país que, en teoría, podría ser muy rico pero que, por motivos que podrían calificarse de filosóficos, se las arregla para continuar depauperándose.


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