Optimismo edulcorado

Por Héctor Mauriño

Sobisch está convencido de que a la provincia le va bien y el crecimiento económico está al alcance de la mano. Pero en buena medida, esa impresión tiene más que ver con sus objetivos políticos que con un cambio positivo en el rumbo económico y social de Neuquén.

El gobernador tomó el micrófono esta semana para lanzar un mensaje optimista. Aseguró que en Neuquén la desocupación bajó y de paso criticó a los que no se quieren convencer de que las cosas, de su mano, van por el buen camino: «Le estamos ganando a los intolerantes y a los amargos», advirtió.

Como telón de fondo de una representación aburrida por lo reiterativa, unos 300 desocupados de los que aparentemente nadie se quiso hacer cargo, anduvieron toda la semana dando vueltas por la ciudad en busca de un subsidio y una bolsa de alimentos. Fueron a Casa de Gobierno y de allí a la municipalidad, para pasar luego por la Legislatura y vuelta a empezar.

Era un grupo cimarrón porque nadie, ni siquiera la CTA, que anda fogoneando todas las lides, salió a apadrinarlos y el gobierno no se sabe bien por qué lo anduvo esquivando y hasta intentó sin éxito endosárselo a la municipalidad.

Algunos desocupados dijeron que habían trabajado para el gobierno en las internas. Cortaron calles aquí y allá, patearon vehículos, trompearon a un chofer y sembraron el malhumor entre los comerciantes, que una vez más debieron bajar las cortinas por las dudas, no los fueran a saquear como ya ha ocurrido en incontables oportunidades.

Finalmente el jueves, estos desocupados sin suerte se juntaron con otros de igual condición venidos de los muchos asentamientos del oeste de la ciudad y recalaron en el nuevo hipermercado que estaba por abrir sus puertas. Allí ofrecieron una postal de la Argentina de hoy: excluidos e incluidos -«amargos» y dulces, se diría-, las dos caras de una moneda, todos juntos en el mismo escenario para representar un drama de paradoja: unos, con plata en el bolsillo, no podían entrar a consumir porque otros sin un centavo se lo impedían.

En realidad, la presencia de desocupados en la calle es una postal cotidiana en Neuquén. Las protestas por motivos sociales, laborales o gremiales están siempre a la orden del día y es rara la jornada en que algún grupo no corta una calle, una ruta o un puente; o no tiñe el cielo y los edificios con el humo negro de los neumáticos.

Esta semana tomaron la calle por su cuenta los empleados del Policlínico ADOS, vaciado por los burócratas sindicales, para pedir por su fuente de trabajo; los trabajadores de la DGI, que no quieren que privaticen el organismo; los de la UOCRA, que piden una nueva escala salarial; y los ex agentes de YPF, que piden que se cumpla el sueño de la propiedad participada.

Por eso, porque el espectáculo es continuado y porque como es de dominio público la desocupación es nacional y no meramente local, cuesta sumarse al optimismo oficial cuando asegura que en Neuquén bajó 3,5 puntos desde mayo pasado.

No menor incredulidad despiertan los anuncios sobre el supuesto equilibrio en las cuentas provinciales, porque todo el mundo sabe que este año la reducción del abultado déficit neuquino es marcadamente coyuntural. Guarda relación con la disparada en el precio del petróleo y no con una política coherente de achicamiento del gasto a largo plazo.

Más bien, lo que ha venido ocurriendo en materia fiscal es todo lo contrario: a pesar de los anuncios revestidos de buenas intenciones, el gobierno se apresuró a abandonar la política de racionalización apenas entrevió la posibilidad de hacer un acuerdo con Repsol que no todos consideran positivo para los intereses del país.

Así vistas las cosas, el peligro para el futuro de la provincia está representado hoy día por la tendencia a consolidar el esquema rentista proveniente de la explotación excluyente de recursos no renovables como el petróleo y el gas, y por la renuncia anticipada a la búsqueda de nuevas alternativas.

El optimismo, entonces, parece guardar relación con una visión de corto plazo y en un horizonte más previsible para el sostenimiento del sistema clientelista de siempre. Un paraíso con muchos empleados públicos, comerciantes encadenados al aparato del Estado y desocupados que se resisten a desaparecer a pesar de las expresiones de deseos, pero que en cambio pueden contar con la dádiva, a condición de mostrarse comprensivos en tiempos de elecciones.

De manera que, más que buenas noticias para la provincia, por ahora lo que hay es viento a favor para las necesidades políticas del gobierno. En ese contexto, resulta significativo que el gobernador encuentre «intolerantes» a quienes no comparten su subjetividad política, cuando en realidad la intolerancia parece consistir en la falta de flexibilidad para aceptar las voces discordantes.


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