Ortega Castellano, premiado en salón cordobés

Dedicado a la pintura desde hace más de 20 años, el plástico Antonio Ortega Castellano recibirá el 3 de noviembre el premio "Fondo Nacional de las Artes" por uno de los trabajos que pertenecen a su serie "Paisaje Feroz", compuesta por unas 70 pinturas. Sin embargo, este artista que ganó muchísimos premios a nivel nacional y provincial, se siente automarginado y reprocha que no se le dé el espacio que él considera que se ha ganado dentro de la plástica neuquina.

NEUQUEN.- Del pincel de Antonio Ortega Castellano surgen trazos luminosos, donde conviven la metafísica, los colores vivos y los símbolos, en una estética que según su propio autor se inscribe dentro del expresionismo.

Para el artista, que el 3 de noviembre recibirá el premio «Fondo Nacional de las Artes» en el Salón Proarte de Córdoba, su obra no es ni más ni menos que la síntesis de su evolución en una tarea que le demanda gran parte de su vida. La pintura ganadora forma parte de una serie llamada «Paisaje Feroz», que consta de unos 70 trabajos que el artista fue elaborando a lo largo de todo el año.

Identificado con el estilo de los referentes de la década del 60, se reconoce como un autodidacta que dio sus primeros pasos en el arte de combinar los colores, más por motus propio, que como resultado de una formación academicista.

«Yo soy un convencido de que el artista se forma solo: es él y la obra, y en esto uno empieza porque quiere, en mi caso yo viví diez años en El Chocón, y ahí empecé a pintar gusanitos, los álamos de mi casa y ese tipo de cosas», resume con cierto dejo de autosuficiencia.

Escéptico para evaluar la formación que se pueda recibir en la materia, asegura que «lo que puede enseñar la escuela es el tema docente, pero el artista se hace solo, si no terminás como repitiendo lo que hacen los maestros». Con el mismo criterio, se muestra reticente a reconocer un referente específico a la hora de hablar de sus modelos. «Es muy difícil separar, hay tantos…, a mi lo que me gusta es toda la generación del '60 del Instituto Di Tella», desliza sin entrar en detalles.

Como paradoja, si de contradicciones se trata, Ortega Castellano registra en su haber el hecho de ganar varios premios en otros certámenes y sin embargo no poder exponer su obra desde hace ocho años en esta ciudad. Munido de una dosis de escepticismo, no disimula su bronca contenida por esta circunstancia.

«Dejé de exponer por una decisión mía, porque se sufre mucho maltrato con las obras, por ahí no te dan el lugar que uno tiene ganado, fui reconocido en otros lugares y acá me piden currículum y un montón de requisitos que me parecen un despropósito para el nivel de la sala», reprocha.

Sin buscar lecturas rebuscadas a la situación que le tocó padecer al momento de conseguir un lugar para mostrar sus pinturas, el plástico cree que «esto pasa en todos lados y es un poco de envidia: por ahí gente que por el hecho de ser más grande o porque empezó antes, se cree dueña del espacio porque cree que pertenece de hace rato. Y encima es gente que sólo es reconocida acá, en Neuquén y que cruzó Cipolletti y ya no existe», denuncia impiadoso.

Para el artista, la cuestión de ganar premios «es algo muy relativo, pero no deja de ser un incentivo que te sirve para seguir adelante, y por otro lado, cuando vos tenés cierto reconocimiento a nivel nacional quiere decir que tu obra medianamente está bien considerada».

Con un promedio de una exposición por año -en el museo de Roca, donde mantiene una fluida relación con las autoridades del lugar- insiste en dejar aclarado que «por mi salud mental dejé de exponer en Neuquén». Sin planes específicos por el momento, más allá de pintar y presentarse en los concursos que surjan, Ortega Castellano piensa repetir su costumbre de mudar sus cuadros a la ciudad vecina el año que viene para exponerlos allí como de costumbre.

«Ahora tengo una pintura más metafísica»

Dicen los entendidos que la obra de un autor refleja sus distintos estados de ánimo, su evolución y los principales rasgos de su vida. En el caso de Ortega Castellano, su pintura actual destila la actitud más relajada del pintor frente a sus propios planteos existenciales.

«En los años 80 mi obra era más panfletaria, mucho más política, me gustaba más, giraba sobre todo en torno al tema de los Derechos Humanos, con un contenido mucho más profundo», trae a colación no sin cierta nostalgia.

En esa etapa de su vida, fue cuando intentó «ir sacando esas connotaciones tan impecables que responden a una necesidad de divertirme más con la pintura y ahora esto fue todo una serie que fue derivando en una especie de laberinto que es más metafísico».

Con una particular forma de concebir sus obras, el artista cuenta que generalmente «cuando empiezo a trabajar no sé en que va a terminar ese cuadro, porque no tengo una noción exacta de lo que quiero hacer».

Al parecer es una fórmula existosa, si se tiene en cuenta que sus trabajos resultaron seleccionado en la bienal Norte y en el salón del Palais de Glace que se inaugura en pocos días.

Como una asignatura pendiente, este exitoso pintor bonaerense, esboza un deseo de la mano de una velada queja. «Me gustaría que la sala Saraco esté manejada por artistas plásticos, como sucede con el museo de La Pampa, donde hasta el que sirve el café es o grabador o artista plástico», confiesa.


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