Oscar Wilde, el príncipe feliz que murió triste

Fue un artista controvertido e intenso. Supo ver el mundo desde una cumbre para luego enfrentarse al peor de los infiernos. Murió hace 100 años, un 30 de noviembre en su exilio de París. Pobre, olvidado y atormentado por los recuerdos de una vida plena que la sociedad de su tiempo no aceptó.

En un rincón de un parque de Dublín hay una estatua de Oscar Wilde. El escritor aparece con su característica pose de dandy, y debajo se pueden leer algunas de sus frases. Unos minutos bastan para comprender a Dorothy Parker, que aseguraba que nunca se atribuía los comentarios sagaces que se le ocurrían: daba por sentado que eran de Wilde.

El poeta, dramaturgo y novelista era un magnífico conversador y contador de historias. Hasta su muerte, un 30 de noviembre hace cien años en el exilio en París, a veces lo agotaba escribir, pero nunca la conversación. Al final de su vida, cuando había perdido el dinero y la fama, muchas veces consiguió una comida o un préstamo tras ganarse a su audiencia con un buen relato.

El autor de «El retrato de Dorian Gray» fue una figura contradictoria y en cualquier caso destacada en la época victoriana en la que le tocó vivir. Fascinado por la dicotomía entre los componentes de bondad y de maldad en los seres humanos, sorprendió y escandalizó. Al final apostó fuerte y perdió con la misma postura arrogante e irónica que lo había acompañado toda su vida.

Los padres de Wilde, que nació en 1854, eran un conocido cirujano de ojos y oídos y una poeta y defensora de la independencia de Irlanda. Al igual que su madre, el escritor era descrito como un «snob», que sin embargo tenía un profundo sentido de la compasión por las víctimas de la sociedad, hasta el punto de que se convirtió en una de ellas.

Lady Jane Francesca Wilde estaba convencida de que la excentricidad iba de la mano del genio, y a juzgar por la vida de su hijo, él creía lo mismo. Con el cabello largo hasta los hombros, los trajes que enfundaban su corpulenta estatura y su bastón, el autor de «El príncipe feliz» se formó en Oxford, donde destacó como estudiante sin mucho esfuerzo.


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