Osito y yo

Redacción

Por Redacción

Hay que admitirlo: los bancos están haciendo un loable esfuerzo por ser accesibles, humanos. Casi un amigo. Bueno: no lo son. Lo que me pasa, cada vez que debo entrar a estos templos del dinero y el poder, es que tenemos poco en común. Los humanos estamos de “este” lado de ventanillas y cajeros automáticos. Es imposible evitar cierta sensación de encarcelamiento protector, sensación rara –y pavorosa si las hay, como pueden dar testimonio miles y miles de niños y mujeres controlados y maltratados en sus casas–. Así y todo, una va cumpliendo el rito. Para el trámite que me lleva a este lugar, accedo a un piso separado de los mortales comunes de abajo. Ahora soy de los mortales comunes de arriba. La tecnología domina: un aparatejo con opciones me hace sacar un papel con letras y números, que se deberá ver reflejado en una enorme pantalla, la cual emite un timbre junto con el turno. Entonces el mortal se pone de pie y se pierde en un recodo del cual surge un laberinto que lleva a una ventanilla. Todo para mi protección, pienso mientras observo que al lado de los números, la pantalla me distrae con documentales. ¡Hola, osito! Sin sonido –también en el salón reina el silencio, aunque nada físico impida hablar– un gallardo oso pardo retoza en la nieve, feliz y libre. Debajo de la pantalla, un texto me ilustra: los osos viven veintiún años en libertad y cuarenta y dos en cautiverio. Sumo rápido: osito, entre rejas o en zonas controladas vivís el doble, ¿qué te parece? Mi innata maldad me lleva a observar que la imagen no es la del zoológico, con niñitos tirando galletitas y adultos sacando fotos, sino la de la libertad, en la cual, como yo, como usted, como el osito, enfrentamos riesgos. Quizás osito preferiría calidad de vida en vez de cantidad. ¿No la preferiríamos usted o yo? ¿No la preferimos? Ah, no es tan sencillo establecer nuestra majestuosa diferencia con los animales, ¿eh? En principio, no la había. “Animal” proviene del latín “animalis”, y de “animus”: ser dotado de respiración o soplo vital, también llamado “alma”. Pero, osito, el señor Renée Descartes, en 1619, nos separó de por vida y salvó el honor de la raza superior. El mundo, pontificó, está regido por leyes universales escritas en lenguaje matemático, con lo cual instaló la teoría mecanicista de la naturaleza. ¡Pero!, atención, osito, pero la única parte no mecánica del mundo era una pequeña región del cerebro humano, la glándula pineal, hogar de la mente consciente y racional. Así que mi libre y feliz osito de la pantalla, el animal no posee alma ni propósito propio. Este paradigma que fundamentó la ciencia actual, y en el cual aún creen numerosos científicos, tranquilizó la humana parte llamada conciencia, permitiendo seguir cazando animales, experimentando con ellos, hacer fortunas con grasas, aceites, cueros, dientes, cuernos… Ah, no somos taaaaan malos. Te parecerá incomprensible, osito, pero cuando la glándula pineal se dio cuenta de la imparable desaparición de especies en manos de tantos racionales depredadores, ¿qué hizo? En vez de cambiar de conducta, decidió controlar a los irracionales. “Control” es una forma de dominio que ejerce quien tiene más poder, y las rejas y muros y armas pueden ser evidentes, o no. Como bien lo sabés, son eficaces. Y eso no es todo: les regaló –les regalamos, porque yo soy humana– el Día del Animal. ¿Qué tal? Adiós, osito. Suena mi turno y marcho al laberinto.

MARÍA EMILIA SALTO bebasalto@hotmail.com

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Hay que admitirlo: los bancos están haciendo un loable esfuerzo por ser accesibles, humanos. Casi un amigo. Bueno: no lo son. Lo que me pasa, cada vez que debo entrar a estos templos del dinero y el poder, es que tenemos poco en común. Los humanos estamos de “este” lado de ventanillas y cajeros automáticos. Es imposible evitar cierta sensación de encarcelamiento protector, sensación rara –y pavorosa si las hay, como pueden dar testimonio miles y miles de niños y mujeres controlados y maltratados en sus casas–. Así y todo, una va cumpliendo el rito. Para el trámite que me lleva a este lugar, accedo a un piso separado de los mortales comunes de abajo. Ahora soy de los mortales comunes de arriba. La tecnología domina: un aparatejo con opciones me hace sacar un papel con letras y números, que se deberá ver reflejado en una enorme pantalla, la cual emite un timbre junto con el turno. Entonces el mortal se pone de pie y se pierde en un recodo del cual surge un laberinto que lleva a una ventanilla. Todo para mi protección, pienso mientras observo que al lado de los números, la pantalla me distrae con documentales. ¡Hola, osito! Sin sonido –también en el salón reina el silencio, aunque nada físico impida hablar– un gallardo oso pardo retoza en la nieve, feliz y libre. Debajo de la pantalla, un texto me ilustra: los osos viven veintiún años en libertad y cuarenta y dos en cautiverio. Sumo rápido: osito, entre rejas o en zonas controladas vivís el doble, ¿qué te parece? Mi innata maldad me lleva a observar que la imagen no es la del zoológico, con niñitos tirando galletitas y adultos sacando fotos, sino la de la libertad, en la cual, como yo, como usted, como el osito, enfrentamos riesgos. Quizás osito preferiría calidad de vida en vez de cantidad. ¿No la preferiríamos usted o yo? ¿No la preferimos? Ah, no es tan sencillo establecer nuestra majestuosa diferencia con los animales, ¿eh? En principio, no la había. “Animal” proviene del latín “animalis”, y de “animus”: ser dotado de respiración o soplo vital, también llamado “alma”. Pero, osito, el señor Renée Descartes, en 1619, nos separó de por vida y salvó el honor de la raza superior. El mundo, pontificó, está regido por leyes universales escritas en lenguaje matemático, con lo cual instaló la teoría mecanicista de la naturaleza. ¡Pero!, atención, osito, pero la única parte no mecánica del mundo era una pequeña región del cerebro humano, la glándula pineal, hogar de la mente consciente y racional. Así que mi libre y feliz osito de la pantalla, el animal no posee alma ni propósito propio. Este paradigma que fundamentó la ciencia actual, y en el cual aún creen numerosos científicos, tranquilizó la humana parte llamada conciencia, permitiendo seguir cazando animales, experimentando con ellos, hacer fortunas con grasas, aceites, cueros, dientes, cuernos... Ah, no somos taaaaan malos. Te parecerá incomprensible, osito, pero cuando la glándula pineal se dio cuenta de la imparable desaparición de especies en manos de tantos racionales depredadores, ¿qué hizo? En vez de cambiar de conducta, decidió controlar a los irracionales. “Control” es una forma de dominio que ejerce quien tiene más poder, y las rejas y muros y armas pueden ser evidentes, o no. Como bien lo sabés, son eficaces. Y eso no es todo: les regaló –les regalamos, porque yo soy humana– el Día del Animal. ¿Qué tal? Adiós, osito. Suena mi turno y marcho al laberinto.

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