Osvaldo Bayer le puso emoción a la historia
El escritor e historiador se presentó enla 36ª Feria Internacional del Libro.
Osvaldo Bayer recordó a su amigo Osvaldo Soriano: “¡Cuánto lo sigo extrañando!”, dijo.
–Sí, sí hijo… vale la pena luchar y luchar contra la injusticia, contra la pobreza. Vos me preguntás cómo asumir estos dramas, qué hacer… hijo, lo primero, no mirar para otro lado. Indignarse ante tanto drama; los jóvenes no pueden perder la capacidad de indignación. Luego hay que sumarse a quienes luchan diariamente contra tanta miseria, tanta angustia, tanta falta de futuro… millones de seres llevados a la nada. Sí, sí, hijo: eso es lo que hay que hacer: luchar en favor de la vida.
Un silencio breve siguió a las palabras de Osvaldo Bayer en la Feria del Libro. Luego, aplauso intenso. Sentido. Y el “hijo” –un adolescente de pelo colorado poblado de rulos– se paró, levantó su pulgar derecho y evidenciando un estado emocional muy intenso lo agitó varias veces mirando al escritor sin decir palabra. Se sentó. Acomodó las reglas y escuadras que salían de su mochila y se sumó al aplauso que se retroalimentaba.
Bayer agradecía con gestos suaves de rostro y manos. Cuerpo empequeñecido por 83 años a cuestas. Pelo y barba muy blancos. Rostro colorado.
–Yo, yo creo… –dijo Bayer pero tuvo que esperar para seguir hablando.
Mandaban los aplausos. Él mismo se había tendido la emboscada. Durante más de dos horas, en el espacio Presidencia de la Nación, le inyectó garra y emoción a la Feria del Libro. Vía la descarnada lectura que lo define a la hora de reflexionar sobre la historia argentina –esa mirada argumentada y desacralizadora que tanto molesta a tantos– había roto el molde academicista que define el grueso de la disertaciones que sobre nuestro pasado suelen escucharse en la Feria.
A metros de él, por caso, Antonio Cafiero y Enrique Olivera convertían en tediosas sus reflexiones sobre el pensamiento. Bayer, en cambio, se había ganado a la gente a poco de comenzar a hablar, cuando leyó el tramo final de su vital biografía sobre el anarquista Severino Di Giovanni. Ese tramo que cuenta los minutos finales de la vida de ese hombre que marcha rumbo al paredón en la entonces Penitenciaría Nacional de la calle Las Heras.
–Severino no fue el asesino que pintó la prensa argentina, fue un luchador de entrega total contra el fascismo, contra la injusticia, un autodidacta formidable… ¡hay que leer las cartas de amor que le escribía a su esposa desde la clandestinidad!
Irreductible Bayer. Apasionado. Tanto al recordar a “ese inmenso amigo que fue Osvaldo Soriano –“¡Cuánto lo sigo extrañando!”– como al arremeter contra Hipólito Yrigoyen por la masacre de cientos de obreros en la Patagonia.
No le quedó nada sin podar a Bayer.
–¡El Himno Nacional! ¡Nuestro Himno Nacional! –dijo en un momento, acompañando sus palabras con cejas y manos levantadas a modo de ceremonia.
–¡Qué cosas dice nuestro Himno Nacional! –acotó mordiéndose el labio inferior– ¡Ya a su trono dignísimo abrieron! ¡Oíd mortales el grito sagrado! –dijo Bayer con cara de ganas de rematar con un sonoro “¡Mamma mía, qué boludeces dice nuestro himno!”.
–Me hace acordar a mi abuelo– le dice a este diario una señora que se ha pasado parte de la charla operando sobre un nieto que está aburrido.
–Mi abuelo era socialista, en Baradero. Todos lo metían preso, militares, peronistas, radicales… Él siempre me decía que nuestro himno era sangriento, patriotero –explica la mujer y vuelve la mirada sobre Bayer. Un Bayer con cara de abuelo frágil.
Carlos Alberto Torrengo
carlostorrengo@hotmail.com
Osvaldo Bayer recordó a su amigo Osvaldo Soriano: “¡Cuánto lo sigo extrañando!”, dijo.
Registrate gratis
Disfrutá de nuestros contenidos y entretenimiento
Suscribite por $1500 ¿Ya estás suscripto? Ingresá ahora
Comentarios